Carlos Muñoz de Pablos: «No pienso retirarme. Este arte forma parte de mi sangre, mi autonomía, mi tacto...»
La firma de este 'pintor vidriero' está en iglesias y catedrales de media España. De su trayectoria profesional, que también es vital, nos habla en esta entrevista con motivo de la concesión de la Medalla de las Bellas Artes
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Valladolid
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Iniciar sesiónSi las paredes del número 26 de la segoviana calle Valverde pudiesen hablar, contarían cómo vio la luz, hace más de 550 años, el Sinodal de Aguilafuente, el primer libro (incunable) impreso en España. También cómo, desde hace más de 60 años, el 'pintor ... vidriero' Carlos Muñoz de Pablos se embebe cada mañana, nada más levantarse, en el último encargo. A sus 86 años, el académico de la Real Academia de San Fernando no se plantea abandonar la que define como su «pasión». Nos lo cuenta en su «tallercito», envuelto en botes de esmaltes, colorantes, aglutinantes, disolventes... Como si del laboratorio de un alquimista se tratase. En los años noventa creó junto a sus hijos la empresa familiar Vetraria. Su firma está en iglesias y catedrales de media España y ha colaborado en proyectos en Roma, Berlín, Cracovia, México, Helsinki, Praga... De su trayectoria profesional, que al final es su trayectoria vital, nos habla en esta entrevista con motivo de la concesión hace unas semanas de la Medalla de las Bellas Artes, cuya entrega por parte del Ministerio de Cultura aún no tiene fecha prevista.
Premio Castilla y León de las Artes, Hijo Predilecto de la ciudad, y desde hace unas semanas Medalla de Oro de las Bellas Artes. ¿Qué supone para usted el nuevo reconocimiento?
Después de más de 60 años que llevo en esto, una gratitud y también una sorpresa porque no me lo esperaba.
Viajemos a sus inicios, ¿cuándo y por qué decidió dedicarse a este oficio?
Es complicado. No fue de repente, sino de una manera paulatina. Empecé a dibujar en la Escuela de Artes y Oficios de Segovia a los 12 años y luego todo se fue encadenando. Lo cierto es que la vidriera historiada y pintada a fuego siempre me resultó una cosa llamativa y luego en la catedral de Segovia, sobre todo por ese misterio que tiene el espacio y la altura, lo veía como algo inalcanzable.
65 años en el oficio dan para mucho. ¿Recuerda cuál ha sido su mayor reto?
No sé, quizá una obra que fue como mi despertar, la catedral de Vitoria, entre los años 50 y 60. Esta seo es un emblema no sólo en la ciudad sino en todo el País Vasco. Tuve muchas dificultades técnicas y fue apasionante.
Tiene encomendada la sanación de obras de arte de siglos atrás, elementos muy frágiles. ¿Le sigue imponiendo enfrentarse a un nuevo proyecto?
Sí, sobre todo porque toda mi obra está relacionada con la arquitectura, un arte, una ciencia, una disciplina cuya función fundamental es servir a la humanidad, y todo lo que interviene en ella, como es el caso de la vidriera, está en función de la función. Es una servidumbre muy interesante. Luego, se trata de una técnica del fuego que tiene mucho que ver con la cerámica, los esmaltes, los pigmentos vitrificables... Un mundo apasionante porque tiene muchos accidentes, muchas sorpresas. Al fuego nunca lo llegas a dominar plenamente y ahí está la pasión.
¿Cuál es el primer paso en su trabajo?
El encargo. Cuando te dicen 'esta obra va a tener este destino'. Es decir, tengo un mandato, éste llega con un problema y voy a solucionarlo a mi manera. Ahí entra la personalidad.
Y en ese camino entre que recibe el encargo y lo ve colocado, ¿cuál es el proceso de mayor dificultad?
Son varios. Lo primero que se hace son unos bocetos a escala, pequeños, a la acuarela. Una vez que eso está aprobado, determinado y definido, se hará un cartón de tamaño natural, en blanco y negro, y de ese boceto se hace la vidriera. Es todo un proceso paulatino, donde cada paso no es una copia del anterior, sino que va aportando. Luego, la parte matérica va imponiendo sus posibilidades y limitaciones.
A sus 86 años, ¿cuántas horas puede pasar en el estudio?
Uff, no lo sé (se sonríe). Me levanto pronto. La jornadas de mañana, que son de cinco o seis horas, son las que más me cunden. Por la tarde me dedicó a estudiar, a dibujar. A veces me olvido del tiempo que echo, aunque ahora ya me canso. Antes podía estar hasta doce o trece horas.
¿Y no ha pensado en retirarse?
No. Forma parte de mi sangre, mi anatomía, mi mente, mi tacto... Lo dejaré cuando deje todo completamente.
¿Qué no le falta en el estudio?
Tengo muchos espacios. Aquí :tengo mis libros, donde dibujo mis bocetos... Luego, abajo de mi casa tengo un tallercito con un horno donde pinto y después fuera otro taller más grande que comparto con mis hijos. Tengo la suerte de que estudiaron Bellas Artes y eligieron esto. Tienen su libertad, pero también su arraigo y su herencia.
¿Les ha revelado todos sus secretos?
No hay secretos. Lo que hay son intuiciones, maneras de hacer que no se deben imponer. Tú haces y vas captando lo que más te interesa. En el arte no hay profesor y alumno, hay maestro y discípulo. La materia tiene sus normas y disciplinas que hay que conocer muy bien, pero luego la forma de tratar la materia es una cosa que descubres tú.
Usted también fue maestro en distintas universidades. ¿Qué le parecía fundamental transmitir más allá de la técnica?
La pasión, que es lo que me transmitieron mis maestros. Me enseñaron a ver que la luz y la sombra se necesitan, que no se pueden separar como tampoco lo pueden hacer el silencio y el sonido. Son cosas estructurales del arte... Luego, proporcionar el dibujo es una cuestión de medidas y eso se aprende.
No es su caso, pero en general ¿hay relevo generacional en este arte?
Muy difícil. La vidriera historiada y pintada a fuego cada vez se utiliza menos en arquitectura y las cosas que no se usan, se pierden. Y no solo ellas, sino toda la tecnología que hay detrás, y que es imponente. Hay técnicas que cuando mueren se pierde un contenido y una comunicación valiosísima.
La vidriera tuvo un nuevo auge con la llegada de los 'ismos'. ¿En qué fase se encuentra ahora, en la sociedad contemporánea?
Hay lenguajes contemporáneos que han tenido su referencia en la vidriera. En la obra de Picasso, toda esa ruptura de planos, esas líneas negras que recorren... Eso es lenguaje vidriero, que también se pueden ver en el mismo Mondrian. En este sentido, la vidriera tiene un gran recorrido que hay que que salvar y mostrar en un mundo actualizado, en la arquitectura contemporánea.
¿Sigue siendo igual de exigente en su trabajo?
Sí, es un hábito. Esto te obliga a estar aprendiendo cosas constantemente. Hay accidentes que si se reproducen se convierten en técnica.
¿Qué trabajo le ocupa ahora?
Son cosas muy pequeñas. Mi trabajo se interrumpió mucho con la crisis de la pandemia. Estoy haciendo un proyecto para Alcalá de Henares, para la casa, ahora convertida en escuela, que tenía allí el fotógrafo Laurent.
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