shambhala
El Bulli desnuda la banalidad de Alchemist
El circo del que tanto huyó El Bulli se lo encontraron los hermanos Adrià de frente y corriendo hacia ellos a toda velocidad en su noche de reaparición en Copenhague
Artículos de Salvador Sostres en ABC
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Iniciar sesiónPor sugerencia de Philippe Regol he leído lo que Cristina Jolonch ha escrito en 'La Vanguardia' sobre su asistencia a la cena que Ferran y Albert Adrià ofrecieron en Alchemist junto al chef anfitrión, Rasmus Munk. Tomando de referencia el texto de Cristina ... he escrito este otro, sin haber ido, para explicarle a Albert que las cosas no acaban de suceder si nadie es capaz de explicarlas desde el hijo profundo y la inteligencia.
Bajo la inmensa cúpula de aluminio con proyecciones mutantes, un sistema de puntos de luz estudiado al milímetro para que todo luzca e impacte en Instagram. Esto es Alchemist, ésta es su creatividad. El circo del que tanto huyó El Bulli se lo encontraron los hermanos Adrià de frente y corriendo hacia ellos a toda velocidad en su noche de reaparición en Copenhague.
Los años de Ferran obstinado por la creatividad y sólo la creatividad, por abrir nuevos caminos no sólo en la cocina sino también en la cultura y en la ciencia, y en la forma de entender nuestra manera de relacionarnos con los demás y con las cosas, colisionaron frontalmente contra un almacén que ha costado 10 millones de euros en un intento pirotécnico sin duda, y fallido, de suplir con artificio el talento. Ferran, todo lo contrario, nunca quiso reformar ni mucho menos proyectar la sala de El Bulli, para no distraer a los clientes de lo esencial, ni distraerse él mismo con juguetitos estériles que podrían haberle desconcentrado de la trascendencia de su trabajo.
Siempre es causa de expectación y júbilo que El Bulli decida regresar, ni que sea sólo por tres noches y aunque lo de «regresar» sea una exagerada concesión a la nostalgia, pero en lugar de El Bulli y los Adrià, ahí entre proyecciones de tortugas y de mares infinitos, uno no podía dejar de tener la sensación de que la pareja ideal para aquel espectáculo habrían sido las Hermanas Torres, que también tienen su almacén restaurado.
En la conferencia previa a las tres noches de espectáculo, sobre todo Albert Adrià demostró que tiene claro el método del genio que absolutamente es –«lo que no puedas explicar con tres ingredientes, no lo vas a poder explicar con diez»– pero también que le falta trabajar el discurso sobre su obra: «La cocina de Enigma es para hacer feliz a la gente», a lo que su hermano rápidamente respondió que en El Bulli ese nunca fue su objetivo, sino, como debe ser en un espacio en el que se hace vanguardia, abrir nuevos caminos. Albert es desde que su hermano se retiró el mejor cocinero del mundo. Si mucha más gente no lo sabe es porque el primero que no lo sabe es él, como demuestra con frases como la de la felicidad de sus comensales. «En Enigma tiro de recursos, pero tengo muchos recursos» también dijo, ignorando que Enigma es el único restaurante creativo capaz de ofrecer algo que no sea aburrido, largo y pesado, retórico sobre lo ya creado. La genialidad de Albert está fuera de discusión y se encuentra en fase expansiva pero no cristalizará como primer genio universal hasta que él mismo no sea capaz de entender que lo es y de explicar por qué.
El Bulli presentó platos como el granizado de tomate de 1992, la espuma de mar de 1994, el corte de parmesano de 1995 y con estas creaciones de hace 30 años dejó en evidencia lo naíf y la superficialidad del chef Rasmus Munk, que tiene que recurrir a los juegos de palabras y a los recipientes provocativos para llamar la atención porque con su talento no le alcanza. Cuando El Bulli se asoció con el Cirque su Soleil en Ibiza, el espectáculo se concentraba en la sala, y los platos eran los que tenían que ser, sin mujer barbuda ni elefantes haciendo equilibrios sobre una bola de plástico. No es el caso de Munk, que en tres pases dejó claro que su categoría no es la de los genios sino la de los faquires que hacen esquina con la calle Hautefeuille. El primero fue una absurda y media cabeza humana en la que había unos sesos de cordero, provocación nivel Party Fiesta ahora que aún tienen expuestas las máscaras del Carnaval. El segundo, un ojo que supuestamente nos mira –¿nos mira para qué?– y dentro sólo hay bogavante con verduritas, otra broma como el cojín de pedos que en la escuela le poníamos a la señorita; y para coronar unas láminas de conejo servidas las costillas metálicas como de un niño, ese recurso desesperado al que recurre el que se encuentra en el final de su recorrido, si es que algún día tuvo algún principio. Si a todo ello le añadimos la comedia del discurso comprometido con las causas sociales del chef, para hacerse como perdonar la cantidad de dinero que se ha invertido en su restaurante y que es de hecho el único interés que tiene, estamos ante un instagramer que busca la complicidad de otros instagramers y éste es su negocio y lo único que cabe esperar de su cocina. Se me ocurren muchos restaurantes peores que Alchemist pero ninguno que sea tan hirientemente contrario y negador de lo que El Bulli fue y representó.
Tal como sucedió en París, en el cuatro manos de Albert Adrià con Alian Ducasse, El Bulli deja claro sin demasiado esfuerzo, en cada una de sus reapariciones, que no hay cocinero ni cocina que ni siquiera pueda soñar en alcanzar su imaginación y su talento. Todos naufragan –y hacen el ridículo, aunque quede disimulado entre los escombros de la fiesta– ante la evidencia de una superioridad que está en cada plato pero sobre todo en la idea y el genio que los inspira. Es tan insultante la diferencia, hay tanta distancia entre los mundos, que es difícil de encontrar un sólo argumento para defender que tales actuaciones se lleven a cabo. Hablar de «reaparición» de El Bulli, como les decía, es un exceso, pero lo cierto es que Ferran y Albert y algunos de sus clásicos comparecen, y no estoy seguro de que parte de la humillación con que Ducasse o Munk salen del encuentro no afecte en parte también al legado de El Bulli, viéndose mezclado con chefs y conceptos de restaurantes que no sólo no tienen nada que ver con lo que sucedió en Montjoi sino que más bien lo escarnecen.
En algún momento los que nunca hemos dejado de tomarnos El Bulli en serio mereceríamos una verdadera reaparición, aunque fuera sólo un instante, como siempre fue de sólo un instante todo cuanto en El Bulli nos hizo crecer y nos fascinó.
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