El impago del arreglo de un socavón deja en el 'dique seco' a la calle con más bares de la capital
El ayuntamiento asume la obra ante la inacción del bloque de vecinos responsable de la Cava Baja, en La Latina
Dos personas pasan frente al socavón, a la altura del número 12
La Cava Baja, cañeo patrio (y guiri) del Madrid más castizo, amaneció 'peatonalizada' una mañana de Navidad. Siete vallas de obra amarillas, entrelazadas a la altura del número 12, cortaron la calle a finales de diciembre. El perímetro acotado no estaba puesto al azar: dentro, ... un pequeño socavón de un metro de largo y un palmo de ancho, en la parte de la calzada más pegada a la acera de los impares, sorprendía a propios y extraños. Y las teorías sobre su aparición no tardaban en llegar, que si el pavimento remodelado hace poco años se había hundido... Que si el paso de los vehículos pesados había provocado el agujero… Especulaciones de barra de bar, precisamente, que mantenían el misterio en la vía con mayor concentración de bares de toda la capital.
Al menos hasta la llegada de la pandemia, donde se contabilizaba uno cada seis metros, 53 locales de restauración en tan solo 320 metros. De vuelta al improvisado hoyo, dos meses han pasado desde que los transportistas se vieran obligados a descargar a pie o, en el mejor de los casos, acceder a la calle marcha atrás desde la plaza del Humilladero. «Por ese extremo no cortaron hasta el socavón, por eso entraban», resumía un camarero a pocos metros de la zona cero. ¿Y por el otro? «Por el otro pusieron una valla en el cruce con la calle del Almendro, pero hubo días que se bajaban del camión y la apartaban».
Hechas las presentaciones, el enigma de la Cava Baja comenzaba a descifrarse el miércoles 15 de febrero; es decir, casi dos meses después del inesperado cierre. Según explican fuentes del área municipal de Medio Ambiente y Movilidad, el desprendimiento se produjo tras una rotura en la acometida particular de una comunidad de vecinos de la Cava Baja, 12. Ello, señalan las mismas fuentes, obliga a los propietarios de los pisos del bloque a responsabilizarse del mantenimiento de la tubería, con indiferencia de que el tramo afectado discurra o no por la vía pública.
Los operarios descargan el material de obra en la Cava Baja, el jueves de la semana pasada
En enero, el consistorio requirió a la comunidad la necesidad de acometer la obra, a fin de cubrir la calzada y recuperar el tráfico rodado de la calle. Pero la respuesta del bloque nunca se materializó y los trámites quedaron aparcados. Ahora, una vez transcurrido el plazo establecido para este tipo de situaciones, el propio área de Movilidad, a través de la Dirección General de Aguas y Zonas Verdes, inició la semana pasada los trabajos por declaración de emergencia.
La reparación se llevará a cabo «por ejecución sustitutoria con cargo al acuerdo marco», esto es, «que una vez finalizada el coste de la misma se pasará la factura a los vecinos»; el importe, de miles de euros, todavía no está cerrado. Mientras, la Cava Baja permanecerá cortada debido a las tareas de los operarios en un espacio descubierto. El tiempo de la obra, que podría alargarse varias semanas, terminará con la inspección de la nueva acometida por parte del Canal de Isabel II.
La leyenda de Lucio
La Cava Baja, ubicada dentro de una Zona de Protección Acústica Especial (ZPAE), lleva años en el ojo del huracán por las molestias ocasionadas a los vecinos fruto de la saturación de bares y restaurantes. Aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la calle gastronómica por excelencia era una antigua trinchera curva, sin apenas luz y repleta de maleantes, en la que no era casual que ningún carruaje detuviera su marcha.
A mediados del siglo pasado, con la vía despojada ya de toda tenebrosidad, un niño de apenas 12 años comenzó a trabajar de recadero en uno de sus mesones. Sin saberlo, acababa de nacer la leyenda de Lucio, el mismo que años después compraría el negocio y convertiría a Casa Lucio y sus famosos huevos estrellados en el gran escaparate de la Cava Baja. Recién cumplidos los 90 años, el tabernero más universal baja cada día a comer al restaurante y a cruzar unas palabras con los comensales que entran por su puerta. Socavón mediante.