La Graílla
Cuentas rabiosas
Los gastos insolentes del Gran Capitán expresan la forma en que España pagó a veces a los mejores
Principio y final
Nostalgia y vividura
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Iniciar sesiónLos historiadores de este tiempo no ven probable que aquella lista sarcástica de desembolsos que el Gran Capitán envió a Fernando el Católico cuando éste le pidió que desmenuzara los gastos de la sufrida victoria de Ceriñola fuese cierta. Gonzalo Fernández de ... Córdoba era hijo de su tiempo, sirvió a una monarquía que había vencido a los nobles para una nueva forma de poder que ahora se llama estado moderno y no es probable que hablase con arrogancia y descaro quien después asumió sin alzar la voz el injusto destierro de Loja. Como hombre de honor no podía ir al final contra los principios que había defendido con sangre toda su vida.
La exposición permanente que desde ayer puede verse en el Castillo de Montilla muestra las auténticas cifras que el militar envió tras la conquista de Nápoles, pero también aquel texto insolente que se hizo popular en las crónicas y que hasta sirvió para una comedia a Lope de Vega, deslumbrado por la fuerza literaria de su rebeldía mordaz.
Allí se detallan cien millones de ducados para picos, palas y azadones para enterrar a los muertos del enemigo, 150.000 para que frailes y monjas rezasen por las almas de los caídos, 100.000 en guantes perfumados para evitar el olor de los cadáveres ajenos y 160.000 para las campanas destruidas de tanto tocar victoria.
Su altivez, arrogancia y crudeza lo hacen sin embargo no ya digno de enseñarse en esa estupenda exposición permanente, sino de labrarse en el mármol de aquello que sirve para explicar, en el siglo XVI en que se acababa de descubrir América o en el XXI de la globalización mundial, la forma en que España pagó tantas a veces a quienes mejor la habían servido.
Esas cuentas rabiosas del Gran Capitán han llegado a este tiempo porque aunque sean falsas en la forma sí que sirven para contar la historia de cómo quienes se han esforzado por cumplir con su deber, han perdido jirones de piel y han dejado mucho más tiempo del que nadie está dispuesto a pagarles tienen después que enfrentarse a monarcas, validos, ministros o más bien burócratas que en su afán por justificar sus puestos de trabajo andan queriendo tasar la sangre derramada, la energía de las cargas y el sudor de los médicos ante los cuerpos abiertos. Nada que no esté escrito con épica, honor y tristeza en 'El Ministerio del Tiempo'.
Desde aquella época hay monarcas que sacrificaron a quienes habían desarrollado reformas importantes para que la ola de impopularidad no los tocara, jefazos que llevaron al patíbulo a sus héroes, gobernantes que señalaron el camino del destierro a quienes les podían hacer sombra y presidentes soberbios que despreciaron el sacrificio de más de 800 conciudadanos muertos y de cientos de miles que tuvieron que salir de sus casas y pactaron con quienes justificaron sus crímenes. Como para pensar que no es cierta la queja de quien agradece a Fernando el Católico la gracia de escucharle después de haberle regalado todo un reino.
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