Si el fracaso electoral del PSC en las elecciones de 2010 podría resumirse tanto en el inesperado huevazo que recibió el entonces portavoz del partido, Miquel Iceta, como en el precipitado abandono del candidato a la reelección, José Montilla, la cara de Pere Navarro es el mejor reflejo del varapalo que ha sufrido Pere Navarro en las elecciones al Parlament del 25-N.
20 escaños, con el 93,37% escrutado, ocho menos que en 2010 y un nuevo fracaso histórico para una formación que, pese a anunciarse como la equidistancia entre el «centralismo» del PP y las aventuras independentistas de CiU, no ha conseguido abrir brecha entre los electores. Un sítoma alarmante para una formación que desde 2006 se ha dejado 17 escaños por el camino.
Ni el voto de última hora de ese 20% de indecisos al que imploraba Navarro le ha permitido mantener su condición de segunda fuerza política en el Parlament. Pese a conseguir más votos en términos porcentuales que ERC, el reparto de diputados manda a los socialistas a la tercera osición. La sorpresa es relativa. Todas las encuestas vaticinaban peores resultados, Navarro llegaba a estas elecciones casi de estreno, la alargada sombra del tripartito, las accidentadas relaciones internas con su partido y la no menos complicada convivencia con el PSOE no eran los mejores ingredientes para unos resultados mucho mejores.
Tampoco ha ayudado que Navarro, un completo desconocido en las grandes ligas políticas hasta el pasado mes de diciembre, haya pasado por la campaña prácticamente de puntillas, intentando vender las bondades de un modelo federalista que Rubalcaba se resistió a abrazar hasta el penúltimo día de campaña, y jugando al sí pero no con el referendum soberanista.





