Toque de queda Cataluña
Ronda nocturna con los sintecho de Barcelona
«Nadie nos ha contado nada», explica un colectivo que se siente abandonado y a la merced de nuevas agresiones
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Iniciar sesiónCaen las diez de la noche y España se encierra en casa. En Barcelona, el silencio del toque de queda se apodera de todos los rincones y por la calle solo queda algún repartidor de comida a domicilio apurando la última comanda de la ... jornada mientras esquiva las patrullas de la policía municipal. Rápidamente el ambiente queda manchado por una calma tensa en la que cualquier sonido retumba entre la quietud: aviones, autobuses y hasta el murmullo de las hojas.
Darío, un joven sin hogar, se recuesta entre cartones preparándose para vivir su segunda noche de «toque de queda», por llamarle de alguna forma. Él, y los cientos de indigentes que hay en la Ciudad Condal encaran otra velada de incertidumbre, una sensación nada extraña para este joven latinoamericano que lleva seis meses viviendo a la intemperie, casi los mismos que llevamos de pandemia. «Si me quieren multar por estar en la calle, que me manden la nota a mi casa», ironiza. «Nadie nos vino a contar lo del toque de queda, no han contado con nosotros, yo lo leí en el periodico», expone. - «¿Miedo?» - «Poco» .
Una urbe sin movimiento es casi una bendición para los sintecho de grandes ciudades como Barcelona , acostumbrados a las miradas de desprecio cuando no a las agresiones. «Yo todo lo que quiero es dormir, dormir tranquilo», reclama a su vez Ratán en un castellano aprendido en la calle, pero más que entendible.
Según Arrels, la principal entidad de ayuda a las personas sin hogar en Cataluña, este año han muerto 70 indigentes en la comunidad, 18 de ellos en la calle . Para combatir el miedo a ser agredidos, cuando no asesinados (este mes de abril los Mossos detuvieron a un hombre acusado de matar «en serie» a tres indigentes), los sintecho se agrupan formando una suerte de campamentos que indignan a los vecinos y comerciantes, pero que son las únicas redes de seguridad para aquellos que lo han perdido todo. En la capital catalana había hasta el verano varios de estos «asentamientos», uno de los mayores al fondo de La Rambla, a los pies de Montjuic. No obstante, el Ayuntamiento obligó su disolución y ahora sus antiguos inquilinos campan perdidos y aislados entre portales, sucursales bancarias y parques. En el centro de Barcelona los hay por todas partes, incluso en las puertas de lugares emblemáticos como el Liceo, la Catedral o la antes vibrante Plaza Real.
Marco, un indigente italiano de mediana edad y voz firme, prefiere resguardarse del frío en la entrada de una tienda de moda de Portal del Ángel, una de las mayores avenidas comerciales de la ciudad. «Soy cumplidor. Son las diez y ya estoy en casa», bromea. A pocos metros de él está Nicky, un asturiano que lleva 33 años sin hogar. «Nos salva el cachondeo», remata él mientras se despereza y enciende un cigarro. Para él, las calles heladas son un paraíso comparado con el «campo de concentración» que montaron para los sin techo al principio de la pandemia. «Eso era un caos, un infierno, te robaban y había peleas», afirma. «Con el toque de queda, personalmente, estoy más tranquilo, eso de que no haya gente, turistas, borrachos ni ladrones es casi lo mejor para nosotros», insiste Marco. Su miedo son las multas y la actitud de la policía. Es por ello que, a pesar de la sed, evita moverse a la plaza del lado para beber agua en la fuente.
Los últimos
Para las entidades de apoyo y defensa de los sintecho el toque de queda es un ejemplo más de que no se piensa en este colectivo a la hora de gestionar la pandemia. «Los Mossos han prometido que no volverán a multar a las personas sin hogar, esperemos que así sea», declara a ABC el director de Arrels, Ferran Busquets. Asimismo, alerta que las calles vacías otorgan un manto de «impunidad» a los agresores. «Más allá de los asesinatos de la primavera , en la pandemia hemos visto que muchos vecinos increpan a los indigentes por no confinarse», lamenta. Con todo, su mayor temor es la falta de recursos que azota, desde hace meses, el eslabón más débil del ecosistema de la pobreza: «Los sintecho siempre son los últimos en los que se piensa, no es cuestión de hacer un ranking, pero no podemos dejar que nadie quede atrás».
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