La Graílla
Realidad virtual
Para ser el estandarte de la estación quizá no basta con ser honrado entre la venalidad de los demás
Unos pocos
La senda que no se ha de volver a pisar
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Iniciar sesiónTienen su gracia esas recreaciones que genera la Inteligencia Artificial y que son capaces de confundir a adolescentes despistados o a matrimonios en pleno síndrome del nido vacío que entretienen un rato al día en las redes sociales. Muchos habrán visto una que ... a partir de fotografías resucita la Córdoba de los años 40 y 50. Por sus calles, surcadas por muy pocos coches grandes y oscuros, caminan, sonríen y saludan caballeros con sombrero, mujeres enlutadas y jóvenes con corbatas estrechas.
La apariencia de muñecos de plastilina, película de la Guerra Civil o videojuego con ínfulas termina por contaminarlo todo de una atmósfera irreal y lúdica, pero aunque cualquier historiador o alguien con memoria sea capaz de poner mil pegas, tienen ese encanto de los mejores capítulos de 'El Ministerio del Tiempo' y permiten evadirse de este tiempo de alienación y virtualidad.
El martes alguien que había alargado demasiado la siesta en el sofá despertó con las manos dormidas y al coger el teléfono se sorprendió de una de esas escenas, aunque esta vez era como de los años 80 o primeros 90. Era una plaza de la Córdoba gris de aquellos años, enorme y desapacible, no muy limpia, con un estanque vacío y despojada de árboles. En ella había gente de Izquierda Unida con pañuelos palestinos y banderas republicanas, y quienes tomaban la palabra hablaban de ciudadanía y pueblo. El PP había mandado sólo a una concejal y no a su cabeza de lista. «Debe de ser porque en aquella época sacaban muy pocos votos y estaban en minoría», decía el hipnotizado que miraba a la pantalla antes de ver que el acto era para ponerle a la estación del AVE el nombre de Julio Anguita.
A la Inteligencia Artificial le habían dado mal los datos o había buscado en fuentes de aguas turbias y había creado realidad virtual. La estación iba a llevar el nombre de Luis de Góngora, según varios acuerdos unánimes del Pleno. El Gobierno no había exigido que el Ayuntamiento pagara la señalización, como pasaba con el poeta. Había testimonios de gente que decía que había sido un político austero y coherente, riguroso en la oposición y que había renunciado a su pensión de diputado para volver al aula. Era cierto, y el que los escuchaba recordaba su argumentación y solidez intelectual, pero se preguntaba si para ser el estandarte de la estación de tren no era necesario algo más que destacar por la honradez entre la desesperante venalidad de los demás.
Alguien había dicho que era el mismo Julio Anguita, que dejó el legado de mejoras en los barrios, una casa consistorial de aire soviético y los carteles de 'Córdoba no nuclear', quien había bloqueado la nueva estación y el soterramiento de las vías y que cuando llegaron las prisas del 92 obligaron a destruir el palacio de Maximiano Hercúleo. Al recordarlo apagó la pantalla con miedo de que en la siguiente escena rotulasen el Museo Arqueológico con el nombre de Herminio Trigo.
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