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Los votos que el PSOE malversó

El día después de las elecciones, 24 de julio de 2023, Illa seguía recitando el credo constitucionalista: «La amnistía no es factible desde el punto de vista del Estado de Derecho«

Artículos de Sergi Doria

Salvador Illa, fotografiado en la sede del PSC, en Barcelona Adrián Quiroga

Sergi Doria

Barcelona

Jonathan Swift subrayaba la habilidad que distingue a un mentiroso político del resto de mentirosos: debía tener una memoria muy limitada por «las varias ocasiones en que al cabo de una hora deberá contradecirse a sí mismo y jurar dos cosas radicalmente contradictorias según ... quien sea su interlocutor».

Salvador Illa, secretario general del PSC, concurrió a los comicios del 23J con una tajante negativa a la amnistía que postulaban los partidos independentistas. Hagamos memoria histórica, aunque esta patética historia comprenda, como mucho, un sexenio. Año 2017: el PSC-PSOE apoya el 155 para abortar el golpe separatista y participa en la manifestación constitucionalista del 8 de octubre. Tres años después, 19 de diciembre de 2020, Illa asegura «que el camino de la amnistía no es el camino correcto, porque no tiene encaje constitucional». Dos años después, 13 de enero de 2022, se reafirma: «En Cataluña no va a haber ni referéndum ni amnistía». Ese mismo año Illa insiste en que «nada de amnistía». Que nadie espere «ni amnistía, ni nada de eso, lo repito para que quede claro».

El día después de las elecciones, 24 de julio de 2023, Illa mantiene el credo constitucionalista: «La amnistía no es factible desde el punto de vista del Estado de Derecho».

Todo parecía claro hasta que el Sumo Sacerdote Sánchez, requiere al sacristán para que cambiara los cánticos de esa ceremonia de la confusión que es el nuevo PSOE. Para seguir manoseando el poder necesita los votos separatistas, cosas de la caprichosa aritmética electoral.

El PSC había obtenido uno de los mejores resultados de su historia: más de un millón cien mil votos: de 12 a 17 escaños. Si restáramos al PSOE esos 7 escaños de más del PSC habría descendido de 121 a 114: sin opciones para una investidura. No habría amnistía y el prófugo de Waterloo se habría apagado y pagado sus culpas. ¿De dónde salieron esos escaños decisivos? No hace falta ser Newton para hacer la matemática: de exvotantes de Ciudadanos que vieron un refugio en un PSC que se proclamaba constitucionalista; del catalanismo que votaba Convergencia y Unió, burguesía nacionalista, ahora escocida, que jugó a la revolución de las sonrisas; de no nacionalistas sin adscripción: asustados por las bravatas de Vox -ese 155 permanente- y reacios a votar al PP, prestaron su voto al PSC. Votos prestados que recompensaron la aparente sinceridad de Illa. Votos malversados para salvar la vida a un presidente declinante.

Al igual que el SSS, su sacristán no miente, cambia de opinión. Tres meses después de la cita electoral, tras un periodo de ambigüedad calculada, Illa conmina a apoyar la amnistía «sin fisuras, sin reservas, de forma explícita y clara» porque la amnistía es «la mayor muestra de afecto de España a Cataluña», «un sí a la convivencia, al reencuentro, a la generosidad sin ingenuidad y a la Constitución española».

En 1986, cuarenta años antes de alistarse en el separatismo ultra, Lluís Llach demandó al PSOE por incumplimiento del programa electoral. La demanda fue archivada. Los programas están para no cumplirlos, advertía Tierno Galván, el cínico «viejo profesor». La amnistía no estaba en el programa del PSOE porque sus candidatos no contemplaban su posibilidad. Malversar es «apropiarse o destinar los caudales públicos a un uso ajeno a su función». Y el PSOE ha destinado los caudales de votos prestados -siete escaños de más del PSC- a conceder al independentismo todo lo que le negaba.

Ahora el prófugo humilla a España justo el 9 de noviembre -noveno aniversario del primer referéndum con urnas de cartón- citando a Espriu: «Dejar de ser el perro sumiso que lame la mano firme que le ha atado durante tanto tiempo y convertirse en su único dueño». Desde aquí dedicaremos otro verso del poeta catalán a quien malversó los votos recibidos en el sumidero del trapicheo inmoral: «En ocasiones es preciso que un hombre muera para que viva todo un pueblo, pero nunca que un pueblo muera para que sobreviva un solo hombre». Así se acaba el estado de derecho: por la supervivencia de un hombre (Pedro Sánchez).

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