Trata de seres humanos
Esclavas en el burdel andaluz: «No volveré a permitir que me roben mi libertad»
Verónica tiene 25 años y ha sido explotada por proxenetas en varios países del mundo, pero ahora ayuda a mujeres a salir de ese infierno
La Reina asiste al congreso internacional de trata de seres humanos en Málaga
Verónica, nombre que usaba en los burdeles en los que trabajó, ha sido explotada sexualmente en México, Italia, España, Turquía y Bélgica. «He sido una esclava. No volveré a permitir que me roben mi libertad», señala la joven a ABC junto a la playa ... de La Misericordia de Málaga, donde una señora se acerca al escuchar la conversación de refilón y asegura de forma despectiva que todas «esas» dominicanas, brasileñas o colombianas «no vienen engañadas», que habría que legalizar la prostitución y que los puteros «han existido toda la vida». A la joven le sudan las manos, no se encara, sólo se voltea y abandona el lugar sin dar explicación. Su vida ahora se centra en luchar contra ese estigma, por el que pide que las fotos no la identifiquen. Ahora ayuda a otras víctimas de trata de seres humanos a salir de ahí con el apoyo de la asociación andaluza Betania.
Sólo tenía 21 años cuando en su casa en Venezuela dejaron de tener para comer. Ella había vuelto con sus padres después de una relación en la que fue maltratada por su pareja, pero sus progenitores no tenían nada. «El platito de comida que había me lo daban y se quedaban sin comer. Hasta tres días así», asevera. Por eso, buscó una salida del país, pero acabó en una red de trata de seres humanos.
El primer destino fue México en un 'SPA' de Playa del Carmen, controlado por uno de los principales cárteles del país. «Una vez vinieron los jefes con las pistolas en el cinturón. Daban miedo», abunda. Le retiraron el pasaporte y le computaron una deuda de 2.000 dólares por visado, pasajes, transportes y conceptos del viaje.
Vender su cuerpo era la única forma de pagar. Durante dos meses fue un objeto sexual controlado por dos sicarios armados, amenazada de muerte si daba el teléfono. «Mi vida corría peligro, así que cuando pagué la deuda me fui, pero mi salida de México se retrasó y me dijeron que no me querían ver por Playa del Carmen. Tuve que estar 15 días escondida en Toluca», apunta.
«Me daba tranquilidad el hecho de poder mandar dinero a mi familia»
Verónica
Víctima de una red de prostitución
Finalmente, buscó el sueño europeo. El destino fue el sótano de una casa en Italia por un contacto de México. «El proxeneta nos trataba muy mal. No sólo nos hacía ir con clientes a una habitación al sótano, sino que éramos sus chachas», relata Verónica, que para salir de allí cogió un autobús a España y dos días después acabó en Algeciras.
La Fontana tenía apariencia de hotel por el exterior y hasta los precios estaban reglados. Vivir allí eran 20 euros al día. La habitación para acostarse con el primer cliente eran 50 euros y las sábanas 20 euros. A partir del segundo bajaba a 30 euros la habitación y diez euros por las sábanas. Le pagaban la mitad de las copas de invitación. «Las que se drogaban también cobraban la mitad de eso», afirma. Y en ese agujero estuvo siete meses, hasta que la presión sobre el narco hizo caer el negocio. «Si había redadas no había clientes», asegura Verónica, quien asegura que asumió la prostitución como forma de vida porque quería ayudar a su familia en Venezuela.
De sus ingresos dependían sus padres, su abuela y dos primas enfermas de cáncer, a una le pagó la operación y a otra el tratamiento. Para ellos mandaba todos los meses la mayor parte de lo que ganaba. «Me daba tranquilidad el hecho de poder enviarles dinero», añade Verónica, cuyo caso se engloba en el 97% de las mujeres que son explotadas aprovechando sus vulnerabilidades. Según se reseñó en el congreso contra la trata celebrado en Málaga esta semana, sólo en 2022, hubo en España 1.180 víctimas de trata.
Es el precio que unos rusos de la Costa del Sol pagaron por una joven virgen
La andaluza Betania en una década ha sacado de las calles a 876 mujeres y niñas. Begoña Arana, fundadora de la asociación, recuerda casos tan crueles como la venta de la virginidad de una menor por 60.000 euros en la Costa del Sol. «Esclavas del siglo XXI», las define Beatriz Sánchez, fiscal de trata de seres humanos de la Fiscalía General del Estado, que dice el 87% de las víctimas acaban en la prostitución.
La trata de personas tiene en el mundo 2,5 millones de víctimas al año y genera 40.000 millones de euros
Un negocio sin fronteras, que tiene subyugadas a más de 2,5 millones de personas en el mundo y que, según datos de la Fiscalía General del Estado, mueve más 40.000 millones de euros. Esa movilidad la sufrió Verónica, que salió Algeciras para Turquía, donde sólo estuvo tres días, hasta que la regresaron al burdel andaluz. «Entonces, en la pista del club, me enteré que mi padre había muerto», recuerda esta mujer, a la que se le humedecen los ojos al recordar que su padre fue el único que nunca supo a qué se dedicaba. «Mi madre lo sabía. No lo aprobaba, pero nunca le pedí permiso», afirma. El gesto de los proxenetas tras la pérdida fue dar cinco días de casa gratis (100 euros) y una videollamada para seguir el entierro. «Estaba agradecida», sentencia.
Tras el golpe, se marchó a un piso en Benalmádena, pero la pilló la pandemia. «La 'mami' –encargada del control de cobros y servicios– nos dejó quedarnos tres meses sin trabajar», explica Verónica, al tiempo que recuerda que cuando todo se reactivó se enamoró del hijastro de la mujer que la estaba controlando. «Me sacó de la prostitución. Fui 'mami' del piso de Benalmádena un tiempo para tener ingresos, pero luego nos fuimos a Bélgica», añade.
Eran momentos felices, pero todo se truncó. Ella trabajaba limpiando viviendas, planchando y haciendo tareas domésticas, hasta que su pareja la echó de casa. «No iba a permitir que me volvieran a maltratar», apunta. Pidió ayuda a una amiga y acabó en un piso-burdel. «Es lo más duro que he vivido. Había salido y había sido libre. Todavía sueño por las noches con aquellos primeros clientes en aquel lugar antihigiénico de Bélgica. Era horrible y con la amenaza de la deportación», recuerda Verónica, quien dice que una amiga que subió de Francia a Amsterdam la rescató y entonces escuchó hablar de Betania.
Se puso en contacto con la asociación de La Línea de la Concepción y cogió un autobús a Madrid. «Me vi en Madrid, sola, cargada de maletas, con las manos destrozadas y lloré porque pensaba que la gente no me ayudaba porque sabía que era una prostituta», afirma. Betania le cambió la vida.
«Salí y volví a caer. Todavía sueño por las noches con aquellos primeros clientes en Bélgica»
Entró en un piso de la asociación, donde recibió asesoría legal, laboral y formación para buscar un empleo. «Me quería comer el mundo», asevera Verónica, quien explica que trabajó en una zapatería sin descanso y luego pasó a ser parte del personal de la asociación en el turno de noche. Estaba al cuidado de las víctimas que son rescatadas de la trata de personas. Estuvo un año entre La Línea y Málaga, hasta que pasó al turno de día en la Costa del Sol. Ahora es técnico social de la asociación y se dedica a sacar mujeres del infierno que ella pasó.
Recorre polígonos y burdeles, les entrega preservativos, test del VIH o pruebas rápidas de embarazo. Las informa de que hay una salida, un rayo de luz al que seguir. «Cuando estás dentro de la explotación sexual no confías en nadie. Crees que todos te van a hacer daño. Es muy complicado», apunta Verónica. «Una cita que faltes o un día que te retrases es una quiebra en la confianza que cuesta meses volver a recuperar», añade Begoña Arana, fundadora de Betania.
Verónica ahora luce una sonrisa sin obligación, pero al cerrar los ojos vienen los recuerdos. «Sí, lloro todavía. Pero es algo que no me permito. No puedo estar tres días mal por lo que me ocurrió. Ahora soy libre. Nunca voy a olvidar los lugares o lo que me hicieron, pero no puedo estar en el pasado», asegura esta joven, que ahora tiene 25 años y lucha contra el estigma de haber sido prostituta. «No hablo con nadie de esto. No se lo cuento a nadie. Todavía la gente cree que la culpa la tienes tú. No culpan al putero, sino a la prostituta. No quiero que la gente me mire mal», remarca Verónica, a la que aquella señora de la playa en tres comentarios de trazo grueso le dio la razón.
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