Pekín 2022
Ander Mirambell: «Cuando compito envío postales para sentirme acompañado»
Durante años, el abanderado de la delegación española en los Juegos de Invierno fue el único español en practicar su deporte, un pionero premiado por su insistencia
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Iniciar sesiónAnder Mirambell (Barcelona, 1983) atiende la llamada de ABC solo unas horas después de confirmarse su condición de abanderado en los Juegos, un premio a una carrera plagada de sacrificios para alguien que inició un camino jamás transitado por otro deportista en España. Serán sus ... cuartos Juegos, y aunque sabe que una medalla es casi un imposible, se resiste a darla por perdida de antemano.
¿Ha tenido tiempo de digerir su nombramiento? ¿Qué sensaciones le pasan por la cabeza?
Lo que me ha ocurrido en los últimos días es un cúmulo de circunstancias que no había vivido nunca. Cuando compites sabes cómo es una victoria o una derrota, o lo puedes llegar a imaginar. Pero ser abanderado, ser uno de los catorce deportistas españoles que va a estar en los Juegos... Me cuesta encontrar las palabras... Es vértigo, orgullo, responsabilidad... Te acuerdas de mucha gente. Es un cóctel de emociones. ¡No sé si cómo coger la bandera!
«Detrás de un éxito hay renuncias, son las reglas del juego y cuando las aceptas el límite lo marcas tú»
Lo cierto es que se ha ganado un lugar en la historia del deporte español por pura insistencia, creyendo en un sueño y persiguiéndolo...
Yo tengo una frase para eso que me encanta: «Está permitido caerse, pero es obligado levantarse». La saqué de un videojuego y me la quedé porque me recuerda mucho a lo que he vivido y a lo que he sufrido. Te caes del trineo y te levantas. Eso es la vida. En nuestra sociedad hay gente que valora la vida en función de lo que consigue y otros que los hacemos en base a lo que somos y a lo que hemos vivido. Todos queremos ganar, pero hay que saber valorar también esa parte humana de superación, de esforzarte y salirte con la tuya. De estar en un agujero y volver a competir.
¿Y cuál es el origen de esa locura suya? ¿Cómo conoce el skeleton y decide que quiere dedicarse a eso?
Lo conozco de rebote. Había probado el bobsleigh, un poco porque en su día me emocionó la historia de aquel equipo jamaicano, pero no conseguí ningún apoyo y con mi amigo Alberto Castillo decidimos probar el skeleton, que era más económico. Nos fuimos una semana a Innsbruck a sacarnos la licencia y me enamoré del deporte. Invertí 15.000 euros en una temporada y media y me quedé muy cerca de ir a los Juegos de Turín. Ahí decidí que debía seguir intentándolo.
¿Y cómo de difícil ha sido todo ese camino?
Cuando empecé no había ni Federación Española de Deportes de Hielo. Ha habido muchos sacrificios de los que la gente no es consciente. Detrás de un éxito hay renuncias. Son las reglas del juego y cuando las aceptas el límite lo marcas tú. Recuerdo alguna Navidad comer con mi familia y a las cinco de la tarde coger el coche para irme a Suiza. Y después pasar solo la Nochevieja comiendo doce palitos de pan o cacahuetes. A una de mis primeras competiciones me presenté después de hacer miles de kilómetros en mi Ford Fiesta. Fui con un traje de esquí de fondo y con unas zapatillas de atletismo a las que había incorporado dos ralladores de queso. Salí hasta en los periódicos. «Flamenco en la pista», pusieron de titular... Una de las cosas que me gusta hacer es enviar postales desde los sitios en los que estoy. Envío unas cincuenta cada año a gente a la que quiero y gracias a eso me siento más acompañado.
Siempre el apoyo de la familia.
Es que si no, es imposible. Sin una familia que apoye el sueño de un hijo o una pareja no se puede. En mi caso ha sido apoyo moral, porque del otro no se podía, pero es el que más se valora. Recuerdo haberme reventado la clavícula, entrar a un quirófano sin hablar nada de alemán y tener la tranquilidad de saber que al día siguiente mi madre iba a ir a por mí. Con mi pareja, Irina, también salgo a competir muy tranquilo. Es subcampeona olímpica de natación artística, una espartana. Sé que tirará adelante de nuestro hijo si a mí me pasara algo.
«Todos queremos ganar, pero hay que valorar también esa parte humana de superación, de salirte con la tuya»
Su relación con el deporte va más allá del skeleton. Mucho antes se dedicó al fútbol y al atletismo.
En fútbol llegué hasta el juvenil del Espanyol, pero lo dejé porque acabé cansado de salir siempre con una mochila en la cabeza, de recibir insultos y esquivar objetos. Me lleve muy buenas cosas, pero la parte negativa fue la clave para saltar al atletismo. Un día el profe del colegio me vio correr y me hizo una prueba. Hice el récord del centro en 300 metros. Me dio unas zapatillas viejas y me quedé enamorado. Ahí aprendí que el trabajo individual es importantísimo y que la marca que consigues depende de tu trabajo, pero que te tienes que fiar de la gente que te lleva y te ayuda. Ahora, en el skeleton, no puedo culpar a nadie si mis bajadas salen mal, pero a la vez dependo de la gente en la que me apoyo.
El cariño por el Espanyol no lo perdió, ¿verdad?
Va más allá del cariño. Mi padre me hizo socio con dos años. Además, mi abuelo jugó al rugby con el Espanyol y de lo que más orgulloso estaba es de haberle hecho dos ensayos al Barça en unas semifinales de Copa. También estuvo en los Juegos Olímpicos del Trabajador y fue uno de los importadores del baloncesto en Cataluña. Creo que el ADN deportivo me viene de él.
Está cerca de los 40 años. ¿Qué hará cuando pase el fulgor de los Juegos?
No lo tengo decidido aún. Lo primero que quiero hacer es llevar a la familia a la nieve y que el peque se tire en trineo por primera vez. Después me reuniré con todos los protagonistas de mi vida, en especial con mi mujer, y tomaré una decisión. Hay un Mundial en 2022 en Saint Moritz, pero tengo que ver la parte económica. Uno no gana dinero haciendo skeleton. Haga lo que haga será algo que me motive y que me ilusione. Hay muchos caminos abiertos.
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