Valdemorillo: entre el temple y la autoridad de Miguel Ángel Perera

El extremeño golpea primero y sale a hombros en el estreno de la feria

Miguel Ángel Perera pasea la dos orejas de Trabuquero, un toro de Montalvo premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre Pueblos del Toreo-Alfredo Arévalo

Rosario Pérez

Valdemorillo

No hay público más patriota que el de una plaza de toros: tanta es la cantinela en contra que el grito de «¡viva España!» se ha convertido en un clamor de rebeldía. Crecían los «¡vivas!» con el ímpetu de las gargantas recién horneadas nada más ... arrancar el Himno Nacional. Menos impulso traía el animal que estrenaba la Feria de Valdemorillo, Tanteador, cogido con alfileres, aunque con unas bondades que se adivinaron desde las verónicas del saludo. Lo protestó un sector cuando perdió las manos, pero los dos pares que 'majó' en la mismísima cara Curro Javier cambiaron el gesto de la afición, que casi llenaba la Candelaria. Perera administró con un temple exquisito al de Montalvo, que no paraba de humillar con una clase tan dulce que empalagaba. Cada vez más lento, cosió series de pulso y tacto hasta culminar en terreno ojedista. Suavemente lo cuadró y enterró el espadazo que le otorgaba la oreja.

Y si al primero le sobraba calidad, el cuarto era el de la vibración. No estaba para quites a la espalda, pero Miguel Ángel aguantó. «O pasas o pasas». Y Trabuquero pasó. De categoría la cuadrilla: ojo a cómo enseñó Amores el viaje del toro charro. Perfecto descifraría luego el extremeño los códigos del colorado hasta lograr que, dentro de su media altura, por momentos metiera la rebrincada testa. Autoritaria su capacidad, mandón su poder. Porque no todo el que tiene el poder manda. Cómo sería la cosa que varias voces pidieron el indulto, confundiendo la movilidad –por no escribir otra cosa– con las témporas. De tómbola la vuelta en el arrastre tras conceder el doble pañuelo al matador. «¡Torero, torero!», coreaba el tendido.

Feria de Valdemorillo

  • Plaza de toros de la Candelaria. Sábado, 4 de febrero de 2023. Primera corrida. Casi lleno. Toros de Montalvo, desiguales; el 4º, premiado con la vuelta al ruedo.
  • Miguel Ángel Perera, de coral y oro. Estocada (oreja). En el cuarto, estocada. Aviso (dos orejas).
  • Cayetano, de azul rey y oro. Dos pinchazos y estocada (silencio). En el quinto, estocada y dos descabellos. Aviso (saludos).
  • Ginés Marín, de turquesa y oro. Media (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada (silencio).

Una bienvenida ordoñista imaginó Cayetano en el segundo, tan sobrado de calidad como falto de fuelle. Arrebatado arrancó la obra, con un trébol de ayudados de rodillas. Aquello ilusionaba a sus partidarios, pero la comunión no llegó por las caídas del nobilísimo Batallador y por no pisar el sitio de la emoción. Y eso que le sopló algún muletazo al ralentí a un toro al que no hacía falta ni reducirle la velocidad... Falló con el acero, que sí entró en el quinto: el descabello enfrió la ligera petición.

Nada tenía que ver con sus hermanos el tercero, que se pegó un duro volatín y no regaló ni una embestida boyante a Ginés Marín. A destiempo sonó la música, cuando el montalvo pedía ya espada y no pasodobles. Alegría traían los lances al sexto y la decisión marcaba el principio de hinojos. Tanta movilidad como molesto cabeceo portaba Palomo, al que el más joven del cartel planteó la receta del anuncio: «Yo me lo guiso, yo me lo como». Nada caló ante esa embestida desordenada. Suyo fue el peor lote de la muy desigual corrida.

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