Crónicas de Pegoland
Los pequeños
Solo queda esperar que, cuando todo esto pase, apreciamos a toda la gente que está en ello
Un trabajador de Sadeco realiza tareas de desinfección en Córdoba
La mayor crisis sanitaria vivida ha hecho que, por primera vez, se valoren las pequeñas cosas, los gestos que entendíamos cotidianos y que se han convertido en producto del trabajo de héroes . El estanco, el supermercado o la panadería, como últimos ... hitos de aquello que nos vincula con nuestra vida antes del virus, antes de ser confinados a casas cerradas a cal y canto o de aventurarnos a calles desiertas, solo por causa de fuerza mayor (por favor, recuerden), a mantener eso que se llaman actividades esenciales que en estos días son más esenciales que nunca. Que haya arroz en la estanterías de la tienda, poder llenar el frigorífico, se ha convertido en la última cadena de un trabajo desmedido de unas personas mal pagadas que, solo ahora, estamos valorando en su justo término como los imprescindibles de los versos de Brecht .
La llamada de unos padres al teléfono móvil , que era un momento trivial, se ha convertido en un motivo de congoja por las malas noticias que pudieran llegar. Las personas que cuidan de los mayores se han convertido en una referencia cuando los hijos no pueden hablar con sus padres, cuando se encuentran distanciados. Las residencias de ancianos , una de las fallas más profundas del estado del bienestar, se han demostrado como lugares que, si salen adelante, es por trabajadores que están tan expuestos a la enfermedad como los ancianos , los más vulnerables. Las víctimas a corto plazo de una infección que no distingue entre ricos o pobres pero que sí tiene en cuenta la fecha de nacimiento. Hasta consultar un periódico, escuchar un boletín de radio o ver un informativo en la televisión es fruto de una tarea agotadora. Pocas veces he estado más orgulloso del colectivo profesional al que pertenezco hermanado con las personas que desinfectan las calles, con los que recogen la basura, con los que reparten la compra a quien no puede hacerlo por sí mismo, a los que entierran a los muertos en la soledad de la cuarentena.
La ambulancia , el ambulatorio, el hospital y todos esos lugares que dábamos por hecho han pasado a ser de derechos adquiridos a zonas míticas. El lugar donde el personal sanitario (desde el médico hasta el conductor de la ambuilancia), que hasta anteayer era contratado a tiempo parcial para ahorrar (y no solo en Madrid, amiguitos), es el protagonista de la trinchera de guerra . Desigual, además, por una falta de medios básicos, primarios. Lo que nunca habríamos llegado a creer que podría pasar en un país occidental, aseado cuando no rico, que pensaba que se había ganado un sitio en la mesa.
Antes o después, volveremos a nuestros ancianos, a besar a nuestros hijos cuando no están cerca y a abrazar a nuestras parejas sin el miedo a flor de piel. Solo queda esperar que cuando pase todo esto, esos que eran los pequeños, los que nunca aparecían salvo para pagar el pato de todo, sean reconocidos como merecen ahora que lo están sosteniendo todo.
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