Premian a tres inventores por sus etiquetas inteligentes «semáforo» para no desperdiciar alimentos
El sistema detecta de forma sencilla bacterias para saber si la comida se puede consumir y ya se comercializa a empresas en varios países americanos
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La duda suele surgir al sacar comida de la nevera y no estar seguro de si está en condiciones de comerse. Por eso, muchas veces acaba en el cubo de la basura. Ahora ya hay un sistema para saber qué hacer: unas etiquetas «inteligentes ... » ideadas por un equipo de jóvenes emprendedores en el Parque Científico de la Universidad Miguel Hernández de Elche, que detectan la actividad de bacterias en los alimentos.
Les ha valido un premio europeo a las mejores patentes, que recibirán en junio en Islandia. Si se populariza el uso -ya se comercializan a empresas en varios países americanos- pueden contribuir a reducir una lacra evidente actual, sobre todo en el mundo de la opulencia: más de 59 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año en la UE, lo que equivale a 132 kilos por persona y un coste estimado de 132.000 millones de euros.
Estos innovadores dispositivos con forma de simple adhesivo funcionan como «semáforo» que cambia de color hasta ennegrecerse, si hay bacterias, son además biodegradables y permiten prevenir las intoxicaciones alimentarias.
Pablo Sosa, uno de los tres integrantes de este equipo pionero, cofundador de la empresa Oscillum, detalla en esta entrevista algunos detalles de esa iniciativa
—¿Cuál fue el origen de estas «etiquetas inteligentes» contra el desperdicio alimentario? Parece ser que parten de un proyecto universitario.
—No era un proyecto de clase como tal, sino que la Universidad Miguel Hernández de Elche tiene muchos programas de emprendimiento, de intentar llevar la ciencia a la sociedad, y como nosotros somos de la carrera de Biotecnología, la integración de ciencia y resolver problemas, y ahí fue cómo desarrollamos mejor la idea. No fue una asignatura, específicamente.
—¿Qué utilidad destacaría de este sistema de detección para saber si los alimentos están en buen estado?
—Nos enfrentamos al problema de que no sabíamos cómo están los alimentos en la nevera, como el típico envase que abres y te dedicas a oler y mirar, o las sobras de hace unos días, no sé si me lo puedo comer o no. O como el lunes pasado con el apagón, que todo el mundo se pregunta si estando la comida ahí durante unas horas con el frigorífico sin funcionar, está buena o no.
Con ese tipo de dudas nos surgió a nosotros la idea y desarrollamos esta tecnología. Es impresionante que -por ejemplo- yo pueda ahora mismo mirar al cielo y saber qué avión está pasando por mi cabeza, pero no sé cómo está la comida en mi nevera, realmente.
—Entonces, ¿es algo realmente útil para todo el mundo?
—Sí, nosotros trabajamos en packaging inteligente, pero tenemos otras empresas compañeras, colegas, que abordan el mismo problema de cómo están los alimentos con una app, un gadget... una cosa más informática, mientras que nosotros buscamos un enfoque más universal, que lo entienda mi abuela y cualquier persona.
Ha sido con ver un cambio de color y ahora también buscamos un cambio de textura, para que las personas que no puedan ver también lo puedan utilizar. Nuestra idea es que sea accesible, hemos trabajado en España y, por ejemplo, en África ahora, y queremos que sea para todos, para ese sector que no está tecnologizado, aunque se puede digitalizar, escanear un código QR.
Además, nos preocupa un problema global de salud alimentaria, no sólo el desperdicio, que surge de lo que suele decir de 'yo no me como esto para no ponerme malo', la prevención. En Europa hay infraestructuras, pero en países en vía de desarrollo, la tecnología ayuda a evitar intoxicaciones alimentarias muy graves, que luego suponen grandes tragedias.
—¿Significa el fin de las fechas de caducidad o que se revisará ese método al poder conocer la calidad de lo que se consume?
—Inicialmente, nuestro enfoque es de crear un complemento, quizá más bien se orienta a la fecha de consumo preferente, que genera tanta confusión. Tenemos en Europa dos fechas: la de caducidad, dirigida a la industria, pero una vez que abres el producto, esa fecha ya no vale y hay productos que pone que hay que consumirla en menos de 12 horas. Esa fecha es muy difícil de calcular, depende de muchos factores, como si tienes bacterias en las manos cuando coges el alimento o si tu tabla de cortar la comida no sea la misma que la de cortar la fruta. No lo pueden controlar, ponen una fecha aproximada, es la más inexacta.
Pretendemos dar una idea de cómo está esa comida, tanto a un restaurante, para saber si la puede utilizar, o en el hogar.
—¿Cuánto se podría ahorrar al no desechar alimentos que todavía son aptos para el consumo, gracias a estas etiquetas?
—Las cifras en Europa son de 50 millones de toneladas de alimentos, sólo reducir el 10% ya significaría 2,5 toneladas de CO2 y ahorro en los consumidores, cada hogar unos 300 euros por 'no me fío, está feo, la comida lleva mucho tiempo en la nevera'.
Y no es una obligación, tú usas esa información o no: yo te digo que esa comida que te ha preparado un familiar o una hamburguesa tiene bacterias, pero tú ya decides si te la comes o no.
—¿Qué tiempo funciona sin problema su sistema? ¿Tiene caducidad o un periodo de vigencia recomendado?
—Si se conserva en un lugar seco y ausencia de luz del sol, tenemos estimado un tiempo de uso de entre seis meses y un año. Y cuando se pone en contacto con alimentos, funciona como un semáforo y tarda unos 30 minutos en adaptarse a las bacterias. En el refrigerador puede aguantar meses, porque en ciertos lugares del mundo es importante, ya que Es de un solo uso. Estamos intentando hacer otros dispositivos para más de una vez, pero eso encarece el producto. Si fuera reciclable, tendría que ser más como un gadget, un dispositivo, no como ahora, que es como una impresión en un papel.
Va de transparente a negro. Se ve el logo de empresa, que tiene un porcentaje y conforme va desapareciendo es que el alimento se está poniendo malo. Al final, se pone completamente negro. Además, es un polímero biocompostable.
Ahora se vende en un pack, un lote de unidades de etiquetas, ahora a empresas y nuestra idea es llegar también al consumidor final.
—¿Cuáles son los fundamentos científicos de esta detección de bacterias en los alimentos?
—Medimos la cantidad de bacterias, que tienen biomarcadores, unas huellas digitales que monitorizamos, ya que cuando la bacteria se come el alimento emite unos gases que podemos detectar, o algunas tienen unas moléculas en su cuerpo que nuestro sensor puede detectar. Las va buscando y cambia de calor, funciona por su concentración.
—¿Qué empresas, universidades o entidades han dado soporte a esta idea?
—Nosotros somos de la Universidad Miguel Hernández de Elche, la UMH, sobre todo, el Parque Científico, que ayuda mucho al emprendimiento en ciencia, que es muy complicado, al fin y al cabo somos un tipo de emprendedor diferente. La gente piensa en uno de tipo Bill Gates o Steve Jobs, que está en su garaje con un ordenador, él se lo guisa y él se lo come, pero el investigar en ciencias básicas, biología, al principio ensayamos en la cocina de nuestras casas, pero conforme vas creciendo e investigando ya necesitas instalaciones, la UMH nos ha proporcionado la maquinaria especializada, el Parque Científico los aceleradores, por ejemplo. Y hay entidades europeos como EIT Food, que fomentaa la investigación en alimentación, energía y otras cosas, y Climate-KIC. Además de, por supuesto, la Comisión Europea, con una subvención que nos dio el mayor impulso y nos financió el desarrollo de toda nuestra tecnología, a través del CDTI en España.
Distinción de la Oficina Europea de Patentes
Junto a Pablo Sosa, Pilar Granado y Luis Chimeno forman este trío de jóvenes inventores dentro del selecto grupo de los 10 innovadores del Premio Jóvenes Inventores 2025, otorgado por la Oficina Europea de Patentes (OEP), que se entregará el 18 de junio en Islandia. Se conocen como los Tomorrow Shapers y por un jurado independiente entre más de 450 candidatos.
«Gran parte del desperdicio alimentario se debe a la incertidumbre sobre la frescura de los productos, lo que lleva a consumidores y comerciantes a desechar alimentos que aún podrían ser aptos para el consumo», resaltan desde este organismo, acerca de la utilidad de esta invención ilicitana.
Según la OMS, 23 millones de personas enferman cada año en Europa por consumir alimentos en mal estado. «Para hacer frente a estos problemas, los emprendedores españoles Pilar Granado, Pablo Sosa Domínguez y Luis Chimeno, afincados en Elche, han desarrollado etiquetas inteligentes y biodegradables que muestran en tiempo real el estado de los alimentos en términos de frescura, reaccionando ante el crecimiento bacteriano», subrayan.

Estas etiquetas también pueden aplicarse a frutas y verduras para indicar su grado de madurez y no descartar productos que todavía son frescos, pese a su aspecto, abundan. Al analizar directamente el crecimiento bacteriano y los compuestos orgánicos volátiles, las etiquetas inteligentes ofrecen una mayor precisión en tiempo real, al adaptarse tanto a productos envasados como no envasados, entre los que se incluyen la carne, el pescado y otros productos perecederos.
«La innovación de estos tres emprendedores españoles aborda las limitaciones de los indicadores de frescura actuales, como las etiquetas de tiempo-temperatura, que solo relacionan el deterioro del alimento con fallos en la cadena de frío», detallan.
Granado, Sosa y Chimeno compartieron piso mientras estudiaban en la Universidad Miguel Hernández de Elche, y fundaron la empresa Oscillum unidos por su pasión por las ciencias aplicadas. La idea surgió a partir de un dilema doméstico: decidir si comer o tirar un alimento guiándose sólo por su aspecto. «Un domingo, Pablo encontró un trozo de carne en la nevera que tenía mal aspecto y olía raro, pero aun así decidió cocinarlo y comérselo… Al final, no le pasó nada. Eso nos hizo pensar en cuántas veces, nosotros incluidos, tiramos comida solo por su aspecto. Fue entonces cuando empezamos a imaginar formas simples e intuitivas de saber si un producto sigue siendo apto para el consumo», explican Luis Chimeno y Pilar Granado.
Para convertir esta idea en un negocio viable, el equipo participó en programas de apoyo al emprendimiento y colaboraciones con empresas para perfeccionar su tecnología. Recibieron financiación del Centro para el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (CDTI) y participaron en varios concursos, como los Premios Emprende XXI de CaixaBank. «Lanzar un producto nuevo significaba que ni la industria ni los consumidores sabían qué era ni cómo funcionaba. Tuvimos que dedicar mucho esfuerzo a contar nuestra historia y demostrar la utilidad y ventajas de nuestra tecnología», añade Pablo Sosa.
Oscillum se lanzó oficialmente en 2019, consiguió financiación y colaboraciones para aumentar su producción. Hoy en día, la empresa sigue ampliando su gama de productos, incluyendo envases activos que alargan la vida útil de los alimentos al interactuar con su entorno. Desde el principio, el equipo dio prioridad a proteger su invento mediante una patente.
El Premio Jóvenes Inventores reconoce a innovadores de todo el mundo de 30 años o menos que utilizan la tecnología para afrontar los grandes retos globales planteados por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Las etiquetas inteligentes de Oscillum contribuyen a varios de estos objetivos, como el ODS 2 (Hambre Cero), ODS 3 (Salud y Bienestar), ODS 12 (Producción y Consumo Responsables) y ODS 13 (Acción por el Clima).
Los premios especiales de la edición de 2025, entre ellos los tres galardones especiales y el Premio del Público, se otorgarán durante una ceremonia retransmitida en directo desde Islandia el 18 de junio de 2025.
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