¡A besarse, españoles!

¡A besarse, españoles! ABC

MANUEL DE LA FUENTE

Será porque veníamos de una guerra en la que todos perdimos, será por aquella posguerra gélida y famélica, pero no son nuestro fuerte los besos de película, y no se engañen, para besos, aquel de Burt Lancaster y Deborah Kerr , sobre la cálida ... y sensual arena de una playa en “De aquí a la eternidad”. No, entre nosotros estuvieron prohibidos los besos hasta entre cuñados, besar era un placer cortado por las tijeras de la censura, y ni en la oscuridad cómplice de los parques podían las parejas besarse a su gusto y antojo, con derroche, con sobredosis de pasión, ni siquiera con ternura, que podía aparecer el ojo acusador de la gente de ley y de orden, o los municipales, siempre al erótico quite.

No, durante mucho tiempo besarse no fue, desde luego, nuestro deporte nacional, besarse era la subversión, el caos, el desenfreno , salvo en las bodas, bautizos y comuniones, y siempre, por supuesto, en la mejilla, aquellos besos de hermano a los que cantaba doña Concha Piquer, que ya saben que la española cuando besa es que besa de verdad, y a ninguna le interesa besar por frivolidad. Será por eso, pero nadie le estampó un buen beso en los morros a Agustina de Aragón, por muy racial y apetecible que se apareciera bajo la piel de Aurora Bautista. ¿No se besaron nuestros héroes en Numancia como una postrer despedida ante las legiones de Escipión? ¿No se les ofrecía la boca a los héroes de Flandes después de poner allí más de una pica? ¿No se dieron los labios manolos y manolas antes de reventar a cuchilladas los caballos de Murat? Nunca lo sabremos, no hay pruebas.

Más se perdió en Cuba, y todos volvieron cantando, pero sin un besazo que llevarse a la boca en la estación de Atocha. Y los últimos de Filipinas también se quedaron con las ganas. Ni el NO-DO, fiel testigo de tantos tiempos sombríos, nos dejó constancia de un beso cuando regresaron los héroes de Rusia, los héroes de la División Azul, a bordo del Semiramis.

Quizá nos hemos besado poco, o quizá, como dijo el poeta, nos hemos besado mucho, pero nunca en el mismo día. Aunque hace un par de años, una encuesta aseguraba que un veinticinco por ciento de los españoles había dejado a su pareja porque no besaba en condiciones. La misma encuesta, realizada por match.com, portal líder para encontrar pareja, destacaba que, para tres cuartas partes de nuestros compatriotas, el mejor beso es el que se da lentamente, con los ojos cerrados porque es el más sensual y romántico. Y conste que el beso en la mejilla (¿tendrá el tal Judas algo que ver?) sólo le pone al uno por ciento de nuestro paisanos y paisanas.

No, durante mucho tiempo, nuestros besos fueron como el catalán, algo reservado para la más ardiente intimidad. Ni el de Doisneau, ni el marinero y la enfermera, ha tenido que ser un héroe de nuestro tiempo, un guerrero de nuestros días, un guardameta, el que haya reventado los cerrojos y nos haya abierto el territorio mítico del beso universal, porque Iker, cuando besa, es que besa de verdad . Está abierta la veda, a besarse todos, a besarse españoles, a besarse torrencialmente por plazas, calles y glorietas, a besarse y recuperar el tiempo perdido, a morrearse con memoria histórica e histérica, a besarse ciudadanos, a besarse a quemarropa, con premeditación, nocturnidad y alevosía. No sólo han ganado el Mundial, nos han dado ese besazo en los morros que llevábamos siglos esperando.

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