EL GARABATO DEL TORREÓN
El PSOE se hace el harakiri
El derrumbe da un poco de pena, pero no es una novedad en Galicia
El PSOE tenía seis concejales en Santiago: le quedan dos. El PSOE tenía la alcaldía de Viveiro: ya no la tiene. Todo en un par de días. El PSOE, o lo que queda de él, está dispuesto a hacerse el harakiri. El derrumbe da ... un poco de pena, pero nos es novedad en Galicia, donde el partido declina desde los tiempos de Gómez Osorio, que era lugués de Baleira, si no me patina la memoria. Quiero decir, que PSOE y Galicia parecen términos antitéticos, pese a la oriundez de Iglesias Posse.
La pendencia, por ahora incruenta (pero todo se andará, que decía el cojo) entre lameculos y damnificados del sanchismo es el principio de una defunción que se ve venir. 'Nihil es aeternum', que diría don Enrique, el párroco de mi pueblo.
Esto de las purgas, las expulsiones, las autoinmolaciones y las ejecuciones disfrazadas de dimisiones es un invento muy viejo y que afecta a todos los partidos. No ya a los desgastados por el uso, como el propio PSOE, sino también a los de vida fugaz. En Galicia, cualquiera que tenga cierta edad y un poco de curiosidad por las majaderías recordará los casos del Partido Socialista Galego (PSG) y de la UCD. El PSG, puesto en marcha –con Franco vivo y coleando– por Beiras, Cesáreo Saco, Manolo Caamaño y otros, aguantó hasta que dejó de molestar a sus hermanitos. Llegado ese momento, se lo repartieron la UPG y el PSOE, tras los correspondientes baños purificantes en el Jordán de Esquerda Galega y afines.
El suicidio de la UCD gallega (perdón por el oxímoron) fue, si cabe, más patético, porque tuvo algún que otro episodio resuelto a guantazo limpio. Uno recuerda aquella asamblea resuelta a soplamocos entre rosonianos y oteronovistas (y algún soponcio a mayores) y se pregunta cómo fue posible el milagro de que aquel gallinero llegase a ser durante algunos años la fuerza política hegemónica en Galicia. Después vino el breve paréntesis touriñés y el largo ciclo fraguiano, en el que seguimos. Es el resultado de aplicar a las urnas aquel viejo principio de que más vale un mal conocido que ciento por conocer.