Balón de oro
Sin tatuajes, estudiante universitario y un Opel Corsa: Rodri Hernández, el triunfo de la normalidad
El centrocampista del Manchester City, nuevo mejor jugador del mundo, es un futbolista atípico tanto en el terreno de juego como fuera de él
Palmarés del Balón de Oro

Mientras el Real Madrid pataleaba en su sofá, Rodrigo Hernández llegó en muletas a París, aún convaleciente el madrileño de su grave lesión de rodilla, y se fue de la capital gala como mejor jugador del mundo. Un triunfo al fútbol español, que no ... se veía reconocido desde que Luis Suárez levantase el Balón de Oro en 1960, pero sobre todo a la normalidad, a ese tipo de futbolista que ya es casi inexistente. Rodri, antes que un centrocampista generacional, cerebro del equipo más cerebral de Europa, el City de Guardiola, es un tipo normal, que no tiene redes sociales ni tatuajes, no abandera movimientos sociales ni presta su imagen a grandes campañas de publicidad. Juega como los ángeles, ayuda a sus conjuntos a ganar e incluso tiene un corte de pelo sin florituras.
Una vida alejada de los focos que practica desde que en 2007 se unió a la cantera del Atlético de Madrid, el escudo de sus amores. El problema es que en el club rojiblanco le veían falto de físico, con unos parámetros muy alejados del corpachón que posee a sus 28 años, con más de 190 centímetros de estatura. No crecía y fue entonces cuando, en 2013, se unió a las filas del Villarreal.
En Castellón tuvieron paciencia y poco tardaron en darse cuenta de que les había caído un diamante del cielo. Tanto que, con solo 19 años, en 2015, debutó en el primer equipo durante un partido de Copa ante el Huesca. Aunque la fama le acechaba, porque solo hacían falta unos minutos para percatarse de que era un futbolista diferente, Rodri no vivía en un buen apartamento como el resto de sus compañeros. De hecho, muchos estudiantes de la residencia de la Universidad Jaime I de Castellón se lo encontraban por los pasillos o en los baños comunitarios.
No era un ermitaño, sino que Rodri, además de jugar en Primera división, aprovechaba su tiempo libre para sacarse el grado de Administración y Dirección de Empresas, y vivir en el campus le facilitaba mucho poder asistir a las clases, a estar más centrado en su cometido extradeportivo. Y cuando le tocaba desplazarse a la ciudad deportiva de los amarillos, lo hacía en un Opel Corsa, adelantado continuamente por los coches de alta gama del resto de integrantes del equipo.
Además, en el centro conoció a la que es su actual pareja, Laura Iglesias, estudiante de Medicina y de la que no se ha separado desde entonces. Juntos estuvieron en Madrid, cuando el Atlético recompró a Rodri en 2018, y juntos estuvieron cuando al jugador le tocó mudarse a Mánchester un año después, en el momento en que Guardiola puso 70 millones de euros para hacerse con sus servicios, consciente de que era la única plaza que le faltaba a su puzle para que fuese legendario.
En Inglaterra, acostumbrado al clima de la isla, pasa sus días con su compañera, con la que comparte un perfil muy bajo. Juega al golf y al pádel, toca la guitarra, una costumbre derivada de su pasión por la música rock, y recibe de manera habitual visitas de sus padres, Antonio y Elena, que son ingeniero y directora de marketing. No es el protagonista de una historia de superación ni el eje de una vida trepidante, pero Rodri es un chico normal y, desde hoy, el nuevo mejor futbolista del mundo.
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