Ciegos de amor: de la ruina al suicidio
Son víctimas silenciosas, de entre 50 y 70 años, y enamoradas. Delincuentes desde un cubículo remoto de Nigeria atizan la hoguera solo con palabras hasta esquilmar sus cuentas y sus vidas. Apenas hay denuncias
Madrid
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Iniciar sesiónLa exuberante Kimberly, brasileña de 35 años, cautivó a Juan en pocos días. «Eres el aire que respiro. La cosa más feliz que me ha pasado», le escribía. A sus 70 años, el antiguo directivo de una multinacional, viudo, se dejó acariciar por el ... cosquilleo de las palabras de su enamorada. Ella -él, ellos, quién sabe- había captado la soledad de Juan (nombre supuesto) y sus ganas de una segunda oportunidad.
«El lunes envié 5.000€ y preguntaba si los has recibido, pues deben estar allí y ahora salgo del otro banco de enviarte 14.000 más». Kimberly necesitaba más dinero: «Haz una concesión o un pago para evitar problemas en la transferencia», le apremia.
Y luego los mensajes de amor pueriles, de telenovela barata, indetectables para quien se niega a ver: «Apenas podía dormir teniendo cada uno el pensamiento de estar contigo», continúa ella.
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Entre mensaje y mensaje, al cabo de unos meses, los 150.000 euros que Juan tenía ahorrados desaparecieron. No solo eso: sus hijas descubrieron que pese a la holgada situación económica de la que creían que disfrutaba había pedido un crédito al banco de 50.000euros.
«Kimberly me quiere»
«Vino a poner la denuncia obligado por sus hijas. Ellas estaban en shock, no entendían nada y él, como todas las víctimas de esta estafa, se negaba a creernos». La jefa del Grupo de Fraude en comercio electrónico de la Unidad de Ciberdelincuencia de la Policía no ha olvidado esta historia, una de las pocas que acaban aflorando en las llamadas estafas del amor o 'Love Scam'. A esta unidad central llegan uno o dos casos al año, pese a que hay miles de víctimas. La vergüenza, la ruina en la que acaban oculta una cifra negra alarmante y en aumento.
«Tras la primera denuncia le conseguimos fotos, pantallazos idénticos a sus conversaciones con la supuesta Kimberly que había enviado a otras víctimas y aun así él no nos creía. Se enfadaba. Hubo momentos en la investigación en que parecía darse cuenta pero luego le volvía a escribir después de haber perdido 200.000 euros». «Kimberly me quiere de verdad», reiteraba a los atónitos investigadores que ya habían descubierto que el perfil se había creado en Nigeria, el dinero de Juan había terminado en una cuenta guineana y de ahí había salido hacia cuentas bancarias de un tercer país africano.
Las víctimas son tanto hombres como mujeres, la mayoría de entre 50 y 70 años, separadas, viudas, con cierto poder adquisitivo o ahorros, que deciden dar otra oportunidad al amor. Cuelgan su perfil en aplicaciones de citas o en redes sociales y en cinco frases que las describen dan la clave a los estafadores para preparar su golpe, basado en esa información inocente que ha contado el ansioso de romance.
Si el candidato escribe por ejemplo «me encanta leer», el captador le hablará del último libro que ha devorado o de su pasión por determinadas novelas. Si el hobby son viajes, el procedimiento apuntará en esa dirección; da igual la preferencia de la víctima. Al otro lado, en una granja de ideas, una organización criminal estará diseñando una estafa a medida. Echan las redes y a pescar incautos o solitarios. En cuanto eso sucede, se reparten el trabajo e inventan varias historias en paralelo que van engordando. Google translator hará el resto y acomodará las palabras.
«Los nigerianos son los mejores especialistas. Tienen los perfiles, las fotos, los mensajes, todo creado. Traducen los documentos y los lanzan en alemán, italiano, español, lo que toque. Los malos también se hacen vagos», apunta la inspectora especializada en este tipo de estafas. El gran problema es que la víctima, mayor de edad, envía voluntariamente su dinero. A veces si la transferencia es muy elevada, salta la alarma en el banco, pero tampoco puede intervenir puesto que es un acto libre. El drama surge cuando los hijos o el entorno se da cuenta. Pero la ceguera del enamorado nubla el engaño.
Americano para ella
Juan perdió sus ahorros y su fe. Amelia, su hermana Ángela y su hermano Pepe han perdido la vida. La intrahistoria del triple crimen de Morata de Tajuña (Madrid) es una deuda por otra estafa de amor, cebada durante años. Sin denunciar, sin abrir los ojos o descubriendo la verdad -en el caso de ellas- cuando era demasiado tarde. Tres muertos y un asesino sobrevenido al perder todo lo que poseía enredado en una espiral de mentiras y deudas aplazadas.
«El primer problema que tenemos para investigar son las propias víctimas. Cuando vienen llevan meses o años mandando dinero, no te quieren enseñar los chats, te dan información parcial y esas dilaciones provocan que al intervenir nosotros el dinero ya haya volado», explica la jefa de Fraude. «Tú puedes crear una página en un segundo, pero la Policía tarda cinco días en tumbarla. La globalización ayuda a las organizaciones criminales pero perjudica a los policías y los jueces. Nuestra burocracia se estrella contra la rapidez de este tipo de delitos».
Kimberly, Edwar, James, Michel... los nombres de los estafadores son intercambiables igual que las historias creadas a golpe de perfil. Suelen crear personajes peliculeros, rodeados de atractivo físico e intelectual para envolver a las presas. En el caso de las mujeres es un clásico el soldado, empresario o directivo norteamericano necesitado de cariño y dinero por una situación sobrevenida, cambiante y adaptada al momento de la estafa. Para ellos, las brasileñas son un reclamo.
Detrás de unos y otras, cientos de individuos trabajando a destajo en cubículos de Nigeria sobre todo, con experiencia en ingeniería social y control absoluto de redes sociales (Facebook e Instagram a la cabeza) y páginas de contactos: antes Pasión, ahora Tinder y sus sustitutas. Son redes integradas por muchísimos miembros que crecen al calor del éxito del vecino. «No se puede calcular el volumen de negocio, pero es millonario; en tres transacciones se aseguran miles de euros», cuentan los agentes.
«Las víctimas mandan dinero a Lituania, Hong Kong, Guinea... Acaba blanqueado en la compra de material de construcción»
Es un delito invisible porque la víctima pierde su dinero y acaba con el corazón roto. Elige el refugio de callar. Como le ocurrió a Olga Febles, que primero optó por el silencio y luego acabó arrojándose al río Ebro. Alquiló una habitación en el hotel Los Bracos de Logroño y hasta allí condujo con su hija Adriana y su nieta Carolina, de cinco años.
A la pequeña la atiborraron de pastillas para dormir que le causaron la muerte. Adriana también las tomó y Olga salió de madrugada y se quitó la vida. Ocurrió en enero de 2020. Antes dejó cuatro cartas en su casa de Haro para su hijo, su marido, su hermana y la última, aterradora, en la que cuenta la estafa del amor de la que fue víctima.
«Hago responsable de mi suicidio al Sr. James Raymond, de nacionalidad inglesa, empleado de la ONU (...) He sido estafada tanto por James como por la ONU. Denuncié en septiembre al Sr. James y la Policía me pidió que no tuviera más comunicación con él pero yo seguí hablando con él porque quería recuperar el dinero que le había prestado para que pudiera ir a ver a su hijo que estaba muy enfermo».
Olga, madre de familia, empresaria, cayó en una red de la que no pudo escapar. Envió al falso James unos 100.000 euros. Lo perdió todo y desesperada optó por quitarse la vida. Entre ella y su hija se llevaron por delante la de una criatura de cinco años.
Los investigadores han detectado que el dinero de víctimas como Olga o Juan, miles y miles de euros, va a una cuenta intermedia que puede estar en un país africano o no (han descubierto fondos en Hong Kong, Lituania o Rusia); con esos fondos la organización compra bienes en Guinea, normalmente material de construcción; lo meten en contenedores y los ahorros de una viuda o de un divorciado español acaban en ladrillo, cemento o revestimientos en Nigeria. Al destino final, el monto de la ruina, y a veces la sangre, llega ya blanqueado, sin nombre y sin posibilidad de recuperarlo.
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