Félix Bolaños encaja otra derrota que erosiona su rol en el Gobierno

La medianoche del lunes al martes tuvo que asumir en primera persona la respuesta al Tribunal Constitucional (TC) tras el varapalo al plan judicial. Apareció solo, con gesto grave, en la inmensa sala de prensa principal del complejo de La Moncloa, leyendo el discurso en el 'teleprompter' (la herramienta que utilizan los presentadores de telediarios), en una escena parecida a las que protagonizaba el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante sus alocuciones en la pandemia.

Pero el hecho de que el propio jefe del Ejecutivo tuviese que repetir la toma apenas 11 horas después, en su comparecencia sin preguntas de la mañana del martes, evidencia que el resultado no convenció a quienes manejan la comunicación en La Moncloa y en Ferraz, ahora más coordinados que nunca en los últimos años.

Él (primero de su promoción en el Curso General de Abogacía y letrado del Banco de España) es la clave de bóveda de la acción jurídica del Gobierno. El cortafuegos de Carmen Calvo, la exvicepresidenta primera, ya no está. Y en el rosario de conflictos relacionados con la Justicia que asolan al Gobierno en los últimos tiempos no se tienen noticias de la ministra del ramo, Pilar Llop.

En un Gobierno sin vicepresidente político (Nadia Calviño tiene el mismo rango que ostentaba Calvo, pero su tarea está centrada en su cartera económica) Bolaños es el hombre para todo. Desarrollando con más jerarquía aún el papel que empezó a desempeñar como secretario general de presidencia del Gobierno entre 2018 y 2021, adonde llegó tras ser uno de los militantes que siempre apostó por Sánchez durante la guerra fratricida que vivió el PSOE entre el otoño de 2016 y la primavera de 2017. Y desde donde coordinó asuntos cruciales como la exhumación de Franco en 2019, todo un alarde de logística, o justo antes de llegar a ministro, los indultos a los líderes del 'procés'.

Ahora es el negociador por excelencia del Gabinete cuando se trata de hacer malabarismos con la siempre precaria mayoría en las Cortes. Así ocurrió a principios de este año con la reforma laboral, cuando hubo que tirar de la 'geometría variable' parlamentaria, metiendo a Ciudadanos en la ecuación, al no lograr Yolanda Díaz los apoyos de ERC y Bildu. La cosa salió bien, pero gracias al célebre error del diputado Casero.

Ya entonces se empezó a extender la especie de que no es lo mismo pilotar grandes despliegues que protagonizar negociaciones políticas. Ni tampoco ponerle letra a músicas ideadas por otros (los indultos) que componer sinfonías propias, como ha ocurrido ahora con la frustrada reforma por la puerta de atrás del Poder Judicial. También fue el encargado de negociar con el vicesecretario del PP, Esteban González Pons, el último intento de renovar el CGPJ. La impresión de algunos en el PSOE, que curiosamente se comparte desde Génova, es que «se quemó» en una negociación que saltó por los aires cuando la reforma de la sedición, ahora culminada, entró en liza. De haber podido separar ambas cosas, quizás el resultado habría sido otro.

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