El último súbdito de Carlos IV

Decíamos ayer

Del colombiano Javier Pereira se dijo que había vivido 168 años antes de su muerte en 1958. Su caso, como el del turco Zaro Agha, fue estudiado por los médicos

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Javier Pereira, 'Javio', besa la mano de una periodista ABC

Verdad es que algún día tenía que morir. Era irremediable. Pero Javier Pereira, 'Javio', logró burlar a la Parca más de los 117 años verificados de María Branyas, que ya son años. Del colombiano se dijo que demoró su adiós a este mundo ... hasta cumplidos los 168. Medio siglo más que la superabuela catalana que se convirtió en la mujer más longeva del mundo gracias a una «privilegiada genética», según han revelado ahora sus analíticas. El caso de Pereira también despertó la curiosidad de los médicos hace siete décadas, cuando se descubrió en su país y al poco saltó a la prensa de todo el mundo. Según el periodista Jesús Evaristo Casariego, que a través de ABC dio a conocer su caso en Europa en 1956, se trataba del último súbdito de Carlos IV, el único hombre con vida que había conocido a Simón Bolívar, el único que podía decir que se había batido en las guerras de la emancipación, entre 1810 y 1820, o que fue vacunado por Balmis en la célebre expedición sanitaria de 1804. «Los estudios comparados con los datos de otros centenarios llevaron a la científica conclusión de admitir como cierta y posible la edad de ciento sesenta y seis años, calculada por las referencias históricas de su memoria», refirió Casariego.

Pereira aseguraba haber nacido en Montería en 1790 y, aunque el dato era difícil de comprobar, los más viejos de la ciudad decían haberle conocido ya como «abuelo» en su niñez. El propio anciano recordaba cosas que se remontaban a más de un siglo y que no podía haberlas leído o sabido por referencias eruditas, dado que era analfabeto y durante su dilatada existencia vivió siempre 'a la buena de Dios', como peón en el campo o mendigando. Siempre en la pobreza o incluso en la miseria. Con excelente memoria describía, por ejemplo, escenas y detalles del sitio de Cartagena de Indias de 1815, en cuyas fortificaciones dijo haber trabajado.

Afirmaba, además, que nombres como el del citado Bolívar o Fernando VII eran populares en su juventud. «De haber estado en España, podría haber peleado el 2 de mayo en Madrid, asistido a las batallas de Trafalgar y Bailén, presenciado el auge y caída de Godoy, visto a Goya...», apuntaban las crónicas. Sin embargo, «su mente no se complicó nunca con problemas culturales, políticos o sociales. Dejó que la Historia, una historia de ciento cincuenta años llena de guerras, acontecimientos y transformaciones, girase entorno suyo», según Casariego. Colombia le dedicó un sello conmemorativo en el que incluyó sus consejos para vivir tanto: «No se preocupe, tome mucho café y fume un buen puro».

Su fama le llevó hasta Medellín, Nueva York o Miami. Allí fue analizado por científicos en busca del secreto de su longevidad, aunque a él, soltero toda su larga vida, le interesaron más los aviones («¡las cosas que inventa el diablo!») y sobre todo las mujeres. Con las periodistas «se volvía de puro caramelo, les besaba las manos perfumadas y les contaba todas las anécdotas», narraba ABC. 

Otro caso diferente fue el de Zaro Agha, que falleció en 1934 en Estambul con supuestos 160 años. Decía haberse casado hasta en once ocasiones. También este centenario turco fue llevado a Estados Unidos, donde estudiaron si su longevidad se debía a su abstinencia de todo tipo de bebidas alcohólicas. En Broadway tuvo la mala suerte de ser arrollado por un automóvil, pero se repuso milagrosamente del accidente y se le pudo ver en la portada de este periódico interpretando música en un cabaret neoyorquino.

Según César González Ruano, Zaro Agha «presumía de viejo con esa tozuda coquetería de los viejos que se ponen años, que se pasan hablando del filtro de su riñón y de los filetes que se embaulan con una ordinariez y una vanidad de haber vencido al tiempo y de no irse de esta visita a la Tierra, que es la vida, inaguantables». El célebre articulista se preguntaba: «¿No es como un ser que Dios ha traspapelado entre sus notas y al que los ángeles notarios suponen finiquitado hace ya mucho tiempo?». Quizá tuviera ascendencia georgiana. Georgia, al menos antes, era el 'paraíso de los centenarios'.

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