La sencilla dificultad del canto de voces blancas

Una maravillosa primera parte con obras de música religiosa desde el siglo IX al siglo XXI, anónimas y de autores conocidos, se fueron sucediendo. Comenzaron con un himno mariano gregoriano del siglo IX, para seguir con una obra actual de Gerald Wirth (*1965-) y continuar con Arnold von Bruck (c.1500-1554), Ludovico Grossi da Vidana (c.1560-1627), Tomás Luis de Victoria (c.1548-1611), Marc Antoine Charpentier (1643-1704), Johannes Brahms (1833-1897), Joseph von Eybler (1765-1846), Raoul Gehringer (1971-2018), para finalizar la primera parte con Franz Biebl (1906-2001). Todo excelente, excepción hecha de los momentos en los que atacaba con fuerza el piano y el volumen del instrumento tapaba las voces de los infantiles cantores.

La segunda parte, en una propuesta muy mediterránea tan maravillosa o más que la primera, dejó el aire melodías muy famosas unas y otras no tanto, aunque todas ellas plenas de sensibilidad popular de los pueblos mediterráneos. Comenzaron con el «Romance del conde Claros» de Francisco de Salinas (1513-1590), y siguieron con piezas de Felix Mendelssohn (1809-1859), Ferdinand Schubert (1794-1859), Adriano Banchieri (c.1568-1634), una canción de amor croata, otra folclórica griega, la muy conocida «Kalinifta», un himno maronita de Viernes santo, una casida tradicional de Argelia, una oración israelí de Nurit Hirst (*1942-), para terminar con un himno cristiano de John Newton (1725-1807). La emoción corrió a raudales con esos cantos plenos de raíz popular, de sentimiento terrenal y de sensibilidad pura.

Lo mismo que la música es multinacional y multicultural, así es este coro que vino a Toledo, el denominado Brucknerchor , uno de los cuatro coros itinerantes que mantiene la institución vienesa, formado por niños (no niñas) de 10 a 15 años, con voces de sopranos y altos (mezzosoprano o tiple) procedentes de Austria, China, Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Nueva Zelanda, Eslovaquia, Corea del Sur y Estados Unidos.

El resultado artístico del concierto fue magnífico, dirigido con forma apasionada y un tanto «spaventosa» por su titular, Manolo Cagnin que contrastaba sobremanera con la postura corporal de los cantores, relajada y formal, que estaban muy concentrados y atentos a su maestro. Un canto vibrante y operístico y un sonido lírico y transparente que parece fácil a quien escucha, pero que es el resultado de un duro trabajo individual y colectivo, pues cada niño se entrena como solista para convertir su cuerpo en un instrumento. Sus voces, magníficamente empastadas, se mostraron sin demasiados artificios y con un preciosismo especial en los momento más agudos. Siempre mucho mejor para escucharlos de frente, por la proyección de la voz, que en los laterales del crucero catedralicio, donde el sonido se difumina absolutamente.

La sencilla dificultad del canto de esta agrupación que no necesita parafernalias para embellecer más aún su admirable propuesta, se acompaña a veces con algunos instrumentos (percusión, violín, viento y acordeón) que ayudan a realzar la variedad. 

Hay que significar que los Niños Cantores de Viena es una institución privada sin ánimo de lucro, completamente autosuficiente, que cubre la mayora parte de su coste con los trescientos conciertos al año con las actuaciones de los cuatro coros, tanto en Viena como en el resto del mundo.

Estupendo inicio del Festival de Música El Greco en Toledo , del que esperamos grandes propuestas en este año toledano de Galdós, de las Comunidades, de Beethoven y de la cultura siempre.