El ensayo Ferrándiz: un asesino en serie sin tratar en libertad
Joaquín Ferrándiz, que mató a cinco mujeres en Castellón a finales de los 90, sale este 22 de julio de prisión tras cumplir la pena máxima. Es el primer homicida múltiple en España que podrá rehacer su vida. Los criminólogos lamentan que las cárceles carecen de terapias o estudios para criminales como él
Joaquín Ferrándiz, el asesino en serie de cinco mujeres, al salir de la cárcel: «No volveré a Castellón por respeto a las víctimas»
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Imagen de Joaquín Ferrándiz tomada este jueves a las puertas de la cárcel de Herrera de la Mancha
Joaquín Ferrándiz ansía una tercera oportunidad. Su «mayor ilusión» es volver a ser una persona normal. Era un tipo encantador, inteligente y atractivo cuando asesinó a cinco jóvenes de entre 23 y 25 años en Castellón y lo intentó con otras dos. «Un cazador ... solitario de doble vida», como tituló ABC en la época: un treintañero que vivía con su madre y trabajaba como agente de seguros de lunes a viernes, y mataba con «sigilo y clandestinidad» los fines de semana.
La sentencia de 1999 que lo condenó a 69 años de prisión le imputó «un trastorno de la personalidad polimorfo, que no le impedía gobernarse por sí mismo». Con la legislación actual probablemente hubiera sido condenado a prisión permanente revisable. Su salida este sábado 22 de julio de la cárcel de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, tras cumplir la pena máxima que prevé el Código Penal y sin haber recibido ningún tipo de tratamiento, es una especie de ensayo.
«Ferrándiz es un experimento. Es el primero de los asesinos en serie condenados que ha podido salir en libertad con casi 60 años, sin ningún tipo de enfermedad terminal ni una vejez manifiesta. Ninguno de los anteriores ha tenido posibilidades físicas de llevar una vida normal. Tenían graves problemas mentales y murieron en psiquiátricos o en la cárcel», cuenta Vicente Garrido, catedrático de Criminología de la Universidad de Valencia que ayudó a trazar el perfil del 'depredador de Castellón' y fue clave para reconstruir sus crímenes.
El fallo que le ha mantenido entre rejas durante un cuarto de siglo -sin incidentes- le prohíbe residir durante los próximos cinco años en el círculo en el que sembró el terror sin sospechas, aunque sus planes pasan por trasladarse al extranjero.
Imagen del juicio celebrado en la Audiencia de Castellón en noviembre de 1999
Ferrándiz empezó a matar 88 días después de haber salido de la cárcel en libertad condicional por buena conducta. Había sido condenado en 1989 por violar a una joven motorista de dieciocho años a la que arrolló con su coche. La sociedad castellonense lo erigió a él como víctima e incluso recogió firmas en su favor, con el convencimiento de la época de que el yerno perfecto -con estudios, sin anomalías psiquiátricas y autodeclarado inocente- no podía ser un violador. Salió de la cárcel en abril de 1995 tras cumplir seis de los catorce años de pena impuestos.
La profesora Sonia Rubio desapareció en Benicasim ese mes de julio y su cadáver no se encontró hasta noviembre. Las tres víctimas siguientes, asesinadas entre agosto y septiembre de 1995, fueron mujeres prostituidas: Natalia Archelós, Francisca Salas y Mercedes Vélez, a quien conocía por haber sido novia de su hermano. A ellas nadie las buscó y tampoco se relacionaron los casos. Sus cuerpos semidesnudos aparecieron con muy pocos días de diferencia, entre enero y febrero de 1996, y a escasos metros uno de otro en un camino de Vila-real denominado 'Vora riu', una zona con abundante matorral y maleza junto al cauce del río Mijares.
«Quería destruirlas»
La Guardia Civil detuvo a un camionero como sospechoso de esos crímenes, pero las pruebas no eran contundentes y se le liberó en 1997. La aparición del cuerpo de Amelia Sandra García en febrero de ese año lo cambia todo. Cinco meses antes había sido arrojada a una balsa del término de Onda. Castellón no daba para tantos asesinos y el 'modus operandi' era el mismo: las ataba con su propia ropa y las asfixiaba. «Planificaba perfectamente los ataques. Las cinco eran mujeres que estaban solas, que subieron confiadas a su vehículo y que no fueron vistas por nadie. Tenía absoluta impunidad para terminar con ellas», sostiene Antonio Gastaldi, fiscal que participó en la investigación, convencido de que esa pulsión criminal no se hubiera frenado de no ser por el trabajo de la Unidad Central Operativa (UCO), que se puso al frente de la operación 'Bola de cristal'.
Joaquín Ferrándiz llegó a ser arrestado tras abordar a una joven por la calle y forzarla a entrar en su coche, pero la chica consiguió huir. Lo volvió a intentar en julio de 1998 sin saber que la Benemérita seguía sus pasos: deshinchó la rueda del coche de una mujer y la siguió con el suyo hasta que volcó. Tras el accidente, cogió a la joven inconsciente, la introdujo en su vehículo y la llevó al hospital franqueado por la UCO, que aumentó sus sospechas sobre él y registró su casa. Allí encontraron una prueba clave: la cinta de embalar de 18 milímetros -una medida que no se comercializaba- con la que había maniatado y tapado la boca a Sonia Rubio.
Una personalidad única
La criminóloga Carmen Balfagón se refiere a Ferrándiz como «el Ted Bundy español», en alusión al sádico estadounidense que fue ejecutado por asesinar a una treintena mujeres en los setenta
Ya detenido, Ferrándiz confesó su primer crimen ante el titular del Juzgado de Instrucción número 8 de Castellón, José Luis Albiñana. En las sucesivas entrevistas con un equipo de criminólogos acabó atribuyéndose la autoría de los otros cuatro: «No violé a nadie». «Creo que necesitaba demostrar que las odiaba, que tenían que pagar una culpa. No me habían hecho nada personalmente, pero quería destruirlas. Esa capacidad era para mí algo irresistible», aseveró Ferrándiz. De no haberlo hecho, probablemente, no habría podido ser acusado.
25 años después, es un hombre libre y tiene derecho a rehacer su vida. Ximo, como lo conocían sus amigos y los vecinos a los que siempre saludaba, viene disfrutando de permisos de cuatro y seis días en los que ha sido acogido por una entidad religiosa, gracias a la intervención del cura de la cárcel. «Con la normativa actual saldría en libertad vigilada, con algún tipo de control durante varios años, pero no se puede imponer una medida de una ley posterior de forma retroactiva», explica Gastaldi.
Pese a que se le han ofrecido cursos o terapias, Ferrándiz las ha rechazado al no considerarse un agresor sexual. El sistema español aplica un castigo, pero la reeducación no es obligatoria. «El tratamiento se puede incentivar o sugerir, pero no imponer. Aunque se puede traducir en beneficios penitenciarios, siempre es voluntario», apunta el fiscal. Tampoco existe una intervención específica para asesinos seriales en España.
Posibilidades de reincidir
«No es un enfermo psiquiátrico. Es una persona muy educada, con un nivel intelectual altísimo, que es consciente de lo que ha hecho, pero que se queja de que no le están estudiando y, por consiguiente, no le están tratando. Él no sabe porqué mató», incide la decana del Colegio de Criminólogos de Madrid, Carmen Balfagón, que se entrevistó con el reo hace unos meses. Sin ese análisis durante el tiempo que permanecen en la cárcel, «no podemos establecer medidas de prevención para que se reinserte y no reincida». Balfagón se atreve a dar un diagnóstico sobre la motivación del homicida. Un odio que, añade, se habría diluido con el paso del tiempo: «Su novia lo dejó cuando más la necesitaba y él se vengó, por eso dice que no recuerda la cara de sus víctimas, porque él solo veía a una».
No obstante, Vicente Garrido lo achaca, más bien, «a un deseo de no recordar». «Nunca ha querido hablar de sus crímenes más allá de lo necesario para confesarlos», agrega Garrido. Ambos criminólogos están alineados con la idea de que es difícil, aunque no imposible, que vuelva a delinquir y apuntan algunos factores que lo mantendrían alejado de la actividad criminal. Entre ellos, el efecto disuasorio de media vida entre rejas, la reflexión de un hombre «pragmático» sobre el resultado de su comportamiento y la pérdida de la pulsión criminal. Tampoco tiene asociado un contexto familiar de delincuencia.
«Sabemos que hay asesinos en serie que dejaron de delinquir durante años o para siempre, porque fueron capturados mucho tiempo después. Significa que habían controlado ese impulso de matar. Aparece una especie de valoración muy egocéntrica de que no les vale la pena continuar», ejemplifica Garrido. «No podemos estar seguros de que no va a reincidir, pero tampoco podemos tener la seguridad de que va a seguir siempre cometiendo delitos», sentencia.
Actualmente, las prisiones cuentan con psicólogos, trabajadores sociales y juristas. «Intentamos que en España se regule nuestra profesión porque hablar de reinserción sin la evaluación de un criminólogo es poco menos que arriesgado», advierte Balfagón. La ministra de Justicia no los ha recibido, por lo que la pelota pasará al tejado del nuevo Gobierno que salga este domingo de las urnas.
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