Javier Macías: «Sánchez necesitaba un títere y encontró a Juan Espadas»

Antes de elegir a Espadas como candidato, o al menos antes de oficializarlo, comenzó a orquestarse desde Ferraz una campaña de derribo contra Susana Díaz, que pese a que había perdido el gobierno mandaba en buena parte de las agrupaciones. Había que acabar con esa hegemonía. Por eso mandó a Ábalos y a Cerdán a Andalucía a que se hicieran con el terreno. Recorrieron toda la comunidad durante semanas y el por entonces secretario de Organización del partido prometió cargos a susanistas para que la traicionaran.

Y, sobre todo, montó un sistema por el cual se garantizaban un vuelco en las urnas allí. Doparon los censos con afiliaciones masivas, duplicando incluso el número de militantes de agrupaciones locales.

El origen de todo fue Coria del Río. Allí se sirvieron de una fontanera para, nueve meses antes de las votaciones, remitir directamente a Ferraz 32 fichas de militantes nuevos para una agrupación que no era la suya, aprovechando el vacío de poder que existía al dimitir la ejecutiva.

Se llama María Iglesias. Fue premiada con un cargo en la ejecutiva de Espadas y sigue en la de Montero. Ella niega que supiera que era una irregularidad, sólo lo hizo, según dice, para ayudar a un compañero a gobernar la agrupación.

Fue una marioneta más de todo este pucherazo del que aún nadie de la dirección nacional ha dicho nada. Tampoco Espadas ha hablado. Quizá porque lleva cuatro años pensando la maldita vez que dejó la Alcaldía de Sevilla para entregarse al sanchismo.