El pueblo granadino de La Calahorra comienza en septiembre la 'reconquista' de su preciado castillo
El Ayuntamiento y la Diputación esperan que durante el mes estén listas las obras básicas para que el palacio renacentista, del siglo XVI, reciba las primeras visitas
La apertura al público tras cinco siglos en manos privadas ha abierto grandes expectativas en la zona, que valora el esfuerzo realizado para luchar contra la 'Granada vaciada'
Fin a la historia de «amor y odio» con el castillo de La Calahorra de Granada: ya es público y se podrá visitar
Granada
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Iniciar sesión«No hay que inventar, sino aprovechar lo que se tiene. La clave es buscar lo que hay de atractivo en cada comarca e invertir en ello. Aquí tenemos el castillo desde siempre y, después de muchísimo tiempo, los de aquí y los de fuera ... lo vamos a disfrutar. Va a ser una fuente de riqueza para La Calahorra y también para sitios cercanos, es una excelente noticia».
Alejandro Ramírez Pérez tiene 56 años, lleva 14 como alcalde de La Calahorra y es el autor de la frase. Desde que llegó al cargo ha luchado para que acabara lo que llama «relación de amor y odio» entre los casi 700 calahorreños y su impresionante monumento, que ya ha dejado de estar en manos privadas tras su adquisición por parte de la Diputación Provincial a cambio de 6,5 millones. Las previsiones apuntan a que en septiembre podrá visitarse.
El odio vendría por lo siguiente: «Lo tienen ahí cerrado, sin que se pueda ver. Luego vienen a grabar allí, se dejan un pastón que va a por la familia propietaria y en el pueblo no dejan un euro», cuenta, en referencia a la exitosa serie Juego de tronos, que rodó en el interior del palacio. El amor, por esto otro: «Luego vas a casa de un calahorreño que viva fuera y seguro que te encuentras allí una foto del castillo, es algo que va con nosotros, lo queremos, es nuestra identidad».
El castillo de La Calahorra no es uno cualquiera. Se construyó con intención recreativa, como un palacio al estilo de los de la Italia renacentista. En ellos se fijó su principal impulsor, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, hijo ilegítimo del cardenal Pedro González de Mendoza. Mandó levantarlo a principios del siglo XVI y se hizo en tiempo récord: entre 1509 y 1512.
El estilo renacentista no sólo influyó en su aspecto externo sino también en la decoración interior, de la que por desgracia ahora ya no queda nada o casi nada. Fue un castillo elegante y regentado por personas favorables a la ilustración, el humanismo y la cultura. De hecho, destacaba su biblioteca, con 632 volúmenes de textos grecolatinos, tratados filosóficos o de arquitectura y literatura de entonces, sobre todo italiana.
Aunque, después de todo, sí que tuvo un uso militar. Fue a finales del siglo XVI, en lo que se conoció como la Guerra de los Moriscos y también como la Rebelión de las Alpujarras. Un grupo de cristianos viejos, que así se hacían llamar, se refugió allí durante los tres años que duró la contienda. Fue también un cuartel donde se hizo fuerte el Marqués de Mondéjar.
Después llegó el silencio. Por increíble que parezca, el castillo dejó de interesar a sus propietarios y quedó abandonado. Durante tres siglos apenas hubo actividad entre sus muros y, lo que es peor, muebles y enseres valiosísimos fueron expoliados. A principios del siglo XX, un muy adinerado estadounidense quiso comprarlo y trasladarlo a su país piedra por piedra, que es algo que parece que sólo pasa en las películas. Finalmente no llevó a cabo su plan.
Desde 1992, cuando fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) se permitió por ley su acceso, pero restringido y limitado. Un día a la semana. Laborable, para hacerlo más difícil todavía. Aunque algunos fines de semana también iban grupos. Su guardés, de nombre Antonino, fallecido hace pocos años, se preocupó hasta lo inimaginable de que sus desperfectos pasaran más desapercibidos.
Pasó a formar parte del patrimonio del Ducado del Infantado. Su propietario hasta hace unos meses ha sido Íñigo de Arteaga y Martín. Ahora depende de la Diputación, que obviamente piensa en él como atractivo turístico para la provincia en general y para la comarca del Altiplano en particular. Aunque también, en cierto modo, para la de la Alpujarra, porque desde La Calahorra parte una carretera que llega hasta allí, tras atravesar el Puerto de la Ragua.
El alcalde recuerda lo que ocurrió cuando declararon BIC el castillo: «La Junta implantó un espacio de protección en el entorno y prohibió construir, lo que perjudicó a algunos vecinos que quería hacerlo. Eso se vio aquí como un agravio, como un privilegio para los propietarios privados del castillo, aunque es verdad que también se hizo para impedir que se instalaran cerca las placas termosolares que entonces empezaban a proliferar».
La Junta, por cierto, intentó comprarlo. Tuvo conversaciones con los dueños pero nunca fructificaron. «Creo que en el fondo se desistió porque ya tiene mucho patrimonio que mantener y no quería cargarse más». Pero donde no triunfó la administración autonómica, sí que lo hizo la provincial. Y eso que el regidor admite que tenía «muchas dudas» de que la operación llegara a buen puerto.
«Me parecía muy difícil porque se hizo una tasación del edificio en cinco o seis millones, una cantidad que entendí que los dueños rechazarían porque pocos años antes habían pedido doce para desprenderse del palacio. Creo que la Diputación ha aprovechado bien la nueva situación y también el buen momento económico que vive como institución. Por fin se ha conseguido», recalca.
También hace hincapié en que esto es un acicate para luchar contra lo que podría definirse como la Granada vaciada. «Aquí tenemos un índice de paro superior al treinta por ciento, pero entendemos que bastante gente se va a ver favorecida. Por lo pronto podrán trabajar en las obras de reforma, y luego siempre se necesitará personal de mantenimiento, de taquillas, seguridad, limpieza…»
Aparte, «movimiento genera movimiento», expresa Alejandro Ramírez. Se acuerda de que cuando se practicaba esquí de fondo en el Puerto de la Ragua, próximo a La Calahorra, eso «generó beneficios para los pueblos de la zona». Ahora entiende que puede volver a ocurrir: «La gente que venga a visitarlo necesitará sitios para comer y hasta para dormir, sobre todo porque se le va a dar al castillo un uso cultural, de congresos y demás. Los que vengan pueden aprovechar para ver las antiguas minas de hierro de Alquife, los baños árabes de Aldeire…», sugiere.
En cualquier caso, es obvio que las expectativas son buenas. «La gente está muy ilusionada después de haber vivido muchos años entre la realidad y la ficción, de escuchar muchas teorías y muchos rumores: que si lo iban a expropiar, que si ahora parece que la familia sí lo va a dejar…», rememora.
De todas formas, aún quedan cosas por hacer. Lo principal es acometer reformas básicas para que se empiece a mover la maquinaria: no hay agua ni desagües, aunque la idea es instalar provisionalmente aseos químicos portátiles y enganchar el edificio a la red con una bomba a presión, una obra «sencilla» porque la distancia es de doscientos metros. En cuanto a la mejora de la accesibilidad, inicialmente se contará con rampas de madera. Lo demás irá progresivamente, pero el paso fundamental está dado.
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