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Crueldad

No puedes pedir ni esperar que las víctimas sean quienes patrocinen el encuentro entre las dos Españas porque son eso, víctimas

Pascua de Resurreción

Políticos

EFE

Todos tenemos algún amigo con capacidad abrumadora para ofender amparándose en aquello de «es que yo soy muy sincero». Gorduras o calvicies son arrasadas bajo el amparo y buen nombre de la sinceridad. Sincero es también decir que hubo asesinatos de uno y otro bando ... en la Guerra Civil, que padecimos una dictadura y que todos tienen derecho a recordar y reconocer a sus asesinados, a sus muertos a manos de la injusticia. La disputa por las leyes de la memoria histórica de los de Vox con la anuencia del PP frente al 'photocall' de Sánchez en Cuelgamuros es sólo la última aberración de la manipulación de las víctimas sin importar su origen ni condición. A caso alguien piensa que un hijo a quien su padre mató la ETA va a recuperar lo perdido porque alguien redacte una ley diciendo que aquel era un buen hombre. Esa víctima, ese hijo de un muerto nunca verá reparada su pérdida, nunca jamás. Manosear ese dolor sin solución representa la crueldad, el ejercicio despiadado del poder.

Los historiadores dicen que sólo con la luz directa sobre los hechos se podrá reconciliar de verdad pero la luz es tan imprescindible como el sentido común. No mentes al muerto en casa del ahorcado porque duele y duele mucho. Claro que todos dicen la verdad y, por supuesto, todos tienen el derecho más que humano de honrar a sus muertos. Hasta los hijos de cualquier delincuente encuentra algo bueno de quien le trajo al mundo si busca en el baúl de los recuerdos.

No puedes pedir ni esperar que las víctimas sean quienes patrocinen el encuentro entre las dos Españas porque son eso, víctimas. Por mucho que moleste a algunos historiadores lo que debiéramos esperar es que nadie buscase concordia en leyes escritas con sangre procedente de heridas en carne viva. Es inhumano, indecoroso y, además, inútil. Bajo la disculpa de «es que soy muy sincero» se hace daño, mucho daño y lo peor de todo es que se hace para nada. No hacen falta ni historiadores ni politólogos para saber que los unos eran dictadores y los otros demócratas, eso ya se sabe. Tampoco hacen falta las víctimas para confirmar que los suyos eran los buenos y los que mataron a su padre eran los malos. Que alguien aproveche esa realidad para ratificar sus verdades científicas o sus expectativas electorales es de ser un mal científico o un mal demócrata y, sobre todo, peor persona.

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