Artes& Letras / Libros
El juego del «Y si...»
El burgalés Leandro Pérez sitúa entre Madrid, Lerma y Barakaldo la trama de ‘La última noche de Libertad Guerra’, una ucronía levantada sobre un hipotético triunfo del golpe del 23-F
José Ignacio García
Y si yo les planteara un juego. Y si yo les propusiera que jugaran a imaginarse una situación que no pasó, pero que podía haber pasado. Y si yo les sugiriera que imaginaran que el golpe de estado del 23 F triunfó, que el rey ... Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez sucumbieron en la asonada, que a Tejero lo elevaron a los altares del escalafón militar y que Jaime Milans del Bosch se convirtió en el caudillo de una nueva dictadura represora.
Y si yo intuyera que mi propuesta quizás les parecería a casi todos ustedes una insensatez, jugar con fuego, tentar al diablo; que quizás, incluso, podría provocarles alguna alteración del sueño o del ánimo; que quizás les parecería una hipótesis descabellada e imposible… Pero por esa razón, ni a ustedes ni a mí se nos ha ocurrido escribir ‘La última noche de Libertad Guerra’ y a Leandro Pérez, sí.
Y si yo les dijera que ‘La última noche de Libertad Guerra’ es una ucronía, y que en ella su autor recrea una situación histórica que pudo ser y no fue, no faltaría a la verdad. Pero la novela entregada a Planeta por el escritor y periodista burgalés es mucho más que eso. Leandro Pérez ha escrito una novela prodigiosa, intensa y consistente; porque consistente es el argumento, intensas las relaciones que mantienen los personajes y prodigiosa la camaleónica capacidad del autor para travestirse en cualquiera de los protagonistas, diversos y convincentes en todos los casos, ya sean jóvenes enamorados, mujeres que acarrean un pasado misterioso, tatas adorables, periodistas serviles, políticos palmeros o policías terroríficos.
Y si, para colmo, más que un relato hipotético de un posible giro histórico que se consumió en su propio germen, me atreviera a asegurar que ‘La última noche de Libertad Guerra’ es una apasionada y apasionante historia de amor, tal vez me tomaran por loco. Y más si añado que también es un conglomerado de huidas y de hallazgos, de anhelos y de miedos, de seres atormentados y oprimidos que buscan una vía de escape, y que quizás se vean abocados a disfrazar de justicia un amago de venganza.
Y si les dijera, a mayores, que la trama se desarrolla en Madrid, en Lerma y en Barakaldo, en el año que dio comienzo la década de los ochenta, en tres ambientes radicalmente opuestos y absolutamente atractivos: la movida madrileña, el clasicismo señorial de la ducal villa burgalesa y el ambiente obrero y levantisco de la Vizcaya industrial. Tal vez a alguien no le encajarían las piezas, los escenarios; y, sin embargo, los bares nocturnos y los antros patibularios de la capital, las casas palaciegas lermeñas o los pisos proletarios vascos casan a la perfección en el puzle geográfico que Leandro Pérez ha creado para situar con todo detalle cada acto de la obra.
Y si no fuera porque no quiero despanzurrar el meollo del asunto, también podría decirles que en ‘La última noche de Libertad Guerra’ se aloja una caja de música de contenidos variadísimos, nacionales y de importación, y que, en muchos casos, no podremos evitar tararear o entonar mientras leemos, como le ocurre a Imanol, el coprotagonista, cuando canta a capela ese himno de Leonard Cohen que es ‘The Partisan’.
Y sí, Imanol es el galán de la novela y Libertad Guerra, que -obviamente- hace honor a su nombre y a su apellido, es la periodista veinteañera, magistralmente retratada, que se cuela por los huesos del aspirante a actor, que quiere compartir un ilusionante futuro a su lado, jugando con habilidad de tahúr al ‹‹y si…››, a imaginar que viven otras vidas en otros mundos; y que quiere enfrentarse a gigantes cervantinos gracias a su talento y a su valentía, y no porque posea un exuberante y generoso par de tetas, que salen con frecuencia a relucir, porque la novela rezuma un erotismo inevitable y tan cercano que no se sorprenderían si les dijera que el lector puede sentir cómo acaricia la propia superficie de su piel.
Por ir terminando, no sé si debo incidir en que ‘La última noche de Libertad Guerra’ es un frenético diario escrito en primera persona por la protagonista; y, al mismo tiempo, un lujo lingüístico, en el que funciona la alquimia de la dialéctica juvenil de la época, la oratoria conservadora que se daba en el mundo rural, trufada a su vez de dichos y refranes y, por encima de todo, la precisión de una prosa amena y adictiva que no deja un solo costurón por suturar, que atrapa y que obliga a leer de forma desenfrenada, como si nos deslizáramos por las rampas sinuosas de un tobogán electrizante e infinito.
Podría decirles muchas cosas más, para animarlos a que se sumerjan en las páginas de esta novela, sencillamente, extraordinaria. Pero prefiero que las descubran ustedes mismos. Y díganme entonces si no se habrán hecho las mismas preguntas que yo tras conocer su desenlace: ¿Y si Leandro Pérez no ha dado carpetazo al diario? ¿Y si Libertad todavía tiene que darnos mucha guerra?
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