shambhala
Rosalía y Maria
No es porque sea Maria. Es porque estos corazones dispuestos a latir son el patrimonio más valioso de la Humanidad y sobre ellos podremos dar forma a la esperanza y a la fe que nunca perdimos
Demasiado bueno (9/05/2023)
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Iniciar sesiónMi hija tiene la mañana del sábado su primer combate de artes marciales. Por ser su primera competición pública comparece con admirable temple y técnica pero su contrincante compite mejor y gana. Maria sale enfadada, ofendida por haber perdido. Hablamos de qué podía haber hecho ... mejor y enseguida lo tiene claro. Aprende rápido de sus errores, que es la única victoria exigible cuando la principal no se ha producido. La dejo a solas con su enfado, con su ofensa, con esa sensación que te angustia y te ordena y te prepara para competir mejor a la próxima ocasión. Me indigno cuando su madre quiere culpar al árbitro o a la estrategia muy defensiva de la que nos había ganado. Yo quiero que mi hija mastique su derrota y le queme por dentro. Y estoy orgulloso de su rabia, y me veo y me reconozco y me regodeo en ella. Una hija dolorida por haber perdido es un padre con el trabajo bien hecho. No quiero nada menos de ti, Maria.
Por la tarde, sobre las 20:30, vamos también con mami al Primavera Sound. No es un sitio al que yo querría ir, pero Maria quiere ver a Rosalía. En nuestro tiempo de desprecio, de soldadesca ruin, Maria admira Rosalía como se adoraba antes, en tiempos de crucifixión. Tenía mis razones para dudar si era el escenario adecuado, pero cuando se anunció que el concierto sería a las 2 de la madrugada no dudé en comprar las entradas. Y le dije: «Por supuesto que tu padre va a aguantar si tú aguantas». Llegamos al festival sobre las nueve y me toma un aire de desolación, como si por los altavoces se estuviera anunciado que la Humanidad ha renunciado a todos sus sueños. Los puestos de comida, la gente, las mesas ahí como tiradas, son la temida rueda de prensa de Dios explicando que no somos sus hijos. Empezamos a andar entre la turba y efectivamente ya no somos hijos de Dios. Hace frío en las afueras de la Providencia. Observo sin prisa –tiempo es todo lo que tenemos– a las miles de personas con que me voy cruzando, felices de vivir en el montón. Sus caras, sus ropas, su manera de comer y de moverse son las de una dignidad pisoteada a lo largo de muchos siglos. Nada empieza este sábado de junio. Puede que al principio os sometieran capataces o negreros, pero hace mucho tiempo que el daño os lo hacéis vosotros. Hace mucho tiempo que la degeneración es vuestra moda, aunque es verdad que subvencionada por los gobiernos. «No hay nadie normal» dice una gran pancarta de propaganda LGTBI, animando a publicar cualquier agresión que en el festival se produzca. Efectivamente no hay nadie normal en el Primavera Sound de Maria.
A los diez minutos de haber entrado, hundido en mi desolación y falta de razonables expectativas sobre cómo llegar entero o vivo a las 2 de la madrugada, un chico muy amable se me presenta en nombre de la organización y con gran discreción me dice que agradecen mucho mi visita y que ponen a mi disposición y la de mi familia tres pases VIP para tener acceso a restaurantes un poco menos humillantes y una cierta zona reservada, en el lateral del escenario, aunque bastante apartada, para seguir el concierto. Le doy las gracias pero me doy cuenta al instante de que sería fracasar como padre aceptar tan generosa cortesía.
Esta es la noche de Maria, no la mía, y ella tiene que ganarla con sus armas. Yo estoy sólo para protegerla pero me propongo no intervenir y lo único que a cada movimiento voy calculando es una manera rápida de huir de cualquier presión excesiva o avalancha. Cansada del espectáculo atroz del comedero, Maria me pide sobre las 22:00 dirigirnos al escenario del concierto –que no va a empezar hasta las 2 de la mañana– y es lo que exactamente hacemos. Mami se queda con una amiga en aquellas mesas como de campo de refugiados –también llamado democracia.
Llegamos sobre las 22:20 y a mí me da miedo acercarme demasiado porque pienso que cuando Rosalía cante todo el mundo presionará para estar más cerca y pueden aplastar a Maria. Me pongo de mal humor durante el concierto de la artista que la precede pero veo a Maria tan decidida, tan necesitada de ir a la primera fila que pienso que en el fondo es la mejor solución, porque en caso de apuro siempre puedo sacarla de los apretujones por encima de la valla metálica. Un agente de seguridad es exactamente lo que me dice y quedo tranquilo. Maria y yo siempre hablamos pero en estas tres horas y media de espera no nos decimos prácticamente nada. Está cogida al espacio de barra que ella misma ha conseguido, y mira al escenario cuando está la artista previa y también cuando ya no hay nadie y lo están preparando para la actuación de su cantante.
Ella ha batallado por su espacio y ahí está, defendiéndolo. Yo me pongo detrás de ella, para crearle con mi cuerpo un espacio de seguridad. En uno de los pocos momentos en que mi hija se gira para ver al público que va llegando descubre a una niña más pequeña y le hace un gesto con la mano, y comparte con ella su espacio en la barra. No sé cómo la mete, porque no queda ningún espacio, pero si sé que mi hija es generosa, y que su instinto es compartir incluso su bien más preciado. Tengo que imponer alguna fuerza para soportar el impacto de los empujones, y continuar protegiendo el medio metro de espacio vital de las dos niñas. Una fuerza que puedo todavía permitirme, aunque no estaba seguro.
Rosalía por fin sale e impresiona, pero me impresiona más Maria. Me impresiona y no porque sea mi hija. Me impresiona por los mismos motivos por los que admiro a Rosalía. Una chica con mucho talento y mucha determinación, y muchas horas de trabajo, de duro esfuerzo y supongo que a veces desgarrador sufrimiento. Maria no ha tenido que sufrir tanto para lograr lo que quería, pero lo ha defendido con pasión y con generosidad, con valentía, y al final del concierto lleva más de cinco horas y todas de pie para ver a su artista. Cinco horas de empeño, de concentración, de silencio, sin una sola queja. Cinco horas sin pedirme ir al baño y es una mujer.
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He estado a punto de escribir el artículo como si no fuera mi hija, para que no fuera un artículo más sobre mi hija y que todo el mundo diera por descontado el efecto del padre enamorado. No es porque sea su padre, es porque personas como ella son las que merecen la pena. Es mi hija y la quiero, pero si no fuera mi hija me caería igualmente muy bien, siempre se lo digo.
No es porque sea Maria. Es porque estos corazones dispuestos a latir son el patrimonio más valioso de la Humanidad y sobre ellos podremos dar forma a la esperanza y a la fe que nunca perdimos. No es porque sea mi hija. Ni porque yo sea su padre. Es porque su larga noche del sábado es la esencia de lo que importa.
Saber competir, saber luchar por lo que quieres hasta conseguirlo. Es aguantar, es resistir, es sentir lo que haces lo que piensas lo que sientes tan tuyo que nadie te lo puede arrebatar ni empujándote hasta el abismo. Eres tú contra herida abierta. Es perder y levantarte, saber porque te equivocaste y volver sobre la derrota hasta convertirla en la victoria más deslumbrante de la Tierra.
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