cICLISMO
Van der Poel vuelve a abofetear a Pogacar en el infierno norteño de la París-Roubaix
El holandés gana su tercera clásica consecutiva ante un esloveno que se quedó rezagado tras una caída
Hacia un ciclismo con entradas de pago

Un superhéroe es tan grande como lo es su archienemigo y Pogacar parece haber encontrado al suyo, un legendario Van der Poel que, tras martirizar al esloveno en la Milán-San Remo, se proclamó campeón por tercer año consecutivo en la París-Roubaix, ... el infierno del norte, la clásica de clásicas. El holandés, esta vez, estuvo aupado por la temeridad del balcánico que, en su primera participación y a falta de 38 kilómetros, se pasó de frenada en una curva y acabó por los suelos. No dudó su rival en prender la mecha y sacar una ventaja que nunca fue recortada por Pogacar, un campeón gigante que acabó rendido ante la prueba más dura y cruel del panorama internacional.
Es tan amplio el dominio de Pogacar en el ciclismo mundial que verle sufrir, ser humano, es emocionante, adictivo. El esloveno es una deidad en las grandes pruebas, casi 100 triunfos, tres Tours de Francia y un Giro de Italia lo corroboran, pero este no se esconde, se lleva al límite en aquellos recorridos creados para torturar al ciclista, y no hay otra plaza como la París-Roubaix, el infierno del norte, para ver de qué está hecho el fenómeno balcánico.
Quiere ser el de siempre, un tirano, romper la carrera a su antojo y Pogacar lanza un ataque a 100 kilómetros de meta. Sin embargo, unos adoquines que parecen haber sido colocados por el mismísimo Belcebú, el barro, la extrema competencia y un viento que podría tumbar una montaña no acompañan su valentía. Al cohete de Komenda se enganchan los profesionales, los clasicómanos, el belga Philipsen y, sobre todo, el pura sangre, el actual campeón, el neerlandés Mathieu Van der Poel.
Al de Alpecin no le intimida la osadía de Pogacar, ya la erradicó en la Milán-San Remo y aprovecha el imponente bosque de Arenberg y sus intrincados senderos para hacerle sudar la gota gorda al esloveno, que no sonríe a la cámara, no disfruta del paisaje, sufre como un condenado. El suizo Bissenger, prometedor su trayecto, pincha cuando era cuarto y hace que los últimos cincuenta kilómetros sean una lucha a tres bandas.
La ambición de los dos genios deja atrás a Philipsen en un nuevo tramo de pavé, esta vez en Mons-en-Pévéle, ya con Roubaix y la frontera belga en el horizonte. La jugada es magistral desde el punto de vista de Pogacar, pues el belga es compañero en Alpecin de Van der Poel y, aunque en la prueba gala escasean las estrategias y los compañerismos, el esloveno ya tiene al holandés donde quería, a su lado, nervioso por si el esloveno decide espolear a sus prodigiosas piernas.
Sin embargo, la legendaria crueldad de la París-Roubaix hace acto de presencia. Pogacar se pasa de frenada en una curva, se topa con una moto y su bicicleta queda inservible, atascada en el césped y el barro. La estrecha calzada impide que el recambio llegue y Van der Poel, aunque renqueante, no duda y sale disparado, saca 20 segundos de ventaja. Pogacar necesita una de sus históricas maniobras para evitar una derrota que, ahora sí, parece cada vez más probable.
El neerlandés va lanzado, puede con todo, incluso con un aficionado que le lanza una botella de agua a la cara de forma intencionada. Las verdes explanadas permiten al de UAE ver a su presa, pero el antílope no teme al león, corre con esperanza y valentía mientras el depredador aprieta la mandíbula asumiendo la hambruna que se le viene tras verse obligado a volver a cambiar de vehículo.
No se salva el de Alpecin de un puñetazo, triturada su bici tras tantos adoquines e inclemencias. Un bache minúsculo cuando llegó al velódromo de Roubaix, bajo un extraño sol, casi una señal divina que indicaba que Van der Poel es un elegido, incluso cuando Pogacar está en el ruedo.
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