ópera
Caras y cruces de Norma
La 'Norma' que puede verse estos días en el Liceo es un claro de que a veces el anunciado como «segundo» reparto acaba resultando más convincente que el «primero»
Marta Mathéu fue la primera soprano catalana en encarnar el papel protagonista en el teatro barcelonés desde que lo hiciera Montserrat Caballé
Barcelona
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- Música: V. Bellini
Sucede en las mejores casas (de ópera) que a veces el anunciado como «segundo» reparto acaba resultando más convincente que el «primero», integrado por nombres más conocidos por el público. La 'Norma' que puede verse estos días en el Liceo es un claro ejemplo ... de ello. Y no es que el primer reparto lo haga mal, en absoluto. Ahora bien, con la misma calidad musical global, la entrega y pasión que ponen en las funciones dos cantantes locales como Marta Mathéu y Airam Hernández son imbatibles, y así lo valoró el público con una expresiva ovación.
Con todo, sería injusto no destacar del primer reparto (día 18) a Marina Rebeka, una Norma experimentada, con una voz potente y bella, buena conocedora del papel y capaz de abordar su complejidad con solvencia. Seguramente, podría haber dado más emoción al personaje si se hubiese encontrado en mejor compañía. El Pollione de Riccardo Massi resultó hierático, poco expresivo, sin demasiados matices. Con pocas ganas. La Adalgisa de Varduhi Abrahamyan fue bella, pero el color oscuro de su voz encajaba poco con la Norma de Rebeka, cosa relevante teniendo en cuenta la importancia que Bellini otorga a los dúos y tríos en esta obra maestra. Testé, tras anunciarse por megafonía que actuaba pese a padecer una afección vocal, cantó un Oroveso discreto.
Ya el día 19, la atención se centraba en el debut de Marta Mathéu como Norma. Por primera vez una catalana encarnaba el papel en ese escenario desde que lo hiciera Montserrat Caballé. Las comparaciones, en este caso, son inútiles. Caballé tuvo un Liceo que confió en ella como confió en muchas otras sopranos locales que no han pasado a la posteridad. Sin aquella cantera, no hubiésemos tenido ni a Caballé ni a De los Ángeles ni a Carreras ni a tantos otros. Es buena noticia, pues, que el teatro vuelva a apostar por fin por el talento local. La respuesta del público demuestra que es una buena inversión.
«La peor parte, con honores, se la lleva la pésima dirección de Domingo Hindoyan. Si tiene alguna virtud –que alguna debe de tener para frecuentar los podios que frecuenta–, se guardó mucho de lucirla en Barcelona».
Mathéu respondió al reto con exactamente la misma solvencia que ha exhibido durante años con directores como Dudamel o Savall. Es una cantante con un gusto musical exquisito, y con un envidiable dominio de su instrumento. Demostró una potencia escénica impresionante, y con su voz dibujó los vaivenes del personaje, que oscila constantemente entre la ira, la piedad, las dudas, el amor y el temor. Una Norma, pues, delicada y llena de matices, emotiva y contenida, que vino a demostrar que, si se le dan oportunidades, Mathéu se crece y supera el reto con éxito.
A su lado, el tenor Airam Hernández cantó un Pollione también lleno de matices y todos los detalles -laborioso trabajo- que se esperan en el repertorio belcantista. Más allá del ligón que solemos ver en él, dio al personaje una dimensión más humana, poliédrica, que encaja a la perfección con la Norma de Mathéu.
Excelente química entre los dos sobre el escenario, a nivel actoral y musical, como pudo comprobarse en el último dúo de la pareja, antes de ir a la hoguera. A ellos hay que añadir la magnífica Adalgisa de Teresa Iervolino. Cualquier elogio se le queda corto, y su dúo con Norma en el segundo acto fue sobrecogedor. Finalmente, el barítono Marko Mimica regaló un bello Oroveso, atrapado entre su papel de líder militar y el de padre de Norma. Su canto acertó a transmitir la grandeza del personaje, clave tanto al inicio como al final de la obra.
La escenografía de Ollé y Flores es fotogénica, pero el movimiento escénico da un resultado estático. No es cuestión de si pone mil crucifijos o dos mil medias lunas, se trata de que dramatúrgicamente el ritmo no funciona.
La peor parte, con honores, se la lleva la pésima dirección de Domingo Hindoyan. Si tiene alguna virtud –que alguna debe de tener para frecuentar los podios que frecuenta–, se guardó mucho de lucirla en Barcelona. Tempi que rayaban el ridículo de tan lentos, escasa preocupación por apoyar a los cantantes, sonido desequilibrado, entradas falsas y dubitativas… Un verdadero compendio de lo que un director no debería hacer.
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