Crónicas de Pegoland
Serrín en los zapatos
El Mesón de Emilio, otro sitio de verdad que dice adiós. Urge proteger lo auténtico como Bar de Interés Popular
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Iniciar sesiónDice mi santa -como lea lo de santa, duermo en el sofá- que la Consejería de Cultura va a tener que declarar la taberna Los Mosquitos como Bien de Interés Cultural. En tiempos donde se sacraliza lo «neo», donde la tontería cotiza ... al precio de la gamba blanca, la taberna de la calle Carlos Rubio va quedando como un reducto de la verdad desnuda, sin más alharacas que las precisas. La barra de madera maciza, los jamones colgando, los precios populares y el cartel de toros de principios de siglo. Se empezó poniendo televisores en los garitos y ahora tenemos unos bonitos adefesios producto del trabajo de decoradores de interior que ya colocan hasta escaleras en los bares, cuestión que nos hace sospechar que en las escuelas de interiorismo no enseñan las desventajas de bajar de una planta a otra cuando se consume el tercer cubalibre.
Respetando que hay gente para todo, que decía el clásico, me declaro, en plan Fito Páez , incompetente en materias del mercado. Conmigo, señores, que no cuenten. Aprecio mil veces más la sencilla disposición del Correo a la sofisticada propuesta que me pueda vender uno con estrella Michelin. Cien veces cien la hospitalidad de un Carrasquín o los buenos oficios del gran Rafael López Acedo en El Pisto a las copas de balón con ginebras de colores. La algarabía flamenca de La Fuenseca a cualquier antro de moda. Qué puñetas. Se echa de menos la taberna El Gallo así como tantas otras víctimas de este progreso que confunde tan rápido forma y fondo. Que se obnubila con la última novedad del chunda chunda sin regresar, siquiera una vez a la semana, al sencillo frasco de las esencias del bar de la esquina.
El Mesón El Rincón de Emilio , allá por la calle María Cristina, es uno de esos lugares sacados de una novela de realismo mágico. Dispone unas jarras siderales de cerveza, frías como los pies de una novia en una noche de invierno. En esa casa, se aprecia la diferencia radical entre copa y medio, se charla lo preciso y puede ser uno de los sitios más divertidos entre San Lorenzo y San Hipólito para ver el fútbol en condiciones. Y lo mejor no es lo que se come o lo que se bebe, que no va de esto el artículo. Emilio Castell y su gente -porque el negocio es familiar- llevan la casa con la verdad del que recibe en el salón, la sencillez de las buenas personas y la consideración del cliente como un compadre al que se respeta si respeta. Y si no, puerta.
El Mesón y Emilio, monta tanto, llevan en la zona de María Cristina desde que era lugar de sexo de pago. O sea, de putas. Aquellas casas tan decentes como el Estoril o El Caballo Blanco son ya apenas un recodo de la memoria de esta ciudad. Ahora el progreso va a por las tabernas viejas. Y le ha tocado a estos buenos amigos que nos han soportado noches buenas, regulares y tirando a malas. Llegará el día, sin darnos cuenta, en que nos quedemos sin el suave tacto del serrín en los zapatos. Y solo quedarán modernos y cervezas artesanales. Hay que joderse.
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