Tiempo al tiempo

El tiempo se come al tiempo, fagocita hasta diluir y convertir en la misma nada el tránsito de una fiesta a otra, hasta de una estación a la siguiente. Ya hay quien te mira raro si vuelves de vacaciones a finales de julio y no le traes un décimo del sorteo de la Lotería del 22 de diciembre de Baracaldo o de Torre del Mar, que te dice que ya vas tarde si lo que estás esperando es a comprarle al niño la consola para los Reyes en las ofertas del Black Friday, que no entiende que aún no sepas si en Nochuebuena vas a cenar con tu familia carnal o con la política, o que no le hayas encargado todavía el roscón con merengue al Roldán para la noche del 5 de enero. Unos agonías. Esta gente que decora el abeto de Navidad antes de bajar del trastero la mesa camilla y de que haga falta cambiar la función de la climatización de frío a calor, que te cuenta en el chiringuito de la playa su plan para Fin de Año, la que no puede esperar ni a la Inmaculada para montar el Belén. Lo traigo a cuento no por parecer pedante ni por forzar la cita sino porque de verdad lo leí el viernes en 'Los años', un libro maravilloso de Annie Ernaux, una Nobel francesa a la que no me había acercado hasta ahora: «El tiempo comercial violaba cada vez más el tiempo del calendario. 'Ya es Navidad', suspiraba la gente ante la aparición en tromba, el día siguiente de Todos los Santos, de los juguetes y los bombones, (...) como si la vida entera desembocara en el día de Nochebuena».