Iván Bunin, el poeta blanco

Los folios de mi amiga titulaban su portada Iván Bunin-Poemas con la coletilla 'traducidos del original ruso por Manuel Abella'. Continuaban con una nota autobiográfica sobre el autor y un solo poema: En la Estepa, dedicado a A.N. Teleshov. Eludí la breve memoria del autor sobre su vida, obvié la transcripción rusa de los versos claramente inaccesible para mí, y me sumergí con fruición en el poema en busca de una emoción. Se me activaron varias fibras sensibles, que me hicieron agradecer de inmediato aquel regalo: el amor a una naturaleza generosa y salvaje, el apego a la tierra natal por más agreste e inhóspita que se nos presente, el sueño de lo bello lejano sin envidia, la magia de la realidad que se percibe, el profundo misterio de todo lo que nos rodea, la melancolía del viajero por la vuelta y mucha, mucha empatía, respeto y amor por Irina.

Iván Bunin fue el primer ruso que ganó un nobel de literatura, en 1933. En 1920, ya consagrado como poeta, había huido de su país, inmerso éste en el caos a causa de los desmanes de la revolución bolchevique de 1917, guerra civil de la que Bunin dejó registro literario en su diario Los Días Malditos, donde narra los acontecimientos vividos en los años 1918 y 1919 en ciudades emblemáticas del Imperio Ruso donde trabajó como periodista y escritor: Moscú y Odessa. «Las cosas y las obras que no están escritas se hallan recubiertas de tinieblas y entregadas al sepulcro sin memoria», inicia el poeta su autobiografía Cuando la vida Comienza, dando rango primordial a la literatura como obligado legado cultural internacional. Porque aquellos días cambiarían nuestro mundo.

Todo saltó por los aires en 1917. Decía Bunin de su padre que «padecía la pasión rusa por todo tipo de autodestrucción», (la guerra de la ya disputada Crimea en 1853, las cartas y su negativa a relacionarse con los otros ricos habían causado la ruina de su noble familia). Pues algo parecido le ocurrió al zar Nicolás II, que lanzó a su ejército y a su pueblo, tiranizado y hambriento, a la I Guerra Mundial (1914) provocando pérdidas humanas y territoriales, el empobrecimiento de Rusia, y el hastío de su ejército, un caldo de cultivo de lo más propicio para el triunfo bolchevique. El mal gobierno del 'emperador de todas las Rusias' dio al traste con una dinastía, la de los Romanov, que había gobernado el Imperio Ruso durante 300 años.

La de 1917 fue una guerra civil entre rojos y blancos, entre bolcheviques y zaristas. Hubo un Ejército blanco que perdió la guerra y un Movimiento blanco contrarrevolucionario que estaba integrado básicamente por anticomunistas, que podían ir desde los que querían instaurar otra vez a los Romanov, a los que deseaban una República Constitucional para Rusia. Iván Bunin defendía la democracia y las reformas en Rusia, pero respetando las tradiciones, la religión y la propiedad privada: «quien se apropia de un bien ajeno, habrá de llorar un día por el propio». Los blancos exiliados trabajaron para conservar la identidad de la Rusia ortodoxa, su cultura clásica y la manera de vivir de antes de la revolución.

Ivan Bunin era blanco de origen: «toda mi vida he tenido conocimiento de mi elevada procedencia, sintiéndome orgulloso y feliz de no ser uno de esos que no tienen ascendencia ni linaje». Pienso en Gorki, otro escritor coetáneo suyo, un huérfano que sobrevivió comiendo basura a las orillas del río Volga, rojo y proletario. Los antepasados de Bunin, en cambio, eran terratenientes, así describe en el poema La Estepa, contigua a la hacienda familiar: «se instala aquí el hosco invierno/la estepa se secó, se apaga el bosque/y de noche/cuando todo está oscuro y los árboles susurran/centellean los ojos de los lobos/no es grato ahora mi país natal/pero yo amo estos campos».

Mientras el niño Gorki sufría por pobreza extrema el niño Bunin languidecía «en una mansión de una campiña profundamente perdida, ¿no es para entristecerse el vivir en el silencio, en refugios de marmotas y de alondras?». Gorki y Bunin fueron amigos, pero mientras Gorki clamaba enfervorecido: «Honor al loco que insufle a la humanidad un sueño dorado», a Bunin le horrorizaba la soflama de su amigo: «Y pensar que tal sueño no consiste en otra cosa que romperle la cabeza al patrón, vaciarle los bolsillos y convertirse en un canalla todavía peor que él». Bunin acabó rompiendo con Gorki y sus viejos amigos rusos, uno de ellos a quien dedica el poema La Estepa, Nikolai Teleshov, que dirigió un círculo literario en 1899 donde participaban los tres.

Iván Bunin sufre la guerra como un perdedor: «Al pueblo y a la Revolución se les perdona todo, no son más que excesos, dicen. Pero a los blancos, víctimas de expolios y profanaciones, que han sido despojados de su patria, profanadas sus tumbas, padecido la violación y muerte de sus madres y hermanas: a esos no se les perdona ningún exceso». Y critica con verdadero dolor la corrupción de la literatura en ese momento: «Todavía ayer la literatura rusa tenía a Pushkin o a Tolstoi, ahora Gorki es un genio, no le queda otra cosa que los malditos mongoles».

Aquella revolución tuvo carácter internacional, y su réplica en España (1936), hizo que un centenar de voluntarios rusos blancos exiliados también en Francia, participaran en nuestra guerra al lado de las tropas franquistas, siendo recibidos en 1939 por el general Moscardó, el mismo cuyos restos van a ser exhumados del Alcázar de Toledo según las previsiones del actual gobierno. Putin también se interesó por otros restos, los del ideólogo del Movimiento Blanco, Iván Illyn, que había muerto en el exilio en Zurich, pero en este caso para homenajearlos: se involucró personalmente en su traslado a Moscú en 2005, y en 2009, consagró su tumba. El historiador TimothySnyder ha analizado en su libro El camino hacia la no libertad y en su ensayo Ivan Illyn el filósofo de Putin del fascismo ruso, la notable influencia del pensador blanco en el actual presidente ruso en aras de construir un Estado ruso fuerte.

Como le ocurrió a Bunin en 1920, la guerra ha vuelto a hacer que algunos rusos abandonen su país. Organizaciones de ayuda al Refugiado como Cear o Accem nos han dado sus cifras. Según Cear, de los 5.800 solicitantes de asilo en Castilla-La Mancha en 2023, 1.694 son de nacionalidad rusa. Según Accem, con delegación en Toledo, 18 personas están incluidas dentro del programa de Protección Internacional como causa de la Guerra de Ucrania: 7 en Guadalajara, 5 en Ciudad Real, 4 en Toledo y 2 en Albacete. Hay que tener en cuenta que Accem es sólo una de las muchas organizaciones que trabajan en nuestra comunidad en ayuda al refugiado, Cruz Roja sería otra, por ejemplo.

Hay unas palabras de Bunin en Cuando comienza la vidaque me han recordado a Irina: «¿Por qué, desde la infancia se siente uno atraído por la lejanía, por lo desconocido, por todo eso por lo cual se puede dar impulso a la propia vida o incluso perderla por algo o por alguien?». Irina vino aEspaña a estudiar castellano, y aquí se quedó, lo dejó todo por amor. Ahora no puede ver a su madre en Rusia. Ella no piensa en colores, pero sí en ayudar, tanto a rusos como a ucranianos aquí en España: con el idioma, con donaciones, con su amor y su amistad. Ella quiere una Rusia y una Ucrania unidas, una Europa en paz para su hija y una democracia auténtica, estabilidad, libertad y legalidad para su país, quiere que acabe la guerra y poder volver sin tener miedo. Lamentablemente, Ivan Bunin jamás volvió, está enterrado en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois en Francia, con otros exiliados «blancos». Hace poco Irina envió una frase del poeta Evtushenko a su Estado de Wp: «Надеюсь, твоя страна не ударит тебя ботинком» (Ojalá tu país no te dé un zapatazo).