POR MI VEREDA

Demagogia de libro

Ese discurso cansino entre el victimismo, la ignorancia y la visión aldeana del mundo

De horizontes y protozoos

Rabia en el hemiciclo

A nadie se le escapa que el independentismo, ese negocio que da pingües beneficios a unos pocos en detrimento del interés general, representa el mayor cáncer de nuestro país. González y Aznar bailando al son de Pujol, ZP abducido por Artur Mas, Soraya permitiendo ... consultas y referéndums, Rajoy traicionado por el PNV o Sánchez retratado con buen rollito junto a los elementos de Bildu -encabezados en el Congreso por una biógrafa de etarras condenada por enaltecimiento del terrorismo- son solo una ristra de ominosos ejemplos sin forzar la memoria. En todo ese engrudo que odia a España, destaca Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), un partido fundado en 1931 que defiende erre que erre la autodeterminación y la desaparición de la monarquía, porque la Constitución de 1978 no mola.

Ha tenido en sus filas dirigentes del más variado perfil: desde el siniestro Companys, que mandaba fusilar a sus propios compañeros por cuestionar su actuación, al venerado Tarradellas, pasando por mamarrachos de la talla de Carod Rovira, Pilar Rahola con su verborrea insufrible y un Oriol Junqueras tratando de adelgazar en el trullo, sin olvidar a Gabriel Rufián, siempre con aire chulesco. Por tanto, lo mejor de cada casa, de ayer a hoy. Con semejante capital humano que aúna simpatía, talento y prestancia, es normal que el partido vaya cuesta abajo. En las elecciones generales del pasado 23 de julio, en línea con el descenso del voto nacionalista, ERC obtuvo algo más de 460.000 sufragios, frente a los 875.000 de 2019. De trece a siete diputados, para quedarse en el 1,8 por ciento de los votos.

Pues bien, esta formación política que representa a tan exigua cifra de electores ha mostrado su disconformidad con el desfile militar del Día de la Hispanidad, al presentar una proposición no de ley en la que pide que se eliminen este tipo de ceremonias castrenses, por ser un gasto superfluo, y que el ahorro logrado se destine a políticas sociales. El coste del citado desfile por las calles de Madrid ronda los 600.000 euros, bastante menos que el millón de euros de ampliar el servicio de traductores del Senado. Por otro lado, las cifras de seguimiento confirman un claro interés entre la población: los actos del 12 de octubre tuvieron una cuota de pantalla del 48 por ciento, con una audiencia media de 2,5 millones de espectadores. Hastía una vez más la demagogia de los independentistas, en ese discurso cansino entre el victimismo, la ignorancia y la visión aldeana del mundo. De libro. El mismo relato repulsivo con el que, estos días, nos atiza la izquierda mediática para demonizar a Israel, la única democracia de Oriente Medio, una economía pujante, una nación con mayúsculas y con un marcado sentido de la defensa que sobrevive precisamente por eso, al no haber claudicado ante el buenismo que corroe los cimientos de la civilización occidental. De esta Europa poco se puede esperar.

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