esbozos y rasguños
Lucas y diez más
Lucas Vázquez parece tocado por una varita mágica estos días. Unos corren, él levita. Provocó un penalti, marcó un gol, dio una asistencia en el descuento. Solo le faltó ayudar a alguna parturienta saliendo de cuentas entre el público para terminar de sellar una semana perfecta
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Iniciar sesiónTal vez fue la inercia de la heroica clasificación europea, tal vez fue la presencia en el palco de un experto en victorias agónicas y remontadas épicas como Tom Brady, tal vez fue de nuevo esa mística del Bernabéu que estrenaba marcador en día de ... partido grande. Pero el Madrid, que pareció noqueado por momentos, exhausto y exprimido, logró remontar y dejar sentenciada la Liga ante un Barça chisposo, pero cenizo.
Quien ha elegido la mejor semana posible para reivindicarse es Lucas Vázquez. Parece tocado por una varita mágica estos días. Unos corren, él levita. Provocó un penalti, marcó un gol, dio una asistencia en el descuento. Solo le faltó ayudar a alguna parturienta saliendo de cuentas entre el público para terminar de sellar una semana perfecta. Cualquiera diría que, en vez de en el vestuario, se cambia en una cabina telefónica en Padre Damián. Está pletórico de confianza. Hasta celebra los goles mostrando de repente un flow que nunca le habíamos visto. Cada vez que le llegaba el balón se escuchaba en su banda la batucada de Carlinhos Brown, al ritmo de jogo bonito, como si fueran los tambores de Jumanji. Le sale hasta lo que no le sale. Tiene en él algo de ese 'espíritu McManaman': saber aparecer en los momentos importantes; cuando a otros les tiemblan las canillas, el miedo escénico aparece y las inseguridades nublan la visión. Tras marcar el gol del empate se dirigió al público del Bernabéu señalando que en vez de sangre, tiene hielo corriendo por las venas.
No, no fue un partido brillante del Madrid. Tampoco lo necesitó. Parecía como si hubiera acabado la semana de exámenes y su cuerpo hubiese empezado a somatizar tras una bajada de tensión general. Lunin, por ejemplo, estuvo francamente desatinado: inseguro, nervioso y sin querer salir de su portería en algunos balones aéreos. Nada que ver con el gigante de hielo que vimos en Manchester hace apenas una semana. Hay muchos futbolistas del Madrid a los que les termina incomodando y atenazando más jugar en el Bernabéu que fuera de casa, por raro que esto pueda sonar. Protagonizó además la jugada de un posible gol fantasma que pudo ser clave, pero la dejadez y la tacañería de ciertos mandatarios han hecho que se tenga que decidir el finalista de la Copa del Rey y el partido decisivo de la Liga a ojo, como si estuviéramos en 1978. Bochornoso a la par que nada sorprendente.
El Barça ofreció muy poco. Anda desinflado. Con poca fe. Pedri está a mil millas de ser ese jugador deslumbrante. De Jong se lesionó en una jugada de mala fortuna con la locomotora Valverde. Y lo único animoso venía por el lado de Lamine Yamal, al que le llegan demasiados pocos balones para lo peligroso que es cada vez que arranca. Tiene un cambio de ritmo elegantísimo, como el de los buenos purasangres.
Bellingham remontó el partido de ida y Bellingham remontó el partido de vuelta. Tuvo que ser él. Tras unos meses de sequía goleadora, lógico tras su inicio fulgurante, remató en el descuento el balón con todo lo que tenía dentro. Fue uno de esos goles que entran más por fe y ganas que por el propio golpeo del balón. La descosió. Era el momento. Era el partido. Es su Liga.
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