pasar el rato
Verano y libros
Nadie se atrevería hoy a decir que se va a la playa o al monte sin llevarse un libro que no leerá
Córdoba
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Iniciar sesiónEl viajero empaqueta el bañador, el cepillo de dientes, la tarjeta de crédito y un libro. Y se lanza a los espacios abiertos, que están todos ocupados. Lo único superfluo del equipaje es el libro, pero nadie se atrevería hoy a decir que se va ... a la playa o al monte sin llevarse un libro que no leerá. —¿Y qué has hecho este verano en la playa? —Descansar, pasear y leer mucho. Precisamente las tres cosas que no se pueden hacer en la playa en verano. Para eso está la ciudad en invierno, tranquila y sosegada.
La playa es para sudar, para engordar y para compartir una sospecha de mar con desconocidos. Si cada veraneante leyera en agosto los libros que dice haberse llevado al mar, España sería el país más culto de Occidente. Que no dice uno que no lo sea, pero no por la lectura veraniega. Para aprender a pensar por cuenta propia —que es el objeto de la lectura— están la casa de uno, los amigos de uno, la taberna de uno y El Corte Inglés.
A la playa se va únicamente para poder preguntarse por qué habrá ido uno a la playa, en vez de quedarse en el Círculo de la Amistad leyendo el periódico, que es donde se descansa. Qué poco tienen que haber pensado para poder haber leído tanto, diría Schopenhauer de algunos bañistas.
Al mar no se va a leer, se va a mirar a lo lejos, que es donde está el pensamiento, el sentimiento y la patria verdadera. Y para mirar a lo lejos no hace falta ir muy lejos, basta con haber aprendido a mirar desde aquí mismo. Lo mejor de la lectura es levantar los ojos del libro y ver lo que antes no se veía.
Es hombre de un solo libro, que es el libro del verano, reprochará al bañista un intelectual. Hombre, si el libro es el Quijote o la Divina Comedia o los Ensayos, de Montaigne, y lo relee al menos una vez al año, con eso tiene suficiente para pasar el verano y las otras tres estaciones de Vivaldi. Peor es leer muchos libros y leerlos mal, a quienes lo hacían llamaban sofómoros los antiguos griegos, que le daban calidad literaria a la mala leche.
Los intelectuales menos inteligentes y otros frutos pasados de la cultura alardean de leer mucho y constantemente, como si indigestarse fuera un mérito. No nutre lo que se lee, sino lo que se asimila. En verano aprovecha más una copita despaciosa y deleitosa mirando al mar que 'La fundamentación de la metafísica de las costumbres'.
Entre la literatura y la bebida ha habido siempre una calurosa complicidad, sin que eso signifique que todos los bebedores lean y escriban bien. A una copa, como a un libro, hay que darles su tiempo para que calienten la personalidad. La bebida y la lectura, con mesura.
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