«Cuando pase agosto, nos moriremos aquí de asco»
En Las Médulas (León), con un entorno ennegrecido, ya notan la pérdida de turistas de los que vivían varios negocios. También han ardido castaños, colmenas...
«Las 80 vacas de mi primo salvaron el pueblo»
Las Médulas y Quintana y Congosto (León)
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Iniciar sesiónMarifé no para quieta al otro lado de la barra. Se mueve de acá para allá. Coge un vaso, limpia una taza, da una pasada a la barra, repasa la máquina del café… Pero no es que la clientela se acumule en su local. Todo ... lo contrario. Lo que tenía ser un día de agosto en el que «no damos a basto» se ha convertido desde hace ya más de una semana en jornadas en las que apenas entran clientes. «Soy la única que está abierta y porque me dan pena los del pueblo», dice. Estar con esa falsa actividad es lo que le hace también mantenerse entera. No tener que mirar por la ventana y ver «todo negro». Es el rastro del paso del fuego que el fatídico 10 de agosto convirtió lo que era un paraje natural Patrimonio de la Humanidad de la Unesco como Las Médulas en ceniza. El 'corazón' central se ha salvado, pero para quienes siempre han vivido aquí su vida ha ardido.
44 años llevaba con el negocio abierto Marifé. Eran seis trabajando, ya ha dado a dos de baja y por ahora sólo van a quedar tres: ella, su marido y Diego, que sentado al otro lado de la barra no es un cliente. En realidad es un trabajador que acababa de ser contratado y que nada tiene que hacer en un local que sin turistas «se hunde». «Y así hasta Semana Santa...», apunta tirando de un optimismo que ahora Marifé es incapaz de encontrar. A dos de la jubilación, intuye con las lágrimas asomando a los ojos que de esta «tengo que cerrar». «El problema son los gastos y más gastos», se queja antes de enumerar una retahíla de cuestiones por las que tiene que pagar y sin visos de que la caja dé. Se niega a cobrarnos la consumición, que les demos voz para que no se olviden de ellos es lo que nos pide. Al menos sigue siendo todavía agosto, con más gente en los pueblos que también van «porque hay que dejar dinero en la zona afectada». Como Raúl y Ángela, los dos únicos clientes de la terraza y de todo el bar, que con «desolación y tristeza» han subido hasta Las Médulas por un camino totalmente ennegrecido. «Cuando pase agosto, nos moriremos aquí de asco», augura la dueña del negocio, con «nostalgia» al «ver cómo era todo y cómo está ahora». «Con ganas de llorar», apunta.
«Es que cuanto más paso por ahí, peor me pongo», dice apuntando al exterior. A cualquier punto, porque el pueblo, con sólo una carretera asfaltada de acceso, quedó rodeado. Las llamas se llevaron por delante alguna construcción. La parte trasera de su negocio está ennegrecida. «Aquí moriremos todos como las llamas vengan otra vez», asegura ya sin poder contener el llanto y con los recuerdos de aquel día «horroroso, horroroso, horroroso» volviendo ante sus ojos.
Eran eso de las 17.00 horas, tras terminar de servir comidas a los clientes en una de las épocas más fuertes del año y les tocaba comer a ellos. Ni siquiera se veía el humo de lo que había sido el incendio declarado el sábado en el vecino Yeres. Y en cuestión de minutos «bajó mi hija diciendo 'vamos, que hay fuego en la casa de los abuelos'». «Hemos visto fuegos, pero jamás uno así», rememora. En un «lío de coches» por las estrechas calles, salieron «y creo que quedamos hasta las puertas abiertas». Allí también dejaban los animales, el huerto, el ciprés que tanto adora su hijo y que como «un milagro» se ha salvado rodeado por las llamas. Y los castaños, el otro gran medio de vida de la familia de Marifé y de esta zona del Bierzo. «Todos los años sacábamos 4.000 ó 5.000 euros de los castaños y no quedó ni uno», lamenta la pareja haciendo unos números que no cuadran en las cuentas de su vida y su negocio en un pueblo de 60 habitantes que vivía de un turismo que dan por perdido. Justo entran tres clientes. «Los héroes del pueblo», los define. Quienes, pese a la orden de desalojo, se quedaron «escondidos» y mangueras en mano se enfrentaron a la bola de fuego. Más de una semana llevan sin dormir, patrullando por la noche el pueblo por si salta otra chispa.
Como Marifé y su familia, en la zona viven de ese entorno que se ha calcinado. Mil colmenas tenía Carlos repartidas por distintos puntos de la provincia de León. Y cuatro fuegos las han consumido. Cerca de 40.000 euros en pérdidas sólo para este año ya estima, sin saber si a futuro podrá recuperarlas. Y aún así, con una entereza y «cabeza fría» que asombra, asegura ser «un afortunado». Cierto que son días «de mucha preocupación e incertidumbre» porque cuando un fuego pasa, salta otro en esta zona del Bierzo, pero está la familia junta. El domingo que el fuego saltó al paraje de Las Médulas, él estaba en Carucedo, en el negocio de fábrica de cerveza, sala de extracción y envasado de miel y restaurante que tiene con dieciséis empleados. Con un contrafuego que hizo él mismo, las llamas se quedaron a apenas cinco metros de la instalación y un tanque de propano. La plantación lúpulo ya no existe, pero «salvamos la nave», dice con alivio. «Tenemos mucha suerte». «Hay mucha gente peor», se consuela Carlos.
Y casas perdidas
Lo que no existe ya es la casa de Estefanía. No hace más que asomarse a lo que son unas ruinas en Quintana y Congosto, un poco más al sur también en la provincia de León. Hasta allí llegaba el martes de la semana pasada el fuego de Molezuelas de la Carballeda (Zamora). Media docena de casas habitadas y en las que ahora no hay nadie quedaron reducidas a escombros. Es el caso de la de Felicidad, quien quiso volver a ver a lo que había quedado consumida «toda su vida», apunta a las puertas una vecina. «¡La tenía tan bonita!», señala.
A la de Estefanía no le dio tiempo a ser devorada por las llamas, pero ya no existe. Desde un terreno cercano a la plaza Mayor de Congosto saltó una pavesa a la vieja vivienda de al lado. De ahí, a la suya, al gasoil de la calefacción… Y la explosión. En el interior, «muchos recuerdos» que quiere recuperar. «Luchar. No queda otra. Salir adelante y que sea lo que Dios quiera. ¡Qué ganas con desesperarte!», dice «deshecha» a sus 87 años y con la esperanza de que el seguro le compense. «Nací ahí y ahí seguía. Era la mar de feliz», confiesa. Ahora vive cerca de ese número 8 que cuelga sobre la puerta desencajada.
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