Mirar y ver
La cola de los patios
Es un privilegio, el de disfrutar de la calma y la quietud, poder deleitarse en la contemplación serena
Arte por la paz (3-5-2024)
Córdoba
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Iniciar sesión«Toda Córdoba patio —pregona Pablo García Baena—. Toda Córdoba atrio de Roma, edén árabe, huerto judío, y si alguien puede llamar suyas las rosas, será esta Córdoba de los mayos felices, de las noches largas como miradas en la fiesta. Esta sí sería ... la ciudad que soñamos». Es la ciudad que espera conocer la avalancha que, en esta Fiesta de los Patios, los visita, en el Alcázar Viejo, la Judería, San Agustín, San Francisco, San Lorenzo, Santiago, San Pedro, Santa Marina o el Realejo; más de trescientas mil personas, según este medio, solo en los cuatro primeros días.
En el patio, el tiempo se detiene. Al entrar en él, flores y agua, el mirar, oír, oler, tocar y gustar, hacen lento el devenir, como el cuidado de las plantas y su despuntar al ritmo de las estaciones. «El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos. / En las paredes húmedas se estremecen las yedras. / Lilas, jazmines y celindas / tiemblan gozosos en el aire tibio / bajo el beso fugaz de las abejas«. Pausa y fugacidad canta Ricardo Molina. Y esta dualidad habla del sentido de la espera, tan humana, tan difícil. Los miles de visitantes también se detienen, hacen cola, impacientes porque la tardanza les impida dejar de acudir a alguno.
Vivimos en la cultura de la inmediatez, de la urgencia, de la velocidad imparable, donde nada tiene demora, lo quiero todo y ya, respuestas instantáneas, logros rápidos, satisfacciones inmediatas. Todo en un clic, en una existencia cuyo tiempo se confunde con el de la realidad virtual. En la modernidad líquida, cambiante, inconsistente, ansiosa, estresada y sin tolerancia a la frustración, hacer cola es aprender a esperar: dar tiempo al tiempo, aceptar que cada momento tiene su momento, ejercitar la constancia y la perseverancia, y afincarse en la virtud de la paciencia que es más lenta, pero de resultados más profundos y seguros.
Hacer cola, la de los patios o la de la vida, es un privilegio, el de disfrutar de la calma y la quietud, poder deleitarse en la contemplación serena de lo que se vive y vislumbrar qué esperar, porque el que está en la cola ya sabe adónde va.
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