La Graílla

Manos de seda

Los carteristas se pasean por Córdoba a sus anchas y no parecen merecer la indulgencia de pícaros modernos

Ojos abiertos, ceño fruncido (19/10/2024)

En 'Farmacia de guardia', aquella 'sitcom' castiza y ocurrente que reunía todos los jueves a las familias delante de la tele cuando las series todavía eran entretenimiento que quedaba en la memoria colectiva y no chacina audiovisual con ínfulas, apareció en un solo ... episodio el enorme Antonio Ferrandis interpretando a uno de esos carteristas de manos de seda y buen corazón que han quedado en el imaginario popular como encarnación de un mal menor.

Era un hombre trajeado y cortés, que se molestaba en dejar la cartera en el buzón de la víctima con la documentación intacta y el regalo de un poema y una flor, pero vacía de billetes y monedas, faltaría más. Poco antes Joaquín Sabina había escrito 'Al ladrón, al ladrón', uno de esos temas menores casi olvidados en que hablaba del ratero artista que presumía de clientela fina y de no tener que usar la violencia ni navaja para llevarse el dinero.

El aura romántica del carterista siempre tiene un tufo de fabulación indocumentada, pero hay que entenderla en aquellos años: cuando se multiplicaban los drogadictos ansiosos que ponían en el cuello un pincho o una jeringa que podía estar infectada de sida, y cuando los que trabajaban en tiendas tenían que cerrar con el miedo de que apareciese cualquier chaval de dientes consumidos a por lo poco que hubieran dejado las ventas, un tipo de manos habilidosas que por lo menos no dañaba ni amenazaba y que hasta procuraba que el carné de identidad, las fotos de la familia y las estampas quedasen donde alguien los encontrara no era bueno, pero emergía como un buscavidas con algo de sentido moral y delicadeza paliativa.

Cuando nadie parecía acordarse de ellos en este tiempo en que hasta el pan se paga con un teléfono o con una tarjeta, los carteristas parecen pasearse por Córdoba a sus anchas y lo cierto es que ahora no se ve ningún relato de pícaros modernos que merezcan indulgencia.

Más bien queda el dolor de estómago de saber que en la práctica lo que hacen quienes buscan en las mochilas o bolsillos de los turistas quedará impune por una legislación benigna que deja el hurto casi siempre en poca cosa, como si 400 euros arriba o abajo no mereciesen el esfuerzo de castigar que cambien de la mano que se los ganó a la que los quita.

Es parte de la cultura española de este tiempo mucho más que aquellos ladrones sutiles de la ficción, porque lo cierto es que cuando el visitante pierde la cartera ya se ha dejado por el camino mucho dinero confiscado y sin más coacción que la de las leyes tributarias: ha pagado películas que no verá y la actividad de oenegés que no le ayudarán, agencias públicas que se dedican a lo que podría hacer mejor cualquier empresa privada y televisiones en las que nunca se detiene haciendo záping, espectáculos que no le gustan y manifestaciones en que le criminalizan. Cualquier día alguien notará los dedos de la carterista y la mirará con pena: «No te molestes que María Jesús Montero ya la ha limpiado mucho más rápido que tú».

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