ARTES & LETRAS
Gustavo Martín Garzo: «De la escritura me gusta la pérdida del control, tratar de llegar a otro lado»
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El escritor vallisoletano agrupa dos novelas cortas en 'El cuarto de los sombreros': la historia de amor no vivida entre dos mujeres y su recreación de la vida de Bernadette, la niña de las apariciones de Lourdes
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El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, en una céntrica calle de la ciudad
Enfrascado en la próxima novela larga, en la que regresará a los mitos griegos ya recreados en 'El jardín dorado', Gustavo Martín Garzo ha publicado recientemente otras dos breves: 'El cuarto de los sombreros' y 'La mentirosa'. Aparecen juntas (en Galaxia Gutenberg) bajo el ... título de la primera, un año después de 'El último atardecer', con la que en origen estaban vinculadas por dar voz a personajes femeninos. Como la anterior, también estas entran de lleno en su mundo particular: «la pregunta por lo amoroso», el lugar del misterio, la fábula o el vínculo entre la realidad y lo fantástico.
¿Tenía desde el principio la idea de unir estas dos novelas cortas en un solo libro o fue después de escribirlas cuando encontró ciertas coincidencias y decidió publicarlas juntas?
Siempre que puedo, me gusta alternar una novela más extensa, que me exige más tiempo y trabajo, con otras breves, que me ocupan menos tiempo y de algún modo me sirven para relajarme. Escribí esa primera novela, luego se me ocurrió la segunda y empecé a tener la idea de un libro que iba a estar compuesto no solo por estas dos, sino por otra más, también breve, que es la que he publicado antes que este libro: 'El último atardecer'. Lo que pasó es que esta creció más de la cuenta y se transformó en un libro independiente. Pero mi idea era publicar tres novelas que fueran tres retratos femeninos, en que la voz que aparecía en los tres fuera la de una mujer y contados desde distintos puntos de vista. 'El último atardecer' era un diario, 'El cuarto de los sombreros' es una carta y 'La mentirosa' es una especie de monólogo interior de Bernadette. Pero como la primera se adelantó, decidí publicar las dos en un libro no muy extenso.
¿También por conexiones temáticas entre ambas?
Completamente. Algunas veces está buscada esa conexión, pero la mayoría de las veces no. Me he dado cuenta de las conexiones que hay entre estas dos novelas al leer y corregir, y hay muchas, muchas más de las que parece. En el fondo fueron escritas una detrás de otra y el mundo de una y otra, a pesar de que parecen muy distantes, es el mismo, el mío en definitiva.
Ahí está una vez más la frontera difuminada entre la realidad y la ficción.
Y la pregunta por lo amoroso, por el amor, de una manera muy explícita en la primera novela y no tanto en la segunda, pero también hay algo de eso. También hay una reivindicación del mundo de la visión. Creo que el momento del amor es un momento como de visión, en el sentido de que es una experiencia que te saca de la realidad más plana, más cercana, más inmediata, y te abre las puertas a otra realidad diferente, que también es un poco el mundo de la fábula, de la ficción. Porque el amor te lleva la mundo de la fábula, por eso los amantes en los momentos iniciales son un poco como dos niños perdidos, que ni pueden explicar lo que les pasa ni saben a dónde van ni lo que les espera, siempre en busca de ese espacio encantado que es el lugar del abrazo, del amor, que simboliza el cuarto de los sombreros. Ese cuarto es esa estancia encantada que, de alguna manera, todos los amantes encuentran en esos instantes y que, una vez que la han abandonado, el sueño es siempre regresar a ella o encontrar un lugar semejante.
Ese cuarto de los sombreros está sacado de otra novela, la que en la ficción escribe una de las protagonistas de la historia, Paulina. ¿Tuvo claro pronto que ese iba a ser el título precisamente por lo que simboliza?
Lo tuve claro de la forma en que se tienen claras estas cosas. Cuando escribes no sabes muy bien lo que estás haciendo, que es lo que a mí me gusta de la escritura: esa pérdida del control, ese ir más allá de tu propio yo, del ser racional que controla tu vida, tratar de llegar a otro lado. La literatura, lo mismo que el amor, más que un espacio de poder es una especie de renuncia al poder, de desposesión. Es como descubrirte desnudo, sin nada, y eso produce una gran zozobra, porque temes ser dañado, y a la vez tiene un componente fascinante muy grande, porque es como ese cuerpo que encuentras que prepara el acceso a lo que Pascal Quignard llamaba el primer mundo, anterior al lenguaje y a la razón; en el fondo, es el mundo de la naturaleza, de la sexualidad, de los animales, de los niños.
La narradora de 'El cuarto de los sombreros' firma la carta en la que cuenta toda la historia no con su nombre, sino con el que tiene en la novela que sobre ellas dos ha escrito Paulina. ¿Es una forma de elegir la ficción sobre la realidad?
Sí, porque ella descubre que le hubiera gustado ser el personaje que describe Paulina. Descubre muchas posibilidades que en su vida no ha encontrado, porque la relación se rompe y es una relación desigual; ella nunca termina de entender muy bien lo que pasa. Paulina es un ser muy complejo personalmente, por una parte se encandila de esta muchacha y a la vez no encuentra ningún futuro a esa relación. Se supone que en esa novela que escribe crea una historia que es posible y que en la vida real no lo ha sido.
En otras obras, como 'La carta cerrada', 'El jardín dorado' o 'El árbol de los sueños', ha encerrado muchas historias dentro de otra. En este caso tampoco ha renunciado a eso, a pesar de ser una novela tan corta.
Tampoco es algo premeditado, enseguida se llenan de historias, y eso tiene que ver con que ninguna historia es capaz de decir lo que el hombre o la mujer es, por eso necesitas ese cúmulo de relatos. Tiene que ver con esa frase que me gustaba mucho de Rubén Darío, «plural ha sido la celeste historia de mi corazón», y es verdad, en el fondo vivimos así, no vivimos solo en una historia, nos acompañan muchas, reales, imaginadas, soñadas, no vividas, vividas... Ese enjambre, ese racimo de historias es lo que más cerca está de explicar lo que sentimos y lo que somos.
«No vivismos solo una historia, nos acompañan muchas, reales, imaginadas, soñadas, no vividas, vividas...»
Gustavo Martín Garzo
Escritor
También vuelve a anclar los relatos en escenarios reales. En 'El cuarto de los sombreros' aparece la Casa del Sol de Valladolid como internado. ¿Lo que ocurre en ese lugar en la novela tiene base real?
Está inspirado en el colegio de las Oblatas que hubo allí, un orfelinato o un hogar para chicas descarriadas. Las cosas que escribo vienen de lo que me contó alguien que estuvo allí y que he visto confirmado por una historiadora que hablaba de lo que ocurría en esos colegios, a la que siento no haber podido citar, porque lo escribía en internet y después no he conseguido encontrarlo. Lo que ocurre ahí, por monstruoso que parezca, es literalmente cierto. Siempre me ha gustado que lo real conviva con la fantasía, por eso en mis novelas hay un entorno realista que de pronto se abre a otra cosa, que es el momento de visión. Es lo que le pasa a Bernardette cuando llega a la gruta, que es un espacio, una cámara oscura donde ve una llama. Lo que me sorprendió de esa historia es que, como escribo en 'La mentirosa', al principio en ningún momento dijo que había visto a la Virgen, solo le contó a su hermana que había visto algo, como una luz; ella lo llamaba «Aqueró», que en occitano significa «aquello», no tenía palabra para definirlo. Lo que pasó es que su hermana lo fue contando y, como vivían en un ambiente propicio a ese tipo de apariciones y la Iglesia estaba intentando lanzar el dogma de la Inmaculada Concepción, la presionaron para poner en su boca palabras que al principio no había dicho. Una niña que no tiene nada, de una familia pobrísima, se da cuenta que con sus palabras concita la atención de todos... Luego ya empezó a hablar de «una pequeña dama» y de «María», en parte por esa presión. Por eso es la mentirosa. Yo no lo había pensado, pero la escena de 'El cuarto de los sombreros' en que las dos están en el cine viendo 'Gertrud' es como la gruta también, se quedan solas y hay una luz, se transforma para ellas en un espacio de visión.
Esa película de Dreyer es fundamental en la trama, hasta se dice que les cambia la vida a las protagonistas. El cine vuelve a ser otro de los motivos recurrentes de su literatura.
Es que el cine, y el arte en general, tiene el poder de iluminar la vida, de llevarte a lugares a los que no habrías llegado, te hace encontrarte con tu verdadera vida, la escondida, la profunda; te pone en conexión con eso que es secreto en cada uno de nosotros.
¿El interés por asuntos que tienen que ver con la religión se debe a esa parte de fantasía que tiene?
Sí, porque en el fondo la religión son historias como cuentos. Me he ocupado mucho de María y el suyo es como un cuento de hadas: una muchacha de catorce años, perdida, que no es nada, una cenicienta que recibe la visita de un enviado misterioso que le dice que va a ser la madre de un rey... es el comienzo de un cuento de hadas. Y Bernadette es un poco como María.
¿Tenía pendiente darle voz a ese personaje?
Bernadette se parece un poco a otro personaje que me fascina, Juana de Arco, que es otra niña visionaria y con ese poder de arrastrar a la gente tras de sí. Bernardette la armó; en torno a ese lugar se montó un complejo, en parte despreciable, y ahí sigue. Son seres muy atractivos, porque tienen el poder de la imaginación, de la visión. El primer viaje que hice al extranjero fue a Lourdes, cuando tenía catorce años, acompañando a mi madre en una peregrinación organizada en el pueblo. Me pasó una cosa curiosa, por una parte no me gustó, porque vi toda la mercadería que había alrededor, sin embargo me conmovió la cuevecita, oscura y llena del humo de las velas, y me resultó muy perturbadora la procesión por la noche de los enfermos que iban a recibir el agua que supuestamente les iba a sanar. Esa escena se me quedó grabada y aludo a ella en la novela, era un paseo con antorchas fascinante, buscando la salvación en el agua, que es como el símbolo de la vida.