Los padres buscan a sus hijos engañados

Familias marroquíes intentan desesperadamente localizar a sus hijos para que regresen de una aventura fallida; la mayoría retorna a sus orígenes

Menores llegados a Ceuta Antonio Sempere/ ATLAS

J. J. Madueño

Marruecos ha lanzado a la frontera a miles de jóvenes desde el lunes por la tarde. Les abrió la puerta de la verja para que pasaran y presionaran en avalancha hasta llegar a Ceuta. Las Fuerzas de Seguridad no pudieron contenerlos y, según contabilizaciones oficiales, ... más de 8.000 personas cruzaron para entrar en la ciudad autónoma, que se sumió en el caos y el miedo. En Marruecos muchos padres reclaman a sus hijos que vuelvan . Se marcharon sin su consentimiento. «Hay quien ha venido a ver si está su hijo, que no ha vuelto a casa», asegura un agente fronterizo. Muchos chicos vieron la oportunidad de una aventura y, engatusados por el sueño de un país que los acogería y haría realidad todos sus deseos, se lanzaron para entrar de forma irregular. La meta era llegar luego a la península.

Tras el intento fallido, muchos padres se han puesto en contacto con las autoridades para reclamar a sus hijos, pero otros directamente los han llamado por teléfono. Sabedores de que los chicos llevan un móvil para hablar con sus amigos y comentar las peripecias en las redes sociales. Así, en medio de una monumental bronca parental les han exigido que vuelvan. Algo que no es tan fácil por la legislación que ampara a los menores no tutelados. «Me ha llamado mi padre para que vuelva. Dice que voy a matar a mi madre del disgusto», reconoció Mohamed Redah (26 años), cuando se presenta ante los Regulares para que le ayuden a regresar a Marruecos, en una de las miles de devoluciones que se están llevando a cabo en Ceuta.

Tres menores posan frente a un cartel de la carretera nacional N-352, que comunica Ceuta con la frontera de El Tarajal Antonio Sempere

Dos días después de aquello el flujo ha cesado, aunque algunos niños siguen intentando entrar a nado bordeando los espigones de la valla. Ahora la mayoría quiere regresar a casa. Aseguran que se vieron envueltos en una marabunta de gente que los arrastró hasta Ceuta con la idea de un mundo mejor. «No hay nada. No se puede salir de aquí para la Península. No se puede hacer nada. Mejor regresar », señaló Himad Jaddad (26) y que decía que también lo había llamado su madre para pedirle que regresara a casa.

«Somos campesinos. Cogimos un taxi hasta la frontera del Tarajal, para entrar a Ceuta y pasar un par de días», dice Nabil Hamdud, de 17 años

Es un chorreo constante de chicos hacia la frontera para volver. Allí los recogen los militares, donde una amable soldado los tranquilizaba en dariya, el dialecto del árabe que se habla en la zona, y luego los conducía hasta la frontera. Se hacían grupos de chicos y luego se les deportaba voluntariamente a Marruecos. «Vinimos a dar un paseo, pero ya nos vamos. Entramos el lunes saltando la valla, no por los espigones, pero ya tenemos que regresar a casa», dice Ayman Hajim (19), que llegó con su hermano de un pueblo que está a más de 100 kilómetros de la frontera. «Nos han llamado nuestros padres para que regresemos», asegura su hermano Amwer (18). Ambos van con una gorra verde y un bolso de ropa.

La fiesta ha acabado y es hora de volver . Así lo hacen tres menores que entraron con los dos hermanos. Son un grupo de cinco amigos. «Somos campesinos», señala Nabil Hamdud (17) y narra cómo cogieron un taxi en su ciudad natal hasta la frontera del Tarajal para entrar en medio del tumulto para pasar un par de días.

Dos de los menores llegados a Ceuta Antonio Semprere

Le siguieron en la aventura Youssef Hamau (16), y Ayman Azouz (15). Todo el grupo señala a los militares que quieren volver a casa con sus padres. «Hemos venido a ver la ciudad. Aquí se está más fresco que en nuestras casas, que hace más calor», bromea Youssef, antes de enfilar el camino hacia la frontera para que los crucen a Marruecos y poder regresar con sus padres a casa.

Entre tanto, hay quien muestra agradecimiento por la acogida que le ha dado la población que, en muchos casos, superando el miedo, se ha volcado para ayudar a estos chicos en medio de la crisis. «La gente se ha portado muy bien. Nos han dado comida, ropa, mantas… Gracias, pero nos vamos a casa. Aquí no vamos a estar viviendo de la gente. No hay trabajo y tenemos que pedir para comer», remata Mustafá Hadedd (19), antes de decirle también a los soldados que quiere cruzar al otro lado de la valla para volver con sus padres. Algunos se hacen una foto para retratar la aventura. Esa imagen cierra para ellos el sueño europeo, dos días después de entrar de forma irregular en el país y con dos noches durmiendo en parques o cementerios.

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