Emilio de Justo y Ginés Marín iluminan las sombras de Zalduendo
El cacereño, el de los buenos tiempos, se gana dos orejas; el pacense logra una por el temple de sus naturales al mejor de la desbravada corrida
Carteles de las Corridas Generales de Bilbao
Bilbao
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Iniciar sesiónNi los toros querían embestir ni la cobra de equinos arrastrarlos. Que nones decían. Menudo era el percherón de cruz, como lo llamaba Juan Aguilar, el irrepetible mayoral de la yeguada de pura raza española Romero Benítez. De ninguna manera quería empujar hacia delante y ... se echaba para atrás. «Que tire Rita de los 500 kilos», pensaría el florido animal. Hasta que partió las 'collarejas', que dicen por el sur, y estuvo a punto de provocar un percance entre los mulilleros, que aplicaron con listeza la clave de sol, la del paseo y el relajo.
En cambio, no había pentagrama que levantase la corrida de Zalduendo, una corrida con el hábito intacto de no romper hacia delante nunca. Sin raza ni empuje, sin poder ni celo. Las sombras de la nada, con las gavillas de luz del toreo de Emilio de Justo y Ginés Marín. Precisamente al pacense le correspondió el ejemplar de más calidad del desbravado sexteto. Mucho le puso Ginés, que se templó por naturales mientras arreciaba la lluvia. No hubo temple tan armónico en toda la tarde, con zurdazos en los que se encajó y se gustó aprovechando la nobleza de Airoso, que traía otro aire desde su salida, el de más clase dentro de su contada energía. Pero cuando un torero conjuga el verbo templar se abre el umbral de las maravillas. Como así pisaría Ginés, que explotó el buen pitón izquierdo. Menos reunido y más ligerito anduvo por el derecho, sin ningún celo. Ni el pinchazo antes de la estocada le privó de la oreja, que la gente quería alegrías. Pasadas por agua, como casi toda la tarde.
En una corrida de distintas hechuras y seriedades, bajó mucho el playero tercero, con esa triste cara. Y que tan poco agradó a los tendidos, que ya es sabido que la vuelta en el pitón siempre da un plus más. Para colmo, se apalancó el animal, inmóvil en banderillas entre la amargura de la cuadrilla y la impaciencia del personal, que pedía a Marín que lo matara cuanto antes: pinchó y pinchó esta vez el matador.
El triunfador de la tarde fue Emilio de Justo, muy centrado y con la mente despejada con su lote, un lote medio. Dentro de un orden. Porque bueno de verdad no hubo ni uno.
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Reminiscencias antiguas traía el segundo, aplaudido por su pelaje. Malcaso se llamaba, engallado en su construcción hacia arriba. ¿Cómo iba a humillar? Hizo sonar el estribo el toro de la Z y la banda hizo sonar los instrumentos sin enterarse del quite de Ginés. Por chicuelinas fue. Y entonces recordamos que el espíritu santo de La Puebla no se aparece todos los días. Cortó el toro en banderillas, con esa testa al alza, que hizo pasar las de Caín. Pero cuando Emilio de Justo se quedó a solas con Malcaso iluminó las sombras, con cañones de luz en los pases de pecho. Hondísimos, hasta más allá de la hombrera contraria. Una gozada. Con mucha pacienca y técnica edificó su faena bajo los sones de 'El Cordobés y su embrujo'. Y lo que cautivó fue su pieza de naturales, perdiéndole pasitos primero mientras aprovechaba la obediencia del rival, que también pegaba sus tornillacitos. Dos zurdazos por abajo ahormaron la embestida como nunca. Más costaba coger el ritmo por el derecho. Normal: el animal no lo tenía. Seria su actuación, abrochada a pies juntos, por naturales enfrontilados. De uno en uno, improvisando un molinete hasta coronar con un pectoral de los suyos. Se pasó de metraje y sonó un aviso antes de entrar a matar. Hasta la empuñadura enterró el acero para ganarse una oreja de ley.
Jarreaba de lo lindo cuando asomó el quinto envuelto en una espesa niebla. La gente buscaba el refugio de los palcos y un espectador se quedó enganchado en el balconcillo del tendido alto: se libró de la lluvia y del zapato, que voló por los asientos. «Mejor, me apretaba», espetó con arte. Y las risas cambiaron el gesto cuando Rabilargo patinó en el barrizal. Y no sólo por el estado del redondel, sino por ese justa fortaleza, pero que el de Torrejoncillo logró sostener en la media altura. Otra vez el temple sanador y ese brindis a la niñez que curaba males con su bendita afición. Dibujó naturales con aroma de pureza y dejó otro recital de pases de pecho antes del cierre por el mismo palo que al anterior. Bienvenido sea el Emilio de Justo de los buenos tiempos.
Corridas Generales
- Plaza de Vista Alegre. Viernes, 25 de agosto de 2023. Cuarta de las Corridas Generales. Un cuarto de entrada. Toros de Zalduendo, desiguales de presencia, de pobre casta y empuje, muy deslucidos; mejores, dentro de un orden, los obedientes 2º, 5º y 6º, el de más calidad.
- Sebastián Castella, de blanco y plata. Estocada desprendida (silencio). En el cuarto, estocada (silencio).
- Emilio de Justo, de lila y oro. Estocada. Aviso (oreja). En el quinto, estocada desprendida. Aviso (oreja).
- Ginés Marín, de gris plomo y oro. Tres pinchazos y estocada desprendida (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada (oreja).
Un altar de torería levantó José Chacón con los palos en el primero, que prometía sus cositas, como se vio en el prólogo. Pero se lesionó y Sebastián Castella, con buen criterio, abrevió. El guapo cuarto, de hechuras perfectas, andaba renqueante y punteando los engaños. Sin opciones el francés en su reencuentro con Bilbao.
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