PASAR EL RATO

Lluvia de pasión en Córdoba

Las hermandades cordobesas quedan purificadas hasta el año que viene por el dolor del encierro forzoso

Amor y Vera-Cruz, dos traslados que saben a mucho tras el diluvio en Córdoba

Mantillas y nazarenos entristecidos VALERIO MERINO

Dios, que hizo también a Pedro Sánchez, y se lo reprochamos, sabe por qué hace lo que hace. Eso nos gusta creer. Él ha hecho la lluvia, y la mandó sobre Córdoba durante toda la Semana Santa. Dios ha llovido ... en Córdoba sin interrupción. A destiempo, nos parece. A Él le dan lo mismo nuestras protestas, porque sabe lo que conviene a las almas y a los cuerpos. Eso nos gusta creer. Pocas veces ha sido tan evidente en Córdoba que la Semana Santa es tiempo de Pasión, una estación de penitencia vivida gota a gota, charco a charco. Un consuelo eventual de tres o cuatro salidas, y el resto, dolor cofrade, y más dolor y más dolor.

Las hermandades cordobesas quedan purificadas hasta el año que viene por el dolor del encierro forzoso. Lluvia de Pasión en Córdoba. Calles llenas de lluvia y vacías de Dios. A no ser que en la lluvia también estuviera Dios. Este artículo es un pretexto para hablar de Dios. ¿Se puede hablar seriamente de otra cosa? Uno cree en Dios, y no sólo por contrariar al Gobierno y entretener a los sabios de redes sociales. Con dificultad, pero cree. Con esfuerzo, pero cree. Y cree también en los que no creen, que es la manera adecuada de creer en Dios.

Pablo Iglesias, el copero mayor de la III República, ha dicho que «Dios es un significante en discusión». Se trata de una definición tan cursi de Dios que le quita todo prestigio intelectual al ateísmo. El gran fracasado tiene menos suerte que Dios, porque se ha convertido en un insignificante sin discusión. Y ha acabado exhibiendo su ignorancia en la Complutense y en un bar de copas comunistas. Pese a todo, al final de un bocazas hay un creyente. Eso es histórico. En las grandes conmociones, respetar el padrenuestro. Además de los subjuntivos. Ahora que ni el Papa le parece a uno de fiar, es el momento de volver a Dios por propia y humilde cuenta. A Dios se va siempre en soledad.

La compañía ayuda y ameniza, forma parte de la fe, pero no la suple. Tampoco suple las obras imprescindibles. Según las vivencias cordobesas de uno, la buena gente cofrade de la Semana Santa da más compañía que la Conferencia Episcopal. El poder distancia. El Todopoderoso, si fuera únicamente poder, carecería de todo interés para el alma. La Semana Santa cordobesa demuestra que Dios es, esencialmente, amor y dolor. Lo mismo que cualquier cofrade. Pero con otro nivel. Y eso es lo que engancha. El Altísimo nivel en lo esencial.

Una dulce cordobesa de mantilla y peineta, cofrade joven y sentimental, educada en la lectura de don Antonio Machado, le confía en verso a una compañera de Pasión: Anoche, mientras llovía, / noté, bendita emoción, / que el Dios de mi Cofradía / calmaba mi corazón. Con un paisaje urbano de tristeza a lo lejos, los campos cordobeses bendicen a Dios por tanta lluvia. Los cofrades cordobeses, también. Son buena gente. Córdoba ha hecho realidad esta Semana Santa el lema del gran Beethoven, con el que empieza un soneto bellísimo mi querido José Hierro: «Llegué por el dolor a la alegría». Córdoba se ha ganado la lluvia. Y el sol.

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