Cuando un joven «plumilla» se las veía con Don Manuel
Fraga, genio y figura, también con la prensa
GUILLERMO D. OLMO
Una vez entrevisté a Manuel Fraga . Mi carrera daba sus primeros pasos mientras la suya se agotaba. Era de esos incombustibles a los que la carrera les dura tanto como el aliento, de los que siguen en la brecha mientras el cuerpo aguante.
Corría el verano de 2010 y allí estaba yo, con apenas dos años de ejercicio en el oficio del periodismo, recorriendo los amplios y desiertos pasillos del Senado, buscando nervioso el despacho de la más afamada de sus señorías , el sempiterno Manuel Fraga, el mítico «león de Villalba». El Tribunal Constitucional acababa de pronunciarse sobre el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña y su sentencia había levantado ampollas en el seno del nacionalismo catalán. Yo, joven plumilla, intentaba recabar la opinión sobre el tema de los padres de la Constitución. El único que respondió a la llamada fue Fraga. Así era él. No se escondía, no iba por la vida evitando charcos. Con todo, su responsable de prensa, Elena Revuelta, supongo que por orden de Don Manuel, exigió revisar previamente las preguntas de la entrevista.
Así que allí estaba yo aquella calurosa mañana de julio, golpeando la puerta tras la que aguardaba ese pedazo vivo de la historia de España. Con cautela, porque en la Cámara Alta, al menos aquella mañana, reinaba un silencio sepulcral. Lo que encontré fue un anciano de voz mortecina, que saludó tendiendo una mano exangüe y clavándome una mirada tan severa como agotada. Pronto reveló que su falta de vigor era solo física, en absoluto intelectual. «Don Manuel, intentaré ceñirme al cuestionario que le envié», comencé, todavía algo nervioso. Con su halo de voz, replicó: «No lo intentará, hágalo, o de lo contrario se marcha usted y que manden a otro». Ahí estaba el león combativo de siempre, atrapado en el pellejo de un frágil anciano, rampando por salir.
Luego no fue para tanto. A medida que avanzó el encuentro, abandonó el guión establecido y contestó preguntas de todo tipo, expresándose como hacía siempre. Con nitidez. No eran estos tiempos de política artificiosa y retórica inane y burda los de Don Manuel. Él era de pensar y hablar claro, poco amigo de faramallas y apaños. No podía ignorar que estaba al final de su vida. Habló de lo que era importante para él. De España, de su tierra gallega, de sus nietos. Así era Don Manuel, siempre iba de frente. Así le ha encontrado la muerte, también la historia.
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