Hasta dos testigos auditivos oyeron a Elisa Abruñedo pedir ayuda: «Gritaba ‘déjame marcharme’»
Los hijos de la víctima explican en la segunda sesión de juicio, en la Audiencia de La Coruña, el impacto que les supuso la pérdida de su madre
El asesino pelirrojo al que su genética delató

La segunda sesión por el crimen en septiembre de 2013 de la ferrolana Elisa Abruñedo se retomó ayer en la Audiencia provincial de La Coruña con la declaración de los hijos de la víctima. A escasa distancia del verdugo confeso de su madre, Roger Serafín, los hijos de la víctima explicaron cómo les había impactado la muerte violenta de su madre en sus vidas, truncadas por completo tras el crimen. «Todo se fue en un momento, pierdes tu apoyo más importante en la vida, era un apoyo vital», aseveró Álvaro, el hijo más joven, que entonces tenía 18 años y que explicó que incluso después del crimen dejó los estudios al encerrarse «en su mundo». Esta situación, confesó, la vive aún hoy en día. «Si salgo es a dar un paseo, nada más» dijo.
Tanto él como su hermano Adrián, a preguntas de la fiscal, regresaron al día de los hechos para relatar las primeras horas de la desaparición, mientras el acusado permanecía impasible, con los ojos cerrados por momentos. Adrián y Álvaro Abruñedo confirmaron que la única afición de su madre era «salir a pasear», pero que cuando lo hacía sola se cuidaba de ir por zonas conocidas y cercanas a su vivienda de Lavandeira, en Cabanas. También concretaron que cuando caminaba sola llevaba puesto «un solo auricular» a través del que iba escuchando la radio. Los hermanos narraron, sobre el giro drástico que dio su vida, que a la pérdida de su madre se sumó la de su padre, dos años después, en un accidente laboral. «Ha sido losa sobre losa» definió Adrián Abruñedo, que calificó a la fallecida como «la mejor madre que pude tener».
Durante la mañana de ayer también prestaron declaración los dos vecinos que encontraron el cuerpo de Elisa, que explicaron ante los integrantes del jurado popular que fue en un lugar muy cercano a la vivienda de la víctima, apenas 100 metros, y que sospecharon que había pasado algo allí cuando vieron una zona de matorral pisada, «como si alguien se hubiera abierto paso por ella». Otro de los vecinos que declaró este martes, testimonio auditivo de los hechos, confirmó que en el margen horario en el que tuvo lugar la agresión escuchó unos gritos de mujer que lo hicieron alertarse. Duraron poco, reseñó, pero recordó que la persona decía «déjame marchar, déjame ir con mi familia, déjame en paz». En fase de instrucción este mismo hombre declaró haber oído también una voz masculina que gritaba «quieta, quieta», aunque ayer en sala no pudo corroborarlo. A su relato se sumó el de otra mujer que, de igual forma, confesó que el día de los hechos escuchó el «ay» de una mujer y al rato un coche y el ruido de «cerrar una puerta». «Ella dijo como déjame en paz». «Primero un grito de sorpresa y luego esa expresión, fue unos segundos, muy rápido», añadió para aseverar que pensó que era una discusión de personas en un vehículo. Los dos testigos auditivos estaban a escasos metros de la escena del crimen, confirmaron ante el tribunal.
Era imposible verla desde la carretera
Ausente de estas declaraciones, el único acusado mantuvo una actitud alejada del relato de los hechos, con la mirada baja por momentos y un leve balanceo en la silla. El jurado popular, por su parte, se mostró muy colaborativo, trasladando incluso varias preguntas al tribunal para que le fuesen formuladas a los testigos. Reveladora fue la declaración de uno de los compañeros de Roger Serafín, autor confeso, sobre los años que mediaron entre el crimen y su detención. El hombre, que reconoció haber sido su «amigo», rememoró algunas de las conversaciones que los dos mantuvieron sobre la muerte de Elisa, un caso que impactó en la comarca y del que se hablaba de manera recurrente. «Dijo que no lo iban a coger» arrancó ante la atenta mirada de los miembros del tribunal. «Un día nos dijo que estaban dando palos de ciego, que era muy difícil de encontrar si no tenía antecedentes» trasladó. Además, relató que cerca de la fecha de detención habló con Roger Serafín sobre el tema y le contó que había el rumor de que estaban buscando a un hombre pelirrojo. Pero el autor confeso, dijo, no se inmutó. «Es una persona muy reservada, nunca hablaba de su vida» acabó su ex amigo.
La primera ronda de declaraciones se cerró con la participación de los dos guardia civiles de Fene que fueron los primeros en llegar a la escena del crimen y que explicaron cómo actuaron la noche en la que el cuerpo apareció. Indicaron que de camino a la comisaría de Ferrol para llevarles «una fotografía de Elisa» recibieron la llamada de los vecinos que creían haber localizado el cuerpo. «Nos trasladamos de forma inmediata y ya nos estaban esperando en la carretera» recordaron. Acto seguido se adentraron en el monte, por un sendero que parecía recién abierto «con la maleza aplastada» y hallaron el cuerpo. Preguntados sobre si era posible divisar el cuerpo desde la carretera, coincidieron en que «no». «Había pinos, maleza y matorrales muy altos, como de mi altura, era imposible verla» explicaron, pese a la cercanía a la carretera.
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