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Muere el fiscal Fungairiño, emblema de la lucha contra ETA sin concesiones

Salió de la Audiencia Nacional en 2006 por discrepancias con el fiscal general, Cándido Conde-Pumpido

El fiscal de la Audiencia Nacional Eduardo Fungairiño
Nati Villanueva

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«¿Qué pasa con las víctimas? ¿Se tienen que quedar tan contentas viendo cómo al terrorista que vuelve a Hernani, a Rentería o a Usúrbil le reciben, se ponen a bailar y dicen lo bien que lo han hecho? Eso es una canallada. Hay que proteger a las víctimas» . En febrero de 2018, a tres meses de su jubilación, Eduardo Fungairiño hacía esta reflexión sobre el enaltecimiento del terrorismo en un periódico digital.

Quien durante cinco lustros fue fiscal de la Audiencia Nacional (nueve años fue fiscal-jefe), emblema de la lucha contra ETA sin concesiones, falleció ayer a los 73 años de edad tras unos meses de convalecencia hospitalaria en Toledo que sólo unos pocos conocían . Entre ellos «sus» fiscales, los apodados «Indomables» por cuestionar, como él, órdenes superiores y negarse a acatar instrucciones políticas.

Porque ese fue el verdadero motivo de su salida de la Audiencia Nacional en 2006: tras su supuesta renuncia voluntaria «por motivos personales» –después 26 años de entrega a la lucha contra ETA– se ocultaba en realidad su previsible remoción forzosa por parte del fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido . Con él se había reunido unas horas antes en la calle Fortuny, sede del Ministerio Público. Cuando abandonó ese despacho tenía tomada la decisión, que cayó como un jarro de agua fría en sus «discípulos».

Fungairiño (Santander, 30 de mayo de 1946) prefirió salir de la Audiencia Nacional sin hacer ruido, con discreción, sin escándalos, y que fueran otros los que se mancharan la toga con el polvo del camino. Él, desde luego, no estaba dispuesto. Él, a quien la vida le dio una segunda oportunidad –la primera fue tras el accidente que le dejó en silla de ruedas con 19 años– cuando la Policía desactivó el paquete bomba que le envió ETA en 1990. Él, que vio cómo la fiscal Carmen Tagle, su querida Carmen, era asesinada por los criminales de la organización terrorista con cinco tiros a bocajarro en la puerta de su garaje.

El tiempo pondría las cosas en su sitio y permitiría llamarlas por su nombre: solo hizo falta un mes para que ETA declarara el alto el fuego. Y poco poco, a cuentagotas, los «indomables» de Fungairiño iban abandonando este tribunal tras ser relegados en las causas terroristas en las que la Fiscalía de la Audiencia Nacional siempre había estado en primera línea: Ignacio Gordillo, Enrique Molina, Jesús Santos, Juan Moral...

De forma casi testimonial se quedaron en la «infantería acorazada» –como él llamaba a este tribunal– la ya fallecida Blanca Rodríguez, Pedro Rubira y Jesús Alonso, hoy fiscal-jefe de la Audiencia y quien se convirtió en baluarte de la independencia del Ministerio Público cuando a «sugerencia» del nuevo fiscal-jefe, Javier Zaragoza, se negó a retirar la petición de 96 años a José Ignacio de Juana Chaos por pertenencia a ETA.

Contacto permanente

Fungairiño se sintió muy orgulloso de ese gesto. Y también de los demás «indomables», con los que desde su salida de la Audiencia hasta principios de este año compartía de forma periódica una comida –a la que también asistían sus amigos Javier Gómez de Liaño y María Dolores Márquez de Prado– en la que todos esperaban su intervención con algún chiste de esos que tanto le gustaban y que a veces no hacían gracia, pero se compensaban con esa media sonrisa sarcástica que nunca perdió.

Como tampoco su afición por la Historia, en la que pudo profundizar, ya en segunda línea de fuego, desde su «retiro» en el Tribunal Supremo, donde pasó los últimos 12 años como fiscal de sala haciendo gala de esa memoria privilegiada de la que dio sobradas muestras en la Audiencia Nacional , donde recitaba al dedillo el nombre, implicados, víctimas, fecha, número de procedimiento y el estado de cada uno de cada uno de los atentados que se instruyeron en esa casa.

A él personalmente le tocó lidiar con los sumarios del atentado de Hipercor en Barcelona ; el asesinato del comandante Ynestrillas; el atentado frustrado contra el presidente del Tribunal Supremo Antonio Hernández Gil; el ocurrido en la calle Príncipe de Vergara, o el de la plaza de República Dominicana. Detrás de estas acciones estaban «históricos» como Henri Parot, José Javier Arizcuren Ruiz «Kantauri», Francisco Múgica Garmendia «Pakito»; Santiago Arróspide «Santi Potros» , o Idoia Lopez Riaño, conocida como «la Tigresa».

Padre de la euroorden

Recuerda su entorno más cercano que a Fungairiño se debe la colaboración de Francia con España en la lucha contra el terrorismo de ETA, hasta el punto de que le consideran uno de los «padres» de la euroorden. Él mismo contaba en una entrevista cómo en los años 80, cuando países aliados en la lucha contra el terrorismo ponían reticencias a colaborar con España, la juez francesa Le Vert les pidió a Garzón y a él «pruebas» para demostrar ante la Corte de Apelación que los terroristas eran terroristas y no «muchachos jóvenes con camisa, chapela y amantes del folclore». «Me acuerdo que un comisario de Policía ya fallecido le llevó un álbum lleno de fotografías de niños despanzurrados, generales ensangrentados en sus coches, casas destruidas... A partir de entonces la cosa cambió y empezaron a entregar a los terroristas». Fungairiño era también uno de los mayores expertos en derecho penal internacional.

Es difícil olvidar su imagen a las puertas del Alto Tribunal en esa silla de ruedas en la que ya estaba postrado cuando se puso la toga por primera vez y detrás de la que siempre estaba Manolo, su conductor, leal a él toda la vida. Como Pilar, su secretaria y amiga, quien le acompañó siempre y en los últimos tiempos durmiendo incluso a su lado en el hospital. Y por supuesto su hermana, Trini, a quien Eduardo amaba profundamente y quien sacrificó su propia vida para cuidarle.

Un representante de los «Indomables» señalaba ayer a ABC que la carrera fiscal «ha perdido un referente , porque hay muchos fiscales, pero muy pocos como Eduardo. Nos deja un dolor y un vacío enorme».

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