REPORTAJE
La batalla sin cuartel a la soledad de los mayores en Andalucía
El verano puede convertirse en una época del año especialmente amarga para las personas de más edad: asociaciones benéficas, parroquias y farmacias combaten el mal que afecta a uno de cada cuatro ancianos
Sevilla
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Iniciar sesiónEl día que se iba a quedar viudo amaneció como todos. Su esposa, María, se levantó antes que él, como solía hacerlo: preparó una cafetera, le puso las pastillas con las que empezaba cada jornada en la mesilla de noche, se arregló y se fue ... a desayunar con las amigas del barrio. Era miércoles y tocaba el taller de manualidades en el centro cívico, al que acudía desde hacía dos años por recomendación de su médico de cabecera y para combatir el principio de deterioro cognitivo que le traía negra. Volvió a casa a la hora de comer: él la esperaba con la mesa puesta y una lubina cogiendo temperatura en el horno. Almorzaron con la tele de fondo. Hablaron de los nietos, que estaban empezando el curso escolar. Discutieron por el punto de la sal. Se reconciliaron con el dulce de la tarta del postre.
«Mi mujer no era de echarse la siesta, sino de engancharse a la novela, pero esa sobremesa sí que le apeteció. Me extrañó pero no le di importancia. A la media hora sentí un ruido fuerte en la habitación: perdió el conocimiento al caerse para ir de la cama al servicio. Ya no la vi viva nunca más». A C. del Sarmiento se le humedecen los ojos y le tiembla el pulso en una terraza del centro de Sevilla.
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«La conocí cuando éramos unos chavales, con poco más de quince años, en el pueblo. Hemos pasado toda la vida juntos. Todo acabó en octubre. Miro hacia atrás y no sé cómo he podido sobrevivir estos meses. El silencio de la casa, la soledad de la noche, no oírla trajinar de un lado a otro… Eso puede matarte el espíritu, acabar con las ganas de vivir de uno», completa el hombre, de ochenta y tres años y que se enfrenta al primer verano sin la compañía de María.
«¿Que cómo lo llevo? A estas cosas nunca te acostumbras, pienso yo. Tengo la fortuna de que mis dos hijos se han volcado conmigo. Me han invitado a que me vaya a la playa unos días, igual me decido... Por el momento aguanto en Sevilla: me han puesto una asistenta toda la mañana para ayudarme con la casa y las tardes las paso con la tele y el paseo de última hora. Pero los días se me hacen muy largos...», concluye el hombre.
«Me han puesto una asistenta por la mañana y por la tarde me doy un paseo, pero los días se me hacen muy largos»
Carlos Sarmiento
Octogenario recién enviudado
Su historia es similar a la de tantas personas de edad avanzada que ven en el tiempo libre no una oportunidad de ocio sino más bien un riesgo de sentirse fuera de sitio o de enfrentarse al vacío. Josefina Santos, cordobesa, es la responsable del programa nacional del Teléfono de la Esperanza para el acompañamiento a mayores.
«No es lo mismo vivir solo que tener un sentimiento de soledad: el punto clave es sentir que no contamos con personas a las que recurrir o en las que confiar, ni en el día a día ni en caso de necesidad», precisa la componente de una organización que ofrece seguimiento telefónico gratuito a ancianos, actividades de grupo, orientación para cuidados o atenciones especializados, así como un programa de voluntariado centrado en este colectivo.
«La percepción de soledad en su dimensión emocional afecta a una de cada cuatro personas adultas en nuestro país»
Josefina Santos
Teléfono de la Esperanza
De acuerdo a los datos de los que dispone Santos, «la percepción de soledad en su dimensión emocional afecta a una de cada cuatro personas adultas en nuestro país», de tal manera que el Teléfono asistió durante 2024 a 914 personas con este problema y gestionó 16.262 llamadas. La edad mayoritaria de quienes reclamaron cuidados se encuentra en la franja comprendida entre los 45 y los 75 años, y las mujeres demandan más el servicio —superan el 60 por ciento de los usuarios—.
«En la época estival en la que estamos la soledad en las personas mayores se acrecienta por el calor extremo que les hace estar más tiempo en casa y la añoranza de sus seres queridos que están de vacaciones. Es una época en la que suelen estar más tristes o melancólicas», precisa.
Bidafarma y San Juan de Dios
La realidad que describe Josefina Santos tiene un nombre en el argot de la intervención social: soledad no deseada. Una de las iniciativas recientes más audaces para combatirla —o más bien para diagnosticarla a tiempo, antes de que se convierta en un problema con poca vuelta a atrás— la lideran la Fundación Bidafarma y la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. Ambas entidades colaboran para formar a los farmacéuticos en la detección de ancianos que corren el riesgo de desconectarse socialmente. La idea es convertir las boticas en espacios que favorezcan los lazos humanos aprovechando el hábito de la población provecta de acudir a ellas de una forma muy frecuente.
En este sentido el presidente de la Fundación Bidafarma, Leandro Martínez, suscribe que «la farmacia comunitaria puede y debe estar al servicio de quienes más lo necesitan. El acuerdo al que hemos llegado con la Orden Hospitalaria representa esa convicción».
«La farmacia comunitaria puede y debe estar al servicio de quienes más lo necesitan»
Leandro Martínez
Fundación Bidafarma
La primera línea de trabajo de este proyecto ha sido el lanzamiento de una formación específica para farmacéuticos. Casi un centenar de farmacéuticos asociados a Bidafarma ya han participado en las sesiones 'online impartidas' por profesionales de San Juan de Dios, con lo que están preparados y atentos para prevenir la citada soledad no deseada.
La firma que agrupa a las boticas resalta que «el convenio contempla la distribución de kits de sensibilización en las farmacias, con materiales diseñados conjuntamente por ambas instituciones, como videos, pegatinas y otros elementos visuales, que permitirán visibilizar esta problemática y generar conciencia entre la población». Y añade: «El objetivo es doble: que el paciente se sienta acompañado y que la sociedad tome conciencia de lo que ya se considera una epidemia silenciosa».
Socialización en 'Huellas de alegría'
Vicente Barreiro, de 81 años, y Carmina Fernández, de 78 son dos vecinos de la zona de Sevilla Este que se han tomado en serio el concepto de envejecimiento activo, que pasa inevitablemente por no perder de vista el pulso de la socialización. En pro de esos objetivos, el matrimonio se ha integrado en un programa del parroquia San José y Santa María, situada muy cerca del hotel Vértice, nacido en 2018 y que se llama 'Huellas de alegría'.
El vicario del templo encomendado a los Filipenses, el padre Domingo Velasco, explica cuál es su filosofía. «Como sucede con algunas plantas con sus pétalos o semillas que vuelan lejos y se quedan sin ellos, los padres se quedan sin sus hijos que se desplazan a otros barrios o ciudades, quedándose en su soledad, acompañados, según van avanzando los años, con los achaques normales de la ancianidad y con bastantes horas del día libres, si es que no tienen que asumir la tarea de cuidar a los nietos», reflexiona el religioso.
«Tenemos un espacio de encuentro para caminar acompañados en el que se potencian los lazos de relaciones humanas»
Domingo Velasco
Sacerdote de San José y Santa María de Sevilla
«'Huellas de alegría' es un espacio de encuentro para caminar acompañados en el que se potencian los lazos de relaciones humanas, se da formación mediante conferencias o charlas sobre salud, alimentación, redes sociales, risoterapia, prevención de riesgos y de timos…, y también en el que se tienen encuentros lúdicos, de expansión y cultura con salidas a la ciudad o a pueblos, y celebramos juntos la Navidad o la Feria comiendo juntos», agrega el padre Domingo.
A la labor puramente asistencial o de orientación en distintos aspectos de vida diaria se le suma inevitablemente el componente espiritual. El sacerdote apostilla en este punto que «quien ha sido creyente practicante, ante su debilidad, ahora siente una mayor necesidad de la mano amorosa de Dios, mano siempre tendida abierta, para ayudarle a caminar, a levantarse y mantener la mirada esperanzada con un horizonte que no esté abocado inexorablemente al vacío y a la nada: la vida, aunque debilitada por los años, busca vida, y el creyente busca la vida, pues Él, Jesucristo, será el mejor médico y acompañante en los últimos años de su existencia en este mundo». El religioso recibe a ABC en compañía de Vicente y Carmina, él profesor de castellano a inmigrantes, ella coordinadora de los talleres de dinamización de la parroquia. «Cuando un se jubila hay que llenar espacios, y la parroquia lo hace», coincide el matrimonio.
Hay también quien corta por lo sano: si la gente no va a ellos, son ellos los que van a la gente. Y en los centros geriátricos residenciales no falta. Lo sabe José Rodríguez Domínguez, nacido en la Alpujarra de casi noventa años y residente junto a su esposa Plácida en las instalaciones San Juan Grande de Jerez. «Estar acompañado es lo esencial en esta vida y a cualquier edad, porque la edad de uno es sólo un número».
«Hay que entretenerse con lo que sea: además de las actividades de la residencia me ocupo de cuidar las plantas», señala. Rosario Orellana, beneficiaria del centro de San Juan de Dios de Antequera, le da la razón: «El quedarme viuda el año pasado me dejó el corazón débil, lo pasé muy mal: aquí, en la residencia, miro el campo del alrededor y, aunque estoy acompañada, sigo acordándome de él».
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