Todo irá bien

Kings League, entre el oportunismo y la dejadez

«Una vez más la RFEF, es decir, el estamento estatal, tenía la información sobre el problema, o el déficit, y no reaccionó»

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Gerard Piqué, el futbolista jubilado creador de la Kings League EFE

La idea de la Kings League claramente se inspira en las conclusiones de estudios encargados por la Federación Española de Fútbol sobre el creciente desinterés de los niños por los partidos de fútbol, dada la larga duración y las pocas cosas novedosas que en ... ellos ocurren. Estos informes revelan que de quince años para abajo los niños no están pendientes de nada durante tanto tiempo y que se necesitan más estímulos para captar su atención. Una vez más la Federación, es decir, el estamento estatal, tenía la información sobre el problema, o sobre el déficit, y no reaccionó.

Estos mismos informes son los que leyeron Gerard Piqué y su equipo para entender cómo tenían que crear la Kings League, una liga de partidos cortos y divertidos, con alicientes constantes, y en que los presidentes de los clubes son 'youtubers' y 'streamers' en general, es decir, los encargados de promocionarla y difundirla. Estos partidos en los que pasan cosas, están a medio camino entre el fútbol y el entretenimiento, entre el deporte y el espectáculo, y aunque es cierto que tienen elementos de circo y de payasada —como han dicho sus detractores, entre ellos el presidente de La Liga, Javier Tebas— logran con creces su objetivo de conectar con su público de 15 años, generando audiencias espectaculares.

El primer partido de la Liga del Getafe tuvo en Movistar Plus una audiencia de 60.000 personas; el primer partido de la Kings League llegó a las 800.000, con momentos de más de 300.000 usuarios únicos conectados.

Ninguno de estos niños -y no tan niños- se volverá más inteligente viendo esta nueva liga, ni aprenderá nada que le vuelva una persona más culta, preparada o interesante, pero una vez más un empresario audaz llena a su egoísta manera los espacios en los que, pese a tenerlos identificados por los extensos estudios que han encargado y pagado, las instituciones no han sabido generar contenidos más edificantes.

Un ejemplo clarísimo de esta dejadez es que para nutrir a los equipos de la Kings League, y acompañar a la vieja gloria que cada uno lidera, Piqué ha fichado a jugadores federados del fútbol amateur —primera y segunda liga catalana- y se los ha podido llevar sin pagar derecho alguno de formación, porque nadie había previsto una cláusula para este escenario. Se ha dado el caso de que equipos como el Gavà, el Castelldefels o el Santboià, que estaban llevando a cabo una muy buena temporada, han empezado a perder partidos porque han perdido a sus estrellas, que se han ido a la Kings League, que no sólo les retribuye mejor -Piqué paga 1.500 euros por tres meses, y puntualmente; lo mismo que paga la Federación por todo el año, y con retraso- sino que además les rescata del anonimato y les convierte en estrellas mediáticas.

Todos estos jugadores fueron formados con unos recursos y en unas instalaciones de clubs rigurosamente federados, y resulta que cuando el trabajo ya está hecho nadie tiene que pagar ningún peaje para beneficiarse de los frutos de lo labrado.

No hay nada que reprocharle a Piqué, que es un especialista en hacer negocio aprovechando las brechas que otros dejan. La última Supercopa disputada en Arabia Saudí ha sido otra de sus ideas y ha convertido en espectáculo mundial una competición que a nadie le importaba; y por la que la Federación, que no solía ganar nada, ha generado este año 40 millones de euros.

De un lado, la falta de visión empresarial de los directivos del deporte español hace que el sector pierda las mejores oportunidades y se aprovechen de ellas personas como Piqué, que legítimamente defienden su negocio, pero nada más. Del otro, el caos organizativo y el imperdonable amateurismo de un mundo como el deporte, tan importante social y económicamente en España, nos ha llevado a que la nueva ley del Deporte, impulsada por el ministro Iceta, haya tenido que prohibir a los jugadores organizar las competiciones en las que participan. Es insólito —y surrealista— que no estuviera prohibido hasta ahora.

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