ALPINISMO
El Everest, como la Gran Vía en hora punta
«La conquista de lo inútil», como definió el alpinista francés Lionel Terray (primero en hollar cumbres míticas como el Fitz Roy y el Makalu ) esa pasión muchas veces incomprendida por escalar las montañas más imponentes del planeta, se está convirtiendo, en el caso del Everest (8.848 metros), en «la conquista por el espacio vital». El episodio protagonizado por tres alpinistas profesionales agredidos por sherpas en el vértice del mundo reabre de nuevo el debate sobre los excesos que se cometen en unos decorados desprovistos del romanticismo de antaño.
Simone Moro, Ueli Steck y Jonathan Griffith trataban de abrir una nueva vía en estilo alpino; es decir, no eran unos turistas que pasaban por allí, pero su encuentro con unos sherpas que estaban equipando una vía con cuerdas fijas acabó en una reyerta a 7.000 metros de altura. Probablemente fue un malentendido provocado por el exceso de celo de los sherpas. Pero lo cierto es que en uno de los lugares más inhóspitos del planeta los seres humanos han acabado estorbándose los unos a los otros.
El Everest es la Gran Vía madrileña en hora punta. O un centro comercial en tiempo de rebajas. Y la «temporada alta» está a punto de empezar. El último drama se vivió hace un año. El 19 de mayo de 2012, más de 200 escaladores intentaron conquistar la cima y cuatro murieron a causa de las congelaciones y falta de oxígeno por las esperas. «El problema no es el millar de alpinistas en la montaña, sino que todos ataquen la cima en el mismo momento y formen aglomeraciones en las partes más altas» , denunció entonces el sherpa Dawa Steven, que tuvo que dar marcha atrás después de varias horas «atascado» en los 8.500 metros.
Y no será porque no hay precedentes. Lo ocurrido en 1996 fue el primer indicio de que algo estaba cambiando. Ocho personas de diversas expediciones comerciales murieron el 10 de mayo como consecuencia de la mala preparación y las decisiones desafortunadas de los guías en medio de una tormenta; otras cuatro fallecieron durante las semanas siguientes por las graves lesiones sufridas.
Dos libros cuentan distintas versiones de lo ocurrido: «Into Thin Air» (traducido al español como «Mal de altura» ), del periodista norteamericano Jon Krakauer , y «La Escalada» , del alpinista kazajo Anatoli Boukreev. Ambos formaban parte de aquellas expediciones lideradas por Rob Hall y Scott Fischer, congelados en la cumbre junto a unos clientes que no cejaron en su ambición porque habían pagado.
El dinero es la clave. La «comercialización» del Everest proporcionó a Nepal una cantidad superior a los dos millones de euros el año pasado. Más de 3.000 personas han alcanzado la cima desde que en 1953 lo hicieran Edmund Hillary y Tensing Norgay. El 23 de mayo del 2010, 169 alpinistas pusieron su huella en la cumbre, más de las que lo habían logrado en los 30 años posteriores a la primera ascensión. Las agencias especializadas cobran unos 50.000 euros por alcanzar la gloria.
«Esto es un circo»
«El Everest ya no es el reto deportivo que era. Se ha convertido en una montaña turística accesible para gente “normal”. Todo el mundo tiene derecho a intentarlo. Tampoco creo que debamos rasgarnos las vestiduras. La mayoría se concentra en la cara sur; las demás vías no las sube casi nadie. Y el resto del Himalaya está vacío», reflexiona Darío Rodríguez , director de Ediciones Desnivel y hombre clave en la difusión del alpinismo en nuestro país.
«Actualmente es como el Monte Perdido, el Naranjo de Bulnes o el Cervino. Pretender ir en temporada alta y estar solo es una utopía. La economía del Valle del Khumbu depende de las expediciones que acuden cada año. Un sherpa cobra 3.000 dólares (más un bonus por cima de 2.000). Con ese ingreso vive toda su familia durante un año. Podemos cerrar el Everest, empobrecer la región y, de paso, llenarnos la boca con los valores del alpinismo».
Sebastián Álvaro , aventurero y director durante 27 años del programa de TVE «Al filo de lo imposible» , tiene una opinión contraria. «Esto es un circo. Las expediciones comerciales, que se valen de la pobreza de los países de la zona y de la corrupción de sus gobiernos, ponen en solfa los valores del alpinismo clásico. Existe más control para entrar en La Pedriza, un modesto espacio natural de la Sierra de Guadarrama, que para acceder a la base del Everest. La presión de un millar de personas al mismo tiempo sobre el glaciar del Khumbu es intolerable. Hay gente en lugares del Himalaya donde no debería estar, igual que hacer 100 metros en menos de diez segundos no está al alcance de cualquiera».
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