Contramiradas
Alejandro Ibáñez, arqueólogo: «Aquí en Córdoba siempre mandan las piedras»
Entrevista
dwedwedwe
Esculturas íberas en la Campiña, las huellas de un pueblo floreciente
Aristóteles Moreno
Có
A sus 70 años, Alejandro Ibáñez custodia un inmenso imperio de piedra compuesto por más de 3.000 yacimientos arqueológicos. Se levanta a las 5 de la mañana. Revisa la prensa, escucha los informativos, desayuna y a las 7.30 ya está ... sentado en su despacho. La mitad de los días los dedica a elaborar informes y a cumplimentar expedientes. La otra mitad, a pisar sobre el terreno ese extraordinario tesoro subterráneo que se extiende por la provincia. Es un trabajo arduo. Repasemos las cifras. En lo que va de año, ya lleva ejecutadas 169 intervenciones. Una cada dos días. Y no parece tener en mente jubilarse.
-Soy contratado laboral y no tenemos fecha de caducidad.
-Como las piedras.
Esculturas íberas en la campiña de Córdoba, las huellas de un pueblo floreciente
Luis MirandaLos leones y toros aparecidos desde hace décadas son el testimonio de una comarca en que abundaron las poblaciones importantes por su posición estratégica en la península
-Eso es. Cada día más viejo. Es un trabajo apasionante, que me entretiene un montón y me interesa mucho. Hasta que la hernia me respete voy a seguir trabajando.
-Es usted ya un resto arqueológico de la Delegación de Cultura.
-Más o menos.
El curso próximo cumplirá 40 años al frente del servicio de arqueología de la Junta en Córdoba. Ingresó meses después del primer gran conflicto arqueológico de la democracia. Anguita decidió construir un parking bajo Gran Capitán. Nada más escarbar unos cuantos metros, aparecieron restos romanos de gran valor. La Junta paró las obras durante meses. Y estalló la primera gran bronca política. Solución: se taparon los restos y adiós muy buenas. Eran otros tiempos. Ahora las intervenciones arqueológicas están más reguladas. «Soy inspector de todas las excavaciones. Y las visito por sistema. A veces me llaman, me reúno con los técnicos o con el arqueólogo a pie de obra. Y buscamos una solución. Y siempre mandan las piedras».
-Antes no mandaban las piedras.
-Desde que yo estoy aquí siempre han mandado mis piedras.
-Usted es el hombre del saco de los constructores.
-Yo soy el antipático del arqueólogo provincial. Me presento así ante el promotor cuando he tenido obras conflictivas. Y me dice: «Hombre, no me diga usted eso». Y yo le respondo: «Cuando se entere de lo que le voy a decir me lo cuenta». Y al final me dice: «Se ha quedado usted corto». Yo intento siempre llegar a un acuerdo. En Córdoba, hay una normativa que tardamos 20 años en hacerla y no se hace ni una obra que no tenga control.
-O sea, que se ha ganado unos cuantos enemigos.
-Y amigos también. Y cuando llego se ponen manos arriba.
-¿Cuántas obras ha parado?
-No muchas. Por decreto, pocas. Casi siempre negociamos. Le digo al promotor lo que hay que hacer. Tenemos una carta arqueológica en los pueblos. Y lo bueno es que ese catálogo de yacimientos se incorpore a la normativa de planeamiento.
-¿Los alcaldes saben ya para qué sirve el patrimonio arqueológico?
-Lo saben y lo valoran. Y llaman constantemente. Con todos me llevo bien.
-Hoy las ruinas no son una ruina.
-No. Son una medalla que se puede poner el Ayuntamiento o el promotor de turno. ¿Ha visto usted las termas de Bershka? Hay una piscina romana cojonuda. Negociamos Juan Murillo y yo con los promotores para no destruirlas. Y se pueden visitar.
-¿Los arqueólogos tienen mando en plaza?
-Mandamos lo justo. Pero tenemos una Ley de Patrimonio muy buena, que nos defiende y nos da rango de autoridad. Yo me llevo muy bien con la Policía y hemos trabajado mucho juntos. Tiene una brigada de patrimonio. Del Seprona, tengo contacto de los cabos y los sargentos de la provincia.
-¿Cuál ha sido su último dolor de cabeza?
-Casi todos los días hay alguno.
-Alguno gordo de ahora.
-Ese no lo puedo contar. Por norma, no podemos hablar de una excavación en curso hasta que el arqueólogo de turno no emite su informe.
-¿Los arqueólogos le tienen cariño?
-Yo creo que sí. Les facilito todo lo que puedo. Los promotores empujan porque quieren el permiso pronto. Me llaman y me piden que lo adelanten. Sé que detrás del arqueólogo, hay un promotor con una inversión grande.
-¿Los arqueólogos son los últimos románticos del planeta?
-Yo creo que sí.
-Defender piedras es un suicidio.
-Totalmente.
-En Córdoba hay más de 3.000 yacimientos inventariados. ¿Cómo vigila todo ese imperio?
-Tengo las fuerzas de seguridad de nuestra parte. Pasamos información a la Guardia Civil de todos los yacimientos y ellos tienen las cartas arqueológicas y vigilan los yacimientos.
-¿Todo lo que hay bajo tierra es un tesoro?
-Yo creo que sí. Es nuestra historia. Nos aporta todo lo que hemos sido, somos y seremos. Hay yacimientos muy buenos que están por descubrir.
-¿Y qué le gustaría descubrir?
-No lo sé. Yo me especialicé en romano. Ya estoy en todo, aunque no entiendo de todo, por supuesto. Si no sé tal cosa, llamo al especialista. Ahora estoy en contacto con la Universidad de Huelva para que estudie unas pinturas rupestres, que son una maravilla. Todavía no podemos decir nada. Vamos a dar un bombazo.
-¿Medina al Zahira es la gran perla perdida?
-Es la gran perla perdida.
-¿Y por qué no la encontramos?
-Porque no la buscamos. Aquí lo que hacemos es arqueología de urgencia. Vamos detrás de la obra de turno y hay pocos proyectos de investigación.
-¿Cuál es su hipótesis?
-No he querido nunca pensarlo. En Poniente pensábamos que íbamos a dar con ella. Al menos, no la hemos bautizado. Muchas veces, somos el Juan Bautista del demonio.
-¿Qué significa eso?
-Que bautizan el yacimiento: «Esta es la ciudad de tal». Y luego no es.
-¿Dónde se dejó más lágrimas: en el Bulevar o en Cercadilla?
-Cercadilla fue muy duro. Teníamos el 92 encima y había que cumplir unos plazos. Era un hito para España y el tren tenía que llegar a Sevilla.
-Ahí los arqueólogos perdieron la inocencia.
-Totalmente. Lo malo es cuando las piedras se hacen políticas. Y las piedras no son de ningún partido.
-¿Qué le duele más: una muela picada o un expolio?
-Las muelas ya las tengo cambiadas. Los expolios me suelen seguir doliendo. Hay mucho negocio detrás y se mueve mucho dinero. Afortunadamente, hemos recuperado piezas de valor incalculable. Las últimas fueron dos efebos en Pedro Abad de 1,70 metros. Era ya el cuarto registro domiciliario, que es una cosa muy desagradable. He asistido a muchos registros.
-¿La venta de capiteles omeyas le provoca dolor de estómago?
-Sí. Sobre todo, a mi compañero Antonio Vallejo, por Medina Azahara.
-¿Eso es delincuencia arqueológica legal?
-Legal no. El tráfico de material arqueológico es ilegal.
-En Sotheby's se venden cada día.
-Llegan blanqueadas. Dicen que venden la pieza de su abuelo. Y no es de su abuelo. Es la pieza de todos.
-¿Cuántos informes suyos han terminado en la papelera?
-No sé decirle. Yo los hago y punto.
-¿El salmorejo es una reliquia romana?
-No, porque tiene tomate. Lo que es romano es el «moretum», que es un salmorejo blanco.
-Como la mazamorra.
-La mazamorra sí es de origen romano. Hace años, con los hermanos Jurado de Espejo, hicimos un embutido romano, que no lleva sangre.
-¿Qué ha aprendido usted de la arqueogastronomía?
-Que muchas cosas las comemos todavía. He estado en la Cofradía del Salmorejo cordobés. Y ahora hemos creado otra: Sabores de Córdoba. Cada día descubrimos una cosa.
-¿El flamenquín pasaría la prueba del carbono 14?
-Sobre todo, si es de mi pueblo, Bujalance. Cuando hicimos «Un país para comérselo», en el guion venía que iban a rodar el flamenquín en los Pedroches por el jamón. Varié el guion y dije que era de Bujalance. Yo quería que saliera mi pueblo. Lo presentamos en el bar Tomate. Su madre Paquita hizo el flamenquín y a Echanove e Imanol Arias se les caían las lágrimas de la comida que nos puso Alfonso.
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