opinión
¿Y si CiU vuelve al redil?
Cuando uno apuesta todo al negro y sale rojo en la ruleta de la política tiene dos opciones: rectificar o abandonar
manuel marín
Cuando uno apuesta todo al negro y sale rojo en la ruleta de la política tiene dos opciones: rectificar o abandonar . Se da por hecho que CiU ofrecerá un pacto a ERC con la quimera del proyecto independentista de Cataluña como fondo. Pero ... la gestión del día a día en una Cataluña con casi 900.000 parados en la que lo relevante es el bolsillo de los electores y no las ínfulas de la ruptura obligará a Esquerra a optar: o bien el retorno al despacho con moqueta y al coche oficial tuneado con escritorio de madera noble incorporado, apoyando todos los recortes que aún quedan por hacer en la Cataluña del despilfarro; o bien dejar a CiU en minoría cociéndose en su propia salsa. ERC decidirá.
Pero mientras decide, también se da por hecho que Artur Mas no abandonará. Es posible que las bases de CiU empiecen a remover las aguas de una hipotética sucesión para ir preparando el terreno de futuro. El varapalo a Artur Mas es incontestable , dada la natrualeza del reto que había planteado y de las metas que se había fijado. La segunda opción que le queda a Mas pasa por reconstruir los puentes que ha dinamitado, retomar el «seny» abandonado, asumir con la humildad que requiere la ocasión su brutal equivocación y gobernar. Porque, pese a su rotundo fracaso, ese sigue siendo el mandato de la urnas.
En su día, Mas acudió a un notario para rubricar que nunca negociaría con el PP. Ganó las elecciones en 2010 y lo primero que hizo fue pactar con el PP apoyos para sacar adelante los presupuestos de Cataluña. En su día se presentó como paladín de una nueva CiU ajena a la corrupción, pero nunca luchó por erradicarla. Más bien al contrario, su afán desmedido por cubrir de tierra y silencio las «cloacas» de CiU le han dejado en evidencia. En su día, arrinconó a la ERC que ahora pretende abrazar para negociar en secreto con Rodríguez Zapatero la reforma del Estatuto de autonomía catalán, y se vanaglorió de su triunfo político rentabilizándolo en favor de CiU y de su liderazgo, y en detrimento del propio PSC, que se sintió traicionado por Zapatero y pactó la prórroga artificial de un tripartito caótico. Después, el mismo Mas que vendió a su electorado el Estatuto como un éxito político de CiU, ante la incapacidad del resto de partidos catalanes por desbloquear su articulado, lo denostó como una norma insuficiente porque sin Pacto Fiscal no hay Estatuto que valga. Mera argucia, por cierto, para justificar su coartada por la independencia.
La historia de Mas en política ha sido la del eterno oportunista de principios evanescentes que, como un trilero, cambia la bolita escondida con juegos de mano tan rápidos como engañosos. Así, entre tanta contradicción política, entre tanta ética programática de dudosa fiabilidad, entre tantos apaños de traiciones constantes, ¿por qué CiU no puede asumir a partir de ahora que donde realmente tiene éxito es en la construcción frente a la destrucción? Muy pocos analistas creerán en una reconducción del desafío soberanista de Artur Mas y en la asunción de su error. Pero CiU no es solo Artur Mas, y aunque aún no lo dicen, habrá quien quiera acudir a un notario para certificar su retorno al redil de una gestión política que se centre en frenar esa sangría de los 900.000 catalanes sin trabajo, y no en veleidades secesionistas basadas en sueños imposibles. Puro optimismo antropológico, que diría aquél.
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