¿Podría un «affaire» acabar con una presidencia española?
Los políticos han separado muy bien su vida pública de la privada, pero en algunas circunstancias un escándalo así podría salirles caro
¿Podría un «affaire» acabar con una presidencia española?
Cambie por un minuto los escenarios: el Elíseo por la Moncloa. Un presidente francés por uno español. Un «affaire» por una «canita al aire». E, incluso, la «rue du Cirque» por la calle del Circo —existe una análoga madrileña—. ¿Qué pasaría si en España ... un presidente del Gobierno fuera sorprendido con otra mujer?
Porque por ahora, si el Sena fuera un río de tinta, ya iría camino del desbordamiento . Y tan sólo han pasado unos días desde que la revista «Closer» publicara las primeras imágenes del presidente François Hollande con la actriz Julie Gayet. Tanto es así que hasta los asuntos de alcoba del líder francés eclipsaron los temas económicos y políticos de su rueda de prensa del pasado miércoles. Parece que a la historia Trierweiler-Hollande-Gayet aún le queda recorrido, pero al otro lado de los Pirineos…
«La sociedad española es especialmente abierta en temas de moral privada», asegura Fernando Jiménez, experto en escándalos políticos, «por eso yo creo que una situación como la de Hollande en España no daría ningún problema en general». Pero hay excepciones: a veces depende del contexto del país, otras de la imagen pública que se ha proyectado y otras, de si implica algún tipo de ilegalidad. En esos casos, lo que no pasaría de una anécdota y de los mentideros nacionales, podría convertirse en auténtica munición bombardeando una presidencia.
Desde los años de la Transición española hasta ahora, los modelos de familia han variado mucho. «Se han hecho más plurales y eso hace que también las expectativas sobre la vida privada de los políticos cambien», cuenta Jiménez. «Otra cosa es la contradicción en la que se puede coger a un líder político. No es tanto lo que hay detrás —el tipo de vida familiar o privada—, sino el hecho de que te han cogido en un renuncio», explica el profesor de Ciencia Política.
Es decir, cuando un cargo público ha erigido su imagen sobre unos valores determinados, como el de la familia, y se demuestra que en la práctica es todo lo contrario, el protagonista ya puede ponerse en alerta. «Los votantes pueden llegar a castigar a líderes por los que se han podido sentir engañados o manipulados, pero es más por el engaño que por la situación de su vida privada».
Sin embargo, es cierto que en España —y en general en Europa— se ha separado muy bien la vida pública de la privada. Aparte de sus deportes favoritos o de su lugar de veraneo, pocos son los detalles que suelen trascender. Tan sólo un fugaz y espontáneo beso en el balcón de Génova entre Mariano Rajoy y su mujer Elvira Fernández, «Viri», el día de la victoria del 20-N puede contarse como resquicio por el que asomó la dimensión privada del actual presidente. En el mismo sentido han transcurrido las vidas de los anteriores líderes del Ejecutivo, aunque cada uno en su estilo y con algunas excepciones que sí saltaron a las páginas de papel couché: la boda de la hija de José María Aznar en 2002 cuando este era presidente, la fotografía con los Obama de José Luis Rodríguez Zapatero y sus hijas en 2009, o la separación entre Felipe González y Carmen Romero, en 2008, y su segundo matrimonio con Mar García Vaquero en 2012. De esta manera, el expresidente socialista se convertía en el primero divorciado de la historia reciente de España.
«Un aspecto fundamental para saber si en España un escándalo así afectaría mucho es el contexto», dice Jiménez. Cuando el escenario nacional durante el que estalla la historia es positivo, las opciones de que afecten a una presidencia son limitadas. «Muchos se resistirán a castigarlo, aunque demuestre falta de integridad. La gente, con un buen contexto, tiende a ser indulgente»
El panorama cambia cuando el ambiente social está caldeado y los índices de popularidad del político están bajo mínimos. «Si la gente está hasta las narices, sería la gota que colma el vaso. Daría pie a la ridiculización del personaje, algo que lo debilitaría todavía más». Para el experto, en estas circunstancias adversas, «cualquier evento de este tipo se puede convertir en munición». Pero no porque se exija una moralidad privada intachable, sino porque se aprovecha un elemento que debilita al personaje.
La comidilla de los círculos políticos
En este mismo sentido se posiciona Francisco J. Vanaclocha, catedrático de Ciencia Política y director del Instituto de Política y Gobernanza de la Universidad Carlos III de Madrid. «Un “affaire” con connotaciones meramente sentimentales, sexuales o circunscritas al ámbito de la moral privada, entiendo que apenas tendría auténtica relevancia política y, menos aún, que condujera a una dimisión o destitución. Y en España se ha podido comprobar en repetidas ocasiones que eso es así», afirma.
En cualquier caso, lo que es innegable es que podría ser utilizado como arma arrojadiza. «Hay que tener en cuenta que el “affaire” escandaloso de un político se utiliza, amplifica o minimiza en función del color político del personaje involucrado en él», argumenta el catedrático.
«Es verdad que puede convertirse en la comidilla de los círculos políticos y medios especializados, y quizás trascender a la opinión pública y hasta hacer que circulen exageraciones y chistes sobre el asunto. Pero salvo que se trate de un personaje político con un perfil sobreexpuesto a los medios, muy pocas veces, y por muy poco tiempo, saltará a los programas rosa o de cotilleo», explica.
Un ejemplo es el de Alfonso Guerra, el exvicepresidente que fuera mano derecha de Felipe González. Según cuenta Jiménez, «Guerra tenía una relación familiar que no era la normal, pero se respetaban entre ellos. Y por eso era un asunto sólo de Alfonso Guerra».
Para Vanaclocha, los problemas podrían llegar si la aventura presidencial implica un caso de abuso de poder, acoso sexual o «mobbing». Y también, según defiende, en el supuesto de que el «affaire» llevara a un indolente abandono de sus obligaciones del presidente; se planteara en el marco de un caso de corrupción política; constituyera un problema de seguridad nacional —asociado a posibles fugas de información confidencial—; o implicara riesgos importantes para el sistema de protección de ese alto cargo o de la institución.
«Entonces sí atraería las críticas y, de trascender, adquiriría carácter de “escándalo”, poniendo en peligro la carrera del político», dice Vanaclocha
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